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Ni el gobierno ni la oposición oyen la voz del pueblo   

Se desea un precandidato o precandidata, que cale en la masa popular y genere confianza ante una opinión pública escéptica. Un hombre o una mujer que demuestre que conoce y puede dar criterios para elaborar un programa de gobierno
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Por lo visto, nadie oye la voz del pueblo en Venezuela. Hacerlo por estos días, es muy fácil porque el rabioso lamento se oye dondequiera. La gente no come ni menos puede ir al médico, aunque sea para saber de qué se va a morir… Esto para no seguir con un rosario de demandas que NADIE oye ni menos se ocupa.

 Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Ni el gobierno ni la oposición, si es que reamente la hay. Como si no fuera con ellos.

 La economía exhibe fuertes indicios de retroceder hacia una hiperinflación y no hay forma que ni uno ni otra, se den por enterados y busquen los medios de detenerla. Se preocupen, pero, sobre todo, se ocupen.

Porque es bueno recordar que más allá de banderías, se gobierna oyendo y consultando. Se hace oposición por esa misma vía. Asomando soluciones estudiadas. No sacadas de la chistera o sombrero de copa de un mago. No se puede seguir depositando Bs. 130 al mes a la masa de jubilados (5 dólares y unos centavos, hoy), y el presidente del gobierno presentarse todas las tardes en TV, celebrando cualquier cosa. Como si nada.

Por otra parte, vemos y leemos también por los medios, que el liderazgo de lo que queda de los partidos políticos, porque del pueblo no es, habla de asuntos de poco interés para el pueblo.

Para muchos, muchísimos, las remesas menguan. Y los dólares que no se logra determinar cómo entran a la masa monetaria, cuál su procedencia, van para otra parte. Poco, muy poco, llega a manos de los jornaleros.

Y aquí está el punto central: en medio de este desesperante escenario nacional, aparecen los primeros escarceos (tentativa de hacer algo con poca dedicación), para las elecciones presidenciales de 2024. Estudiado el panorama, consultadas las cifras, comparados pre candidatos y candidatos ya declarados, entre sí, el panorama no puede ser peor. Hay que decirlo sin rodeos. La forma de mirar el país unos y otros, es como si el país estuviera en una situación política y económica típica de los años 80; aquella de felicidad y sordera para no pocos, que nos trajo hasta aquí. Para colmo, ahora, la población no quiere saber nada de política ni de políticos. Ni de pleitos entre viejos ni de diatribas de sus seguidores jóvenes. Lo que está es ocupada en resolver los graves problemas enunciados líneas arriba.

Algunos precandidatos, y ya decididos candidatos, incluido uno que otro “outsider”, se van en generalidades cuando son entrevistados por un comunicador de los que saben qué deben preguntar. De estos que no improvisan la entrevista. Como vaya viniendo vamos viendo…Porque para encarar la situación a futuro nadie cree que haya hombres providenciales; solucionadores de oficio. El último que tuvimos es el precursor del actual gran problema nacional. Ni siquiera se cree del todo en el popular Lorenzo Mendoza de Empresas Polar, que va a un juego de pelota en el recién inaugurado estadio “Simón Bolívar” y gasta (¿o invierte?) parte de su tiempo en tomarse selfis con los aficionados. Pero que, con algo de análisis cuando menos, sabemos que no tiene un buen empresario, por serlo, igual desempeño exitoso en la vida del Estado. No es lo mismo pilotar un carro de carreras que nuestro propio vehículo. Son dos cosas distintas.   

Un precandidato no puede ser un hombre o una mujer que NO diga creíblemente qué podría hacer si ganara la primera magistratura.

 Es decir, que en sus respuestas deje claro que ya tiene un mini equipo, cuando menos, de asesores estudiados, con buenos antecedentes y con el saber de una ciencia que debe dominar un futuro ministro. No un amigo del precandidato, dispuesto “in pectore” a solucionar sus propios problemas económicos.

Se desea un precandidato o precandidata, que cale en la masa popular y genere confianza ante una opinión pública escéptica. Un hombre o una mujer que demuestre que conoce y puede dar criterios para elaborar un programa de gobierno que debe tener, al menos con lineamientos generales y que domina.

La gente aprendió a identificar (eso pareciera), al político que promete, en no pocos casos, lo que todos saben que no se puede hacer. Venezuela no es para nada la de finales del siglo anterior. El pueblo y con él la sociedad pensante, comprende por vías diferentes, qué o cuáles errores nos trajeron hasta esta situación. Aquí no se llegó con un golpe de estado.

No basta tampoco, que un aspirante a gobernar el país, siga manifestando su intransigencia, que diga que no va a hacer acuerdos con el PSUV y que si llega a gobernar “va a poner presos a todos los del gobierno”.

No se puede ser tan necio. Una cosa es justicia y otra es revanchismo ramplón. Porque, aunque no nos guste, estamos obligados a jugar con reglas democráticas, aunque las pautas y las mismas instituciones actuales no lo sean.

Por último, conviene decir que las llamadas oposiciones están obligadas a ser una sola (no sé si hay tiempo para eso) y sus candidatos finales para la contienda deben saber, porque así lo indican las circunstancias, que, si se pierden las elecciones de 2024 es muy difícil, para no decir imposible, que pueda revertirse a futuro el poder verdaderamente democrático; pues lo más probable, a simple vista, es que se entre a un proceso lento pero sostenido de legitimación del gobierno actual y que la oposición quede en un estado de postración por tiempo prolongado.

Dicho de manera concluyente y en palabras más optimistas, no debe perderse esta última y gran oportunidad de hacer efectiva la verdadera república democrática.

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