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La voz de la conciencia nacional

La voz de la conciencia nacional
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De los tres elementos que constituyen el Estado, la población o sociedad es su razón de ser. No existe el Estado si esta no está presente. Es la colectividad de personas de un mismo origen y cultura, unidos, por, casi siempre, un mismo idioma. Es la nación en donde se sintetiza lo social, económico y político y en donde existe, de suyo, la conciencia y psicología nacional.

Para que la sociedad y con ella toda la nación, marche hacia los objetivos que se ha trazado, deber ostentar un liderazgo, que, jurídicamente, lo representa el gobierno del Estado. Pero si bien este aserto del Derecho es ratificado por la mejor doctrina, también lo es en la más sana escuela de la Ciencia Política y su filosofía, la afirmación que la sociedad requiere expresar imprescindiblemente lo que piensa. Aun en circunstancias de menguado liderazgo social. Tal vez con más urgencia, cuando en las sociedades de educación deficiente, la voz y conducta de los partidos políticos está lejos de ser el reflejo de los legítimos anhelos nacionales; la voz de la conciencia social. Aun así, la sociedad necesita expresarse. Debe expresarse.

La voz de la sociedad a través del clamor e interpretada por el legítimo liderazgo, casi siempre es la mejor identificación de los problemas del conglomerado, sobre todo cuando son urgentes. Y esta aseveración es esencial para admitir que la gran fuerza, particularmente en las situaciones de emergencia social, es la voz de la razón colectiva bien interpretada por quien le corresponde. La voz del auténtico y legitimo liderazgo de la sociedad civil y la que más pesa ética y políticamente. Es la que deben expresar con fuerza los grupos de opinión razonada; dicho idealmente, hasta del mundo académico.

Porque también es entendido que para gobernar es importante por necesario, oír. Si el gobierno del Estado no oye, indefectiblemente se hace inestable la nación. Y si como es aceptado, en la franja cuanto más ancha mejor, de la clase media está el centro de gravedad de la vida nacional y es allí donde se genera el semillero de la sociedad. Por ello el gobierno sensato la oye para, regularmente, pulsar su gestión. Y es aquí justamente donde se nos presenta el problema, propiamente tal. El de las sociedades civiles de los pueblos de América Latina en el momento actual en donde parece oírse el “ensordecedor” silencio de la conciencia nacional. Existe, pero no habla.

Y es que, con sus excepciones, que las hay, las sociedades civiles de las respectivas naciones latinoamericanas, parecen no tener quienes expresen en la voz de sus auténticos líderes sociales, la opinión de la conciencia nacional y señalar cuál es el norte que señala la solución de los grandes problemas. Hecho que se agudiza, como ya dijimos, en aquellos países sin liderazgo social y político apto. En particular, ayunos de políticos profesionales a quienes corresponde liderar y orientar a la opinión pública. Aquí, como también hemos escrito en otros textos, parece estar la causa de los gobiernos que constituyen fracasos en la América hispana.

Casos típicos y muy de bulto actualmente, son las sociedades civiles de Venezuela y Perú. Si bien hay otras…

En el Perú, la sociedad civil bajo la mano de un liderazgo político mayoritario, llevó a la presidencia de la república a Pedro Castillo, modelo casi perfecto de no saber qué hacer como gobernante y quien no supo sortear con la ayuda de la conciencia nacional – por añadidura – la fuerte oposición que le impidió gobernar. Depuesto no precisamente de la forma más correcta según las leyes del Perú, no pocos gobiernos de América y Europa protestaron la salida de Castillo como un golpe de estado.

Es bueno tenerlo presente. Y al salir del poder, dio paso a la actual crisis que ha acarreado, hasta ahora, más de 80 fallecidos entre el pueblo inerme e inculto, guiado o conducido a manifestaciones tumultuarias por fomentadores del desorden y en donde la voz de la conciencia civil permanece silenciosa. Pero, como si fuera poco, la ausencia de estabilidad política que persiste al momento de escribir estas líneas, ocasiona un serio perjuicio a la república incaica, desprovista como está, de rumbo institucional certero y con un gobierno que luce tomado por la incertidumbre y la indecisión.

Más grave, aunque no lo parezca, podría ser el caso de Venezuela. También en la nación caribeña hace mutis la voz de la conciencia social. Y desde hace tiempo. Mucho tiempo. Sin la presencia de una conciencia que liderice, desprestigiada la voz del liderazgo político que no se acepta por una conducta a todas luces deleznable, la situación venezolana se ha agravado. Porque es innegable que, si el gobierno no logra controlar el problema socio económico actual, es decir, encararlo con eficacia, con fundamento técnicamente acertado, libre de paños calientes como aumentar cada cierto tiempo, pírricamente por cierto, los sueldos, salarios y pensiones, se abrirá el regreso, cuando menos, a la hiperinflación, impulsada por la fuerte y sostenida depreciación del bolívar frente al dólar americano en un país donde todo está dolarizado, en que la producción de bienes es poca y la prestación de servicios muy deficiente y en el que se calculan y facturan los pagos con la moneda oficial que es el bolívar. Es aquí donde falta la voz autorizada de la conciencia nacional. Donde se expresan los aspectos cruciales de obligatorio análisis. Sin excusas.

En efecto, pareciera procedente afirmar que corresponde a un liderazgo venezolano ahora ausente, que deben representar los grupos de opinión y presión, las organizaciones no gubernamentales, la academia y la universidad, hablar con nítida voz acerca de qué hacer ante una situación que afecta, cuando menos, a un porcentaje muy elevado de la sociedad. Porque su opinión es principal. Es la voz como acabamos de decir, de la conciencia de la sociedad de clase media. Del conocimiento. Y aquí está el punto conclusivo: si la sociedad no se expresa a través de la legitima forma de hacerlo, con la razón que le asiste, no habrá posibilidad de superar lo que puede originar un inminente punto de crisis.

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