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La querencia del rebaño

Al menos quisiera quedarme con mi independencia mental hasta el final de mis días, que, por cierto, ya tampoco creo que me resten muchos.
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Miguel Galindo Sánchez

www.escriburgo.com

 miguel@galindofi.com

También tienes tú ganas de calentarte la cabeza…” me dice un próximo con la mejor de las intenciones, supongo. No sé si desea protegerme de algún mal, o desean protegerme de mí mismo; o lo que desean es preservarme para ellos solos… Los que somos proclives a complicarnos la existencia metiéndonos hasta en los charcos somos difíciles de manejar. Y yo lo comprendo. Pero igual deseamos que los cercanos también nos comprendan, y que entiendan que no hemos nacido para conformarnos, ni para confinarnos, mucho menos para confirmarnos, en una vida entre el hogar del pensionista y los viajes del Inserso, pasando por el allanamiento mental y la inevitable Seguridad Social.

Al menos quisiera quedarme con mi independencia mental hasta el final de mis días, que, por cierto, ya tampoco creo que me resten muchos.

El librepensamiento es el patrimonio que me queda, que quiero y estimo, y que valoro, pues es el único que merece la pena. Para lograr ésta, creo que legítima, aspiración, habría de vencer a dos enemigos: uno natural, que es la decadencia, el deterioro, la enfermedad que me impida conservar esa integridad; y el otro tribal, que “los que me quieren” no me quieran tanto; no hasta el punto de anularme convirtiéndome en una persona amaestrada al ritual de lo considerado normal, o sea, dentro de la norma… y de la horma.

Mientras pueda preocuparme (esto es, pre-ocuparme) de lo que me preocupo, sé que estoy vivo, y no quiero ser enterrado como un muerto en vida por otros que les apetece estarlo.

Respeto el dicho evangélico de que los muertos entierren a sus muertos, pero yo quiero ser mi propio muerto, sin deber, pero tampoco exigir, nada a nadie… Pienso que cada ser humano es el único responsable de correr sus propios riesgos y ni sus más íntimos tienen el derecho a inmiscuirse en su sentido de vida… o de mente, o de muerte, o de lo que esto fuere.

Pueden entenderlo, o no; pueden acompañarlo, o no; pueden apoyarlo, o no; pueden formar parte de… o no; o ni siquiera intentarlo; pero, al menos, deben respetarlo.

Cada cual es libre de encadenarse a su propia libertad, como a su propia esclavitud… Y a mí, personalmente, no me vale la que impone mi propia sociedad. Y no me sirve, porque la considero vacía e intrascendente, ocupada en el hedonismo, la apariencia y el buenismo (no confundirlo con bondad, ni caridad, ni mucho menos navidad). Todo es una pose, un selfie contínuum, un “quedar bien” ambiguo, una especie de autosuicidio colectivo…

Los que “pensamos raro” ya conocemos el mundo que nos rodea y trata de homologarnos, para que, además, nuestros prójimos-próximos traten de aislarnos con su cercanía. Ya nos aislamos nosotros solos en el único lugar en que somos realmente libres: nuestro pensamiento. Lo único que pedimos es que tengamos garantizada la soledad mínima suficiente como para hacerlo en paz.

Dicho esto, y practicando el auto exorcismo, la catarsis hace su efecto y su análisis el intelecto… Al final es tan solo que una simple aceptación, nada más. Bueno, en realidad son dos aceptaciones: la primera es aceptarse uno a sí mismo sabiendo que ese camino se hace en soledad, y que a nadie hay que obligar a compartirlo. Y la segunda es que los demás que rodean también lo acepten así. Con esas mutuas aceptaciones vamos que chutamos… Al final de todo, ¿saben?, la soledad en compañía es algo mejor que la compañía en soledad.

Aquellos que trajinan por los mismos tráfagos que yo sienten poco más o menos igual, y entonces comprobamos que nos ha tocado la “pedrea” de esa lotería de vida… No hace mucho lo puede comprobar en uno de mis programas radiofónicos, concretamente el que trataba el tema de La Locura… Pude sentir que algunos de mis corresponsales, pocos, pero algunos, decían lo mismo, sentían en lo mismo, coincidían con los mismos principios… y esa identificación ya es en sí misma una grata compañía. Las redes, el moderno y terrible Jano, es el medio por el que te pueden arrinconar en lo más tenebroso de la caverna platónica, o, por el contrario, te pueden salvar del más terrible aislamiento. O ambas cosas a la vez.

Esos dos bloques (bueno, ni siquiera son bloques, uno es un grano de arena y el otro una montaña) solo tienen una vía de entendimiento: el respeto y la tolerancia… Y en este punto entiendo que, si la montaña lo practica para con el grano de arena, será un regalo inmenso el que se nos hace, de enorme generosidad, pues nos estarían perdonando la vida, dado el poco poder, no ya de la minoría, sino de tan exigua minoría… Ahora bien, ¿esto es realmente así?..

A mí me da la sensación – y es una sensación personal, que conste – que esa montaña está dividida a su vez en un par de tendencias: la que pasa olímpicamente de lo que piense, diga o sienta el que se sale del tiesto, que sería la mayoría; y una minoría que te ven como enemigo porque tu visión de las cosas atenta directamente contra sus intereses, que son los que manejan el poder y los que participan de él… Y entonces, porque lo tienen, lo utilizan para que esa masa de ni fú ni fá también se movilice contra tales “desestabilizadores”, aunque solo sea a nivel de puro rechazo.

También tienes tú ganas de calentarte la caeza”… se susurra a la oreja de algunos caballos últimamente. Si cientos de miles de personas (no son la mayoría de los españoles, pero hacen ruido como si lo fuera) te dicen que el sanchismo es peor que el nazismo que ellos mismos jalean, debes aceptarlo y hacerte repetidor de las mismas consignas; si te dicen que el aplicar las leyes democráticas es quebrarlas, debes callar y asentir; si te dicen que la virtud es “si no me vale a mí no le vale a nadie”, asúmelo y silencia la verdad; si tienes que gritar a voz en cuello las barbaridades que te digan, hazlo; si el pensar, razonar, dialogar, tolerar y respetar ha de considerarse como subversivo, pues tú calla, repite el dogma, adocénate, únete a los vociferantes y violentos… y no te calientes la cabeza, ya sabes…ni se la calientes a los demás, por supuesto… Amén, amén.

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