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El fantasma socialista comienza su recorrido

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El reto actual es saber cómo detener esa mancha roja que vuelve a amenazar las libertades en América Latina, bien sea por garrafales errores de los políticos demócratas y tradicionales, bien porque se trata de un plan internacional, la principal característica del marxismo desde que surgió como doctrina.

Corre por América Latina un fantasma que comienza a desestabilizar la región y pareciera que es parte de un plan internacional para entronizar el populismo de izquierda por todo el cañón. Progresivamente y como por parte de un proyecto preconcebido, del cual todos sabemos su origen, el subcontinente ha decidido repetir la fórmula que hace poco más de 20 años llevó a Hugo Chávez al poder en Venezuela, un proceso del cual ya conocemos sus resultados: Venezuela pasó de ser el país más próspero de Latinoamérica a ser el hermano depauperado y al que todos le sacan el cuerpo.

Chávez llegó al poder por la fuerza de los votos, aupado en su amplia verborrea populista, entrenado en La Habana por el propio Fidel, quien desde hacía mucho tiempo atrás ya venía obsesionado por tomar el control de Venezuela y ya se había infiltrado en los cuadros medios de las Fuerzas Armadas de ese país. Al llegar al poder. el ansioso teniente pulverizó el Estado tal y como había sido concebido por los «padres de la democracia» y decidió acabar con todo lo establecido, desde la Constitución y las Fuerzas Armadas hasta el aparato productivo y las relaciones sociales.

Hoy la franquicia del chavismo pulula gozosa por América Latina. Progresivamente los países de la región han imitado el mismo discurso, pero lo peor es que sus líderes han llegado al poder mediante votación popular, lo que indigna aún más a los defensores de las libertades y el Estado de Derecho. No es desconocido ver cómo llegaron al poder dirigentes con simpatías hacia la izquierda -los más moderados- hasta aquellos que se confiesan admiradores del Socialismo del Siglo XXI, inaugurado por Chávez y respaldado después por el Foro de Sao Paulo y por todas sus fuerzas amigas.

El fantasma que hoy recorre nuestro subcontinente decidió arreciar sus acciones para hacerse del poder. En la Argentina de los Kirchner, por ejemplo, ha significado la debacle económica de ese país, amén de los incontables casos de corrupción y procesos abiertos al extinto Néstor Kirchner y hoy a su viuda, Cristina, actual vicepresidenta y la mano que mece la cuna en esa nación.

Bolivia, por su parte, pareciera estar contenta con Evo Morales, un líder que regresó al poder apoyado por los errores de sus propios adversarios. Morales ha cambiado la faz del país para convertirlo en un Estado Plurinacional, pero al mismo tiempo lo transformó en la granja de sus caprichos. Evo tiene la suerte de la estabilidad económica, pero sigue siendo considerado un populista a cielo abierto.

El caso peruano es el más patético. Valdría la pena otro artículo para escudriñar en las raíces del desgaste político y social que vive ese país. Llegó Pedro Castillo al gobierno, como una especie de redentor de la población indígena, adornado con un inmenso sombrero y caracterizado por su enorme inseguridad, cuestionado por su incapacidad para dirigir los destinos de ese país. De hecho, ya se ha salvado de dos mociones de destitución y actualmente corre una demanda en la Corte que persigue declarar inválidos los resultados que lo llevaron al poder con una ventaja menor al 0,2 por ciento. El Perú es un caso evidente de deterioro de la clase política, luego de haber tenido cinco presidentes en cinco años.

Chile es otra demostración de cómo el fantasma de izquierda ha hecho su trabajo. Aunque es justo reconocer el deterioro del gobierno de Sebastián Piñera en sus últimos dos años, no es menos cierto que el discurso fríamente calculado de la izquierda continental caló profundamente en las mentes de los electores. Hoy la popularidad inicial del presidente Gabriel Boric ha caído en barrena y poco a poco resurge la acostumbrada etapa de desesperanza luego de la euforia inicial. Hoy Chile es un país sin rumbo, con una economía altamente comprometida y con un resquebrajamiento social de peligrosas proporciones.

El caso más reciente es Colombia, un país que decidió optar por el discurso redentor del ex guerrillero Gustavo Petro, quien llega al poder en segunda vuelta electoral, tras dejar en el camino a los líderes políticos tradicionales. El problema actual es que no sabemos si el pueblo entendió que dejar a un lado a los políticos tradicionales significa el cambio que se aspiraba. Petro se vendió como un salvador, pero muchas mentes tienen aún fresco el recuerdo de la euforia con la que el venezolano Hugo Chávez tomó el control en la vecina Venezuela, un país que hoy, 23 años después de aquel acontecimiento, es apenas una caricatura de la pujante nación que fue durante 40 años hasta la llegada del chavismo.

Chávez, primero, y Nicolás Maduro, después, pusieron en marcha un plan de desmontaje de todo lo construido para dar paso a un Estado socialista totalmente inoperante. Hay mucho temor con Petro de que se repita todo eso en Colombia.

Otro caso realmente dramático es el de Daniel Ortega en Nicaragua, un mandatario que controla ese país con mano férrea y que no vacila en aplastar o encarcelar a cualquier disidente u opositor a su régimen. Ortega metió en la cárcel a casi todos los candidatos opositores a la presidencia en las pasadas elecciones, y los comicios terminaron siendo un auténtico show con el traje perfecto hecho para la reelección del dictador. Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, ejercen total control de las instituciones, los gremios, los medios de comunicación, la universidad, el clero, el sector productivo y el sector comercial, controlando la vida de los nicaragüenses y aplastando a cualquiera que ose oponérsele. Es el caso más dramático de todos los aquí expuestos, no muy lejos del de Venezuela.

Pero pareciera que todos se olvidaron de Cuba, considerada la madre y tutora de todos los totalitarismos marxistas surgidos en la región, la gran escuela para muchos políticos que aspiran llegar a la cima con el discurso del populismo electoral, ya que Cuba reconoce que es irrepetible una toma del poder similar a la ocurrida en la isla en 1959. El castrismo se convirtió en una especie de guía doctrinaria de políticos que se han plegado al discurso de venganza y odio, que tan buenos resultados le ha dado al castrismo en su plan de perpetuarse y extender su modelo en América Latina.

Un libreto repetido que le ha funcionado a la perfección a los cubanos, que se han apoyado en: 1) la débil educación ciudadana de los electores, y 2) la venganza y el odio aprendidos contra sistemas democráticos que no han sabido, o no han querido, ganarse el apoyo de la gente. Cuba encontró el punto débil de la población y logró reeditar el viejo castrismo para rebautizarlo Socialismo del Siglo XXI, una renovada franquicia creada por Hugo Chávez y apoyada fervientemente por el brasileño Lula Da Silva y los simpatizantes del Foro de Sao Paulo, la bombona de oxígeno del desvencijado modelo cubano en pleno siglo XXI.

El reto hoy es encontrar cómo detener esa mancha roja que vuelve a amenazar las libertades en América Latina, bien sea por garrafales errores de los políticos demócratas y tradicionales, bien porque se trata de un plan internacional, la principal característica del marxismo desde que surgió como doctrina. Hay mucho camino por recorrer para recuperar la sensatez en nuestra región.

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