María es ya un nombre universal y como designa a la Virgen Santísima es el más frecuente entre las mujeres hispanas.
El nombre es egipcio y su significado original es “amada de Dios”. Nos llegó a nosotros por vía de nuestros hermanos hebreos que vivieron cautivos en tierras de los faraones.
Es una denominación inspiradora sobre todo para los habitantes de geografías oprimidas como las de Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, Colombia, Honduras, México, Nicaragua y Venezuela, que en estos tiempos de laberinto y confusión, sentimos con voz de Borges que: “No nos une el amor, sino el espanto”.
Amo ese apelativo que es también el de mi mujer y mis hijas. Lo celebro en la científica Marie Curie, polaco-francesa dos veces premio Nóbel; en la Maria Callas, soprano greco-norteamericana virtuosa de la ópera.
Y con María Elena Walsh, cantautora argentina alentadora de la infancia; la Doña María Félix, María Bonita, figura estelarísima del cine mexicano; y mi amiga María Corina Machado, alcancía de anhelos ciudadanos.
Lo canto además con los poetas:
“Si el mar que por el mundo se derrama, / tuviera tanto amor como agua fría, / se llamaría, por amor, María / y no tan sólo mar como se llama”. Francisco Luis Bernárdez, argentino.
“Cuando yo digo el nombre de María, / que para mí es la voz del agua clara, / es como si a los campos me asomara / con la mano de un niño entre la Mía”. Aquiles Nazoa, venezolano. (Convertida en canción por el grupo chileno Inti Illimani).
Y con el más desgarrado de los tangos porteños, ese que Cátulo Castillo gime así:
“!María… / la más mía…! la lejana… / ¡Si volviera otra mañana / por las calles del adiós!”.
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