por: Fortunato Piña / Fortu6311@gmail.com
No hay mejor regalo de unos padres a sus hijos que la posibilidad de crecer junto a un hermano, de aprender a compartir amor, alegrías, enfados, juguetes y tristezas. Así, la convivencia con los hermanos brinda grandes aprendizajes pero, sobre todo, el de la unión de dos corazones.
Siempre nos ponemos la camiseta familiar por si alguien molesta a los hermanos, puede que la gente tenga razón pero para nosotros, los hermanos siempre serán inocentes de toda calumnia.
Una unión que ofrece la posibilidad de aprender a cuidar, de no preocuparse solo por uno mismo y de velar por la seguridad y el bienestar del otro. Cuidar de un hermano no es comparable a nada más en la vida. Puede que las circunstancias nos cambien o nos alejen de nuestros hermanos, pero sabemos que el amor permanece invariable a pesar del tiempo. En definitiva, aunque las prioridades cambien, un hermano lo es para siempre.
Hoy me quiero detener a agradecer haber crecido juntos, como hermanos, porque
Más allá que nuestros padres nos unieron, seguimos así, respetando nuestras diferencias y ayudándonos día a día.
Hoy, cada uno tiene una vida definida. Con sus tiempos, sus formas, sus aciertos
y desaciertos. Todas distintas, todas iguales, que se nutren del amor verdadero de
nuestros padres y nuestra familia extendida: tíos, abuelos, primos, sobrinos y
todos los amigos que nos brindaron una niñez, una adolescencia buena y
fructífera sin lujo pero excelente.
Mis recuerdos de la infancia son grandiosos. Crecer juntos nos hizo disfrutar de
nuestra niñez de una manera única. Nos peleamos, bastante, porque sí, por cosas
que a la distancia parecen ridículas, pero que en su momento para nosotras eran
la vida misma. Hicimos travesuras, grandes, chiquitas y medianas. Fuimos
cómplices y acusadores. Cambiamos de sombrero millones de veces, pero al final,
nos defendíamos con todo nuestro ser.
Superamos etapas de todos, momentos no tan lindos, separaciones y
encuentros. Vivimos historias tan distintas como nosotros mismos. A veces, como
agua y aceite. Nuestras reacciones al mundo eran puros disparates, nuestra
apreciación de lo lindo y lo feo, lo injusto de lo justo, lo que vale la pena y lo que
no. Caminamos a la par, pero tomando decisiones propias.
Estas diferencias solo refuerzan la teoría que ronda en mi mente: nos criaron con
la libertad que necesitamos para encontrar nuestro propio camino y recorrerlo con
las herramientas que viven en nuestro interior, ésas que nuestros padres pusieron
día a día en nuestros corazones.
Adoro ser su hermano, me llena el alma. La vida compartida, los años pasados,
solo hicieron que hoy estemos unidos. Seguimos firmes, pasando de alto detalles
que podrían separarnos y focalizándonos en todo lo que bueno que tenemos en
Común, cada día, en cada momento.
Una vida compartida, una historia que no puede contarse una sin la otra. Porque
los hermanos son así, unidos, para siempre, para quererse como nadie. Desde la
cuna, día a día, año a año, fortaleciendo emociones y sentimientos que solo
nosotros conocemos.
La vida sigue y todavía nos depara desafíos, situaciones que vamos a tener que
Enfrentar. Yo, desde el fondo de mi corazón, deseo que siempre encontremos las
palabras, el espíritu y la valentía para seguir juntos.
“Los hermanos sean unidos”, dice el Martin Fierro, un clásico de la literatura
Argentina, y yo agrego: claro que sí, ayer, hoy y siempre.
Me siento afortunado por ir mano a mano en la aventura de transitar este camino,
por todos los abrazos sinceros, las críticas más duras, las sonrisas cómplices, las
palabras acertadas, las miradas que dicen todo, la compañía que no pide nada a
cambio. El dar sin esperar recibir.
Queridos hermanos, simplemente gracias por estar siempre.