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El futuro de los Fernández está en el puño de Macri

El futuro de los Fernández está en el puño de Macri
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La oposición argentina se debate entre transparentar una situación que podría generar una corrida o cometer el mismo error que en 2015; el fastidio de Mauricio Macri con el FMI y la decisión que Sergio Massa debe tomar esta semana y pondría a prueba la relación con Cristina Kirchner.

El fastidio de Mauricio Macri es tan grande, que en ocasiones supera los límites que se autoimpone para no decir palabras de más en el principio de una carrera electoral que lo encuentra como factor determinante. Una de las últimas veces fue el 12 de enero pasado, en Mar del Plata. Quizás envalentonado por las consultas punzantes de Claudia Álvarez Argüelles, la dueña de casa, el expresidente cargó contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), para sorpresa de los 30 empresarios que lo escuchaban en el primer piso del Costa Galana acompañados por un lenguado que, según la descripción de varios de ellos, estaba espectacular.

Macri subvirtió el universo semántico del Frente de Todos en un párrafo. Le molesta que el organismo ahora manejado por Kristalina Georgieva le libere las manos a Sergio Massa para intervenir en el mercado financiero de una forma en que su antecesora, Christine Lagarde, no se lo permitía a Nicolás Dujovne y Hernán Lacunza, ministros de Economía en la gestión anterior.

La molestia de Macri apunta a un mecanismo financiero particular. Washington no invalida la operatoria que le permite al Gobierno usar al Banco Central para comprar la deuda que no logra renovar en el mercado. Es un punto de extrema fragilidad para la Casa Rosada. Según la memoria del expresidente, el FMI no fue igual de comprensivo ante los pedidos que hacía en 2019 la gestión de Cambiemos para estabilizar el frente cambiario.

El enojo del expresidente está envuelto en cierta ironía. Critica al FMI por una actitud colaboracionista con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, los mismos que señalan al organismo de crédito como el presunto financiador de la última campaña presidencial de Macri.

El miércoles pasado por la mañana ocurrió una escena perfecta que le da el contorno a la molestia de la oposición. Sergio Massa anunció la recompra de bonos en dólares por más de 1000 millones de dólares. En la superficie, encaja con la liturgia kirchnerista, ya que a primera vista luce como una operación de desendeudamiento. Ese brillo se opaca cuando se rasca con el dedo. El Gobierno no redujo el peso de la deuda inmediata -el problema que le rompe la cabeza a los economistas de Juntos por el Cambio-, sino que pagará títulos que permiten controlar el precio de los dólares financieros.

Esa misma mañana, el diputado Luciano Laspina, economista de cabecera de Patricia Bullrich, le envió un mensaje de WhatsApp a la presidenta del PRO con su interpretación de la medida. Implicaba, según Laspina, alargar la mecha y aumentar el tamaño de la bomba.

Hay más antagonismos sorprendentes. El propio Macri advierte cada vez que puede sobre el carácter combustible de la gran deuda en pesos que contrajo la fórmula Fernández-Kirchner. Es un movimiento en dos niveles: por un lado, el expresidente se defiende de las críticas que le hacen al otro lado de la grieta por el crédito con el Fondo. Pero también tiene una preocupación práctica.

La bomba le explotará al que sigue, un lugar que aspira ser ocupado por la oposición política. De manera que el próximo presidente deberá dedicarle una enorme energía a manejar el timón alocado de una crisis financiera antes que a dirigir reformas estructurales capaces de salir del estancamiento.

En la inquietud de los dirigentes de Juntos por el Cambio por el futuro comenzó a germinar la raíz de una planta venenosa para Alberto Fernández y Cristina Kirchner que crecerá con la carrera electoral.

Economía está convencido de que el lunes pasado hubo una corrida contra los dólares financieros. Por eso, desenfundó la operación de recompra de bonos. El camino a las elecciones chocará con más corridas, que el Gobierno tratará de contener con recursos que molestarán a la oposición.

Los dirigentes de Juntos por el Cambio creen que la actual deuda en pesos es insostenible. La dificultad es que en el reverso de esa fragilidad está el depositante argentino. Esa es la duda: si se transparenta con vehemencia la situación, podrían alentar una corrida que juegue en contra de los intereses del Frente de Todos. Pero el silencio los vuelve a colocar en la incómoda posición de 2015, cuando el silencio sobre el estado del Estado, luego, se les volvió en contra.

En 2023 vencen unos 16,7 billones de dólares (10,2% del PBI). Casi todo está concentrado entre enero y septiembre, es decir, un mes antes de las elecciones. El mes más alarmante es julio. Treinta días antes de las primarias, hay que atender 3.810 billones de dólares. Esa cuenta implica pagar el equivalente a más de dos bases monetarias. Y los pasivos remunerados del Banco Central llegan a 10,4 billones, el doble del dinero que está en la economía.

Hay una presión cada vez más fuerte por hablar. Macri en persona busca que se sincere el problema. En parte, es el resultado de las conversaciones que tiene con Hernán LacunzaGuido Sandleris y Laspina.

Lacunza charló acerca de estos temas con Macri en una visita que le hizo en Cumelén, el country patagónico donde el expresidente mezcla vacaciones y política. Se deslizaron otras cuestiones, también. Entre ellas, el fastidio por la llegada de Martín Redrado al equipo de Horacio Rodríguez Larreta, algo que también le hizo notar Sandleris al expresidente.

Lacunza (Economía) y Sandleris (Banco Central) trabajan desde la vuelta al llano como referentes económicos de Juntos por el Cambio. El nuevo compañero generó suspicacias no solo por la relevancia pública del nombre -tiene una larga historia en la función pública-, sino también por el lugar que ocupará.

Redrado será secretario de Asuntos Estratégicos de Larreta, con un perfil orientado a gestionar la relación de la ciudad de Buenos Aires con el mundo. Los memoriosos de la política ven allí una sugestiva coincidencia. Quizás, el expresidente del Banco Central haya iniciado un camino similar al de Domingo Cavallo junto a Carlos Menem en los años 90.

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