Es difícil un gobierno con dos jefes que intentan imponer sus criterios para desarrollar la gestión, uno, el presidente electo y la otra, la vicepresidente, la cual es líder histórica del movimiento político que promovió al presidente, esta situación tensa se ha observado desde el principio, desde la toma de posesión presidencial, pero no solo ha sido un espectáculo de salón, sino que la situación ha derivado en impactos muy negativos para la economía de Argentina.
La brecha entre grupos dentro del gabinete del poder ejecutivo se ha intensificado, dinamitando y desprestigiando a la unidad monolítica que debe existir en un gobierno nacional, sobre todo, en política económica, lo que, al ser puesto en escena pública por los medios de comunicación social, se ha convertido en un detonante de desconfianza que ha servido para acelerar la crisis financiera que vive este país desde hace más de una década.
La crisis se evidencia con la devaluación sostenida del peso argentino frente al dólar americano, lo que ha creado una inflación creciente, y con ello, destruyendo la capacidad adquisitiva de los argentinos, en especial, el salario real de los trabajadores que se esfuma frente a la inflación. Estas circunstancias están conformando una “olla de presión” donde se cocina el descontento generalizado de la población, las marchas de trabajadores, desempleados y amas de casa se desarrollan a diario como una constante, como signo de este malestar
Lo grave es que no se ve de parte del gobierno de Alberto Fernández, una propuesta viable que recobre la confianza en los sectores económicos argentinos, mientras tanto, la especulación ha tomado las calles, el pánico financiero ha generado colas nerviosas para comprar dólares y para abastecerse de alimentos, previendo una ola de desabastecimiento de los productos de la canasta básica alimentaria. El fantasma de viejas escenas por crisis financieras pasadas, regresa a la memoria de los ciudadanos.
Algunos analistas opinan que esto es producto de la pandemia, pero esta tesis se cae, porque la historia nos indica que Argentina fue uno de los países más ricos de Latinoamérica, pero desde hace 3 décadas no puede disminuir la pobreza más allá del 20%. Algunos estudios socioeconómicos ubican la pobreza entre el 35 y 40%. En los últimos dos años se ha observado un crecimiento muy significativo de barrios pobres o marginales en las grandes ciudades, la mayoría, de migrantes provenientes del interior de la geografía argentina.
Según indican funcionarios de la Organización Cáritas Argentina: «cada vez más barrios, más asentamientos. Y lo que llama la atención es, que son de gente joven que formaron su familia, viven donde pueden y como pueden”. Son jóvenes de edad laboral, desempleados o trabajadores informales en una economía carencial que cada día se expande por las ciudades.
Otro indicador es el éxodo de profesionales y no profesionales jóvenes argentinos que salen hacia EEUU, Europa, Brasil y Chile buscando nuevos horizontes, según la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina (DNM) el flujo migratorio se ha intensificado este último semestre.
Según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), 15 de las últimas recesiones económicas que padeció Argentina desde finales de la Segunda Guerra Mundial, surgieron «porque el país se quedó sin dólares”. Hoy día se repite la historia, de nuevo el Banco Central de la República se queda sin dólares, lo que hace que disminuyan los grades de libertad para maniobrar en este mar tormentoso que se ha convertido la economía argentina.
Al cierre de esta nota los periodistas esperan a las afueras de la Casa Rosada, sede de la Presidencia de la República, declaraciones sobre política económica, de estabilización financiera, que calme el pánico y regrese la “normalidad” en la economía de este país sureño.
