No sólo la vida es función del tiempo, tal como lo entiende la Matemática, para la cual, el comportamiento de una variable depende de los valores de otras.
También la política es función de condiciones y determinaciones. Sobre todo, cuando hay concomitancia operativa y conceptual entre los factores que dan forma y sentido a las circunstancias en que se sucede el evento. Es ahí precisamente, donde la política se complica en virtud de las implicaciones que sus realidades asoman.
El tiempo, por ejemplo, es profundamente inherente e inmanente a la política. Es por esa razón que casi siempre los problemas que ocurren en su ámbito, terminan ajustándose a las implicaciones que suceden a su alrededor. Más, al reconocerse que en toda eventualidad o situación está siempre presente la política. Particularmente, en medio de contingencias precedidas y presididas por la mediocridad, la mezquindad y la perversidad que caracteriza la cuestionable conducta de personajes vinculados con el poder monopolizado por el ejercicio de la política.
Complicaciones por doquier
Existen realidades donde cada caso que deriva de contextos profundamente enrarecidos, se convierte en una potencial complicación. Por ejemplo, de cara a procesos eleccionarios, son múltiples las contrariedades que se vislumbran. No sólo es el silencio que define la reacción del régimen político ante los graves traspiés que van acorralándolo hacia condiciones de difícil evasión. También, el solapado comportamiento que el respectivo gobierno asume como producto del temor que ha venido envolviéndolo. O del mismo modo, la insolencia con la cual reacciona ante acusaciones de toda índole de las cuales es objeto. Incluso, ante la Corte Internacional de justicia, ubicada en la Haya, al noroeste de Holanda. O la petulancia con la cual se refiere al hecho improbable de ganar un mayor número determinado de escaños lo cual permitiría al gobierno seguir humillando al pueblo como ha acostumbrado hacerlo.
Al cierre
No obstante, tan perniciosas pretensiones, no han dejado de llamar la atención de todas aquellas instituciones que se precian de identificarse con la democracia, la institucionalidad y las libertades. Son las universidades libres, autónomas y críticas, la Iglesia, partidos políticos situados en la oposición democrática, las Academias Nacionales, importantes Organizaciones No-Gubernamentales, medios de comunicación de connotación libre y plural, Colegios Profesionales y un sin número de actores de la economía y agentes de transformación social. Ningunos de estos entes han dejado de elevar su voz de preocupación ante todo caos político que irrumpa.
Los aportes en cuanto a propuestas para salir del atolladero, han sido incontables. Pero, asimismo la testarudez y la intransigencia por parte del gobierno de turno, configura razones para desconocer o esquivar la ayuda ofrecida. No hay forma de hacerle ver que la construcción de la sociedad, tal como lo recitan las leyes, pasa por el tamiz de cada uno de los factores de la vida pública nacional.
La prepotencia y la terquedad se convirtieron en recursos de gobierno a los que apela para imponer decisiones a costa del sacrificio de todos. Es ahí cuando la economía se sale de su cauce. As, la inseguridad y la anarquía se apropian de calles y rincones. Pero si en efecto discurren vientos tormentosos que puedan desviar los caminos de la democracia, siempre las esperanzas tendrán en las fortalezas de la ciudadanía su mejor trinchera desde la cual arreciaría la resistencia en aras de recuperar las libertades y los derechos fundamentales. En fin, todo es cuestión de tiempo.