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Responsabilidad mata indolencia

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Cuando el discurso político está inspirado en las razones que motivan al populismo, cada palabra emitida se torna en disparates que rayan con la estupidez. Es decir, cae en la charlatanería toda vez que atolondra incultos, incautos e ineptos hasta llevarlos a un estado emocional tan calamitoso que provoca una especie de mareo ideológico cuyos efectos terminan por obnubilarlos hasta convertirlos en furibundos, subordinados o sometidos del aparato político. Y peor aún, sin siquiera entender la vergonzosa situación ética, moral, política y social en la que estos eunucos políticos suscriben su apesadumbrada cotidianidad.

Esa perorata, que sin claridad ni exactitud utiliza todo régimen político tiránico para ganar prosélitos sin más esfuerzo que una impúdica imaginación, es la verbosidad necesaria para embaucar tanto como para engañar a toda una sociedad con promesas que se pierden en la oscuridad acuciada por tronchados criterios de política de gobierno. Pero también, por el miedo de verse descubierto ante un país político al cual miente repetidas veces con el cuestionado propósito de mantener sus espacios políticos abiertos a la intimidación, la corrupción y al cinismo.

En medio de tanta adversidad junta, la discursiva gubernamental busca emplear palabras cuyo poder de reacción incita convulsiones o distensiones. Pero todas, capaces de revolucionar hasta la más impoluta condición política. La resultante de tan insidiosa arenga, es extremar la barbarie sobre la cual apuntala la perversidad de la cual se valen estos tiranos, para enrarecer el ambiente político que sirve de terreno al cultivo de la violencia y el odio.

Términos como soberanía, autodeterminación, autonomía, pueblo, democracia, dignidad, aun cuando son manejados sin la exactitud que determina la epistemología y la etimología en su relación con la deontología y la ontología. Se contraponen a otros vocablos igualmente utilizados sin la debida precisión conceptual.

Así, la conjunción de ambos géneros de palabras es tramada en un contexto tan oscuro como las noches en que la complicidad es fraguada como causa para cometer las más atroces virulencias en nombre de una justicia arreglada.

Ni siquiera, tanto alarde de militarismo sirve a regímenes oprobiosos y delictuales para encubrir su disposición malhechora. No advierten que cada decisión que recorre la angustiada tierra sobre la cual transitan habitantes y ciudadanos, lejos de sacudir el polvo que tiñe el uniforme militar, el traje de gobernante o el atuendo rojo de encubridor, sencillamente destaca su carácter tiránico. Particularmente, porque tiende a mancharle las fibras del atavío o ropaje utilizado para aparentar lo que jamás alcanzaría a lucir.

El camino recorrido por estos personajes, que ni la historia podría solapar lo que sus legados habrían determinado en perjuicio de los derechos que amparan el legítimo crecimiento social y económico de una sociedad, sería el mejor testigo de las desgracias que sus acciones dejarían marcadas a lo largo de todo su tránsito.

Más, cuando tanta vocinglería populista, al lado de una gestualidad fingida, acompasada por el libreto de una vetusta y deteriorada doctrina política traducida en planes de ofuscados propósitos, sólo servirían para descubrir la condición de mercenario, perturbador y verdugo que en principio disfrazan de gobernantes democráticos, justos y solidarios. Pero la mentira siempre se devela por escondida o disimulada que sea. Por eso, en política es mejor avanzar de frente que de lado o por limosna. Es decir, responsabilidad mata indolencia.

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