Hay por los menos cuatro formas de ser Residente, y todas ellas se han ido alternando este domingo sobre la tarima del WiZink Center de Madrid, un día después de que el superlativo rapero arrancase su gira mundial en Barcelona.
Está el Residente travieso y camorrista al que le gustan la bronca y la diversión; es el que ha celebrado unas furiosas Fiesta de locos o Vamo’ a portarnos mal y el que, sin bate de béisbol pero con la garganta en llamas, ha atizado a los hot dogs de la música latina, encarnados en J. Balvin, en la exitosa sesión de Bizarrap. También está el Residente justiciero que quiere usar la música para la denuncia social y la protesta política; este se materializó una y otra vez en el concierto, no solo por la selección del repertorio, sino en sus propias palabras entre canciones. Reclamó que «dejen de matar a los niños en Gaza», pidió educación pública de calidad, rechazó la guerra y apoyó a los migrantes de todos los países.
También hay un Residente sensible, el de canciones de amor como El encuentro (muy hermosa interpretación junto a su corista) o No hay nadie como tú, que sigue siendo colosal, aunque un arreglo menos grueso le hubiera beneficiado. El grupo que ha acompañado al puertorriqueño, con decidido sonido rockista, daba a menudo mucho protagonismo a la guitarra eléctrica, muy alta de volumen, propulsada por una base rítmica de batería y percusión con tanto músculo que el piano o el violonchelo quedaban enterrados en medio del estruendo.
Y luego está el hombre de 46 años que se quita la gorra de Residente para usar las canciones como terapia psicológica, y entonces saca de muy adentro las ideas suicidas, las crisis de ansiedad, los episodios de depresión, su incomodidad con el negocio («En la industria de la música todo es mentira»), el dolor por los amigos que murieron y la melancolía por una infancia humilde. Todos los Residentes tienen diferentes proporciones de verdad personal y de pose artística (todo artista es un personaje), pero este último Residente es René Pérez al cien por cien.
Ha sido este Residente melancólico y sincero, este rapero conmovedor, el que cantó con inesperada inseguridad y con los ojos cerrados. René hasta que los recuerdos de infancia han roto una presa interior y la voz se ha quebrado y los versos se han ahogado y, cuando la voz ha vuelto a brotar, ya Residente lloraba, René lloraba. Los ojos encharcados en la gran pantalla miraban al público gritar mientras luchaba por llegar al estribillo.
En el medio del show, otra emocionante canción confesional también salió como una vomitona, Ron en el piso, que llegó a cantar tumbado: derrotado.
De las 24 canciones que ha interpretado, casi la mitad procedían de su último álbum, Las letras ya no importan, un disco súper variado que salta por todos los multiversos posibles de Residente. Entre ellos ha destacado la intensa interpretación de This Is Not America.
Como Saul Goodman, Residente es un superdotado de la elocuencia que sería capaz de prosperar vendiendo aire acondicionado en Alaska, y también como el personaje de Better Call Saul ha hecho un viaje desde el idealismo hasta el desengaño, incluida la ruptura con un hermano. Y hablando de Calle 13, el vocalista ha recuperado hasta 10 canciones del grupo, la mitad de ellas del disco Entren los que quieran.
Mucha gente acudió a eso: Baile de los pobres, Cumbia de los aburridos o Atrévete-Te-Te se celebraron a lo grande. Y sobre todo Latinoamérica, esa gloriosa carta de amor a la cultura latina que Residente, irregular de flow durante la actuación (de menos a más), ha interpretado centelleante alcanzando su plenitud.
Muchos chicos encuentran en los raperos una especie de amigos subrogados, incluso de hermanos. ¿Qué podrían encontrar ahora en Residente? Probablemente a un padre subrogado que les echa la bronca y les cuenta cosas que no les interesan, y eso explica que no hubiera apenas adolescentes entre las 17.000 personas que han llenado el recinto madrileño.
El concierto del campeón histórico del rap latino, una leyenda de la música en español con decenas de éxitos y más de 30 Latin Grammy en una carrera de dos décadas, nos ha recordado que la longevidad de un rapero se mide como la de un perro: un año equivale a siete. Y lo sabe él, que cantaba en Ron en el piso: «Yo sé que ya no soy tan relevante/ Antes me pedían retratos, todos devotos/ Ahora me paran para que yo les tire la foto».
Como empezó, el concierto acabó con el René más íntimo y confesional. «Todos tenemos lados oscuros y otros más claros, y yo escribo con ambos», había dicho, y ambos se unieron en 313, que de nuevo interpretó a flor de piel hasta que apareció Silvia Pérez Cruz y se apropió de la canción en un crescendo fabuloso, alucinante. Un concierto definido por la intensidad emocional solo podía terminar así.