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Palabras huecas

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En política, la fatuidad es expresión de castración ideológica. De ahí que hay quienes actúan como agentes de la ambigüedad pues la indecisión propia de su proceder, muchas veces determinan, paradójicamente, el curso de los hechos políticos.

Son ellos los llamados eunucos políticos, quienes en obscura complicidad con arrogantes posturas, pedantes presunciones y erradas opiniones, se amparan en una asombrosa y particular capacidad para desnaturalizarse ante circunstancias críticas. Justamente por la carencia de principios que descaradamente exhiben para entonces desvirtuar situaciones, falsear reflexiones y adulterar condiciones.

De esta manera, no sólo improvisan ejecutorias que dan al traste todo esfuerzo de superar las desavenencias que dichas tendencias generan. También arengan multitudes que, por precariedad cultural y mediocridad política, siguen el sonido y el ritmo de discursos vacíos de sentido y sin contenido exacto.

Aunque sirven para justificar inmensas derogaciones que van a fraguar los esquemas administrativos de los cuales se vale la corrupción para mantener sin voz, vista ni oídos a quienes se prestan al vulgar juego de entronizar y encubrir conspicuos incapaces en cargos fundamentales de poder político-gubernamental.

Es la razón para argumentar la brecha que se da entre el discurso y la praxis, entre la acción y la intención o entre las realidades y los planes escritos y publicados. Precisamente, de ello se nutre la politiquería para abrirse caminos entre cualidades y valores de personas convencidas de las reales posibilidades de la democracia y la justicia.

O sea, para horadar condiciones y arremeter contra posiciones. Sin embargo, tan característico sendero luce apetecible a quienes perversamente se valen de cualquier chapa, trampa o mentira para alcanzar las prebendas del poder político. Ello lo hacen sin escatimar recurso alguno. Por muy “defensor de escritorio” de derechos humanos que simule ser.

Justamente, en aras de tan retorcido propósito, se valen de todo lo peor. Y más aún, de discursos vacíos. O sea, de palabras huecas.

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