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No sé por qué escribo así

Son varias personas las que me preguntan, tras un artículo en HEY!, donde confieso que estoy escribiendo temática desde hace al menos sesenta años
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Por: Miguel Galindo

Son varias personas las que me preguntan, tras un artículo en HEY!, donde confieso que estoy escribiendo temática desde hace al menos sesenta años; que cómo y de dónde puedo sacar tanta materia como para hacerlo a diario y seguir, como el osete de Duracell, dale que te pego a los platillos, chan, chan, chan… pues la verdad, sinceramente no lo sé. Bueno, para ser sincero del todo, de dónde, sí que puedo saberlo, pero el cómo, ya digo que ni idea. Mis frentes literarias son múltiples: ensayo, investigación, historia, ciencia, y libros mil… por eso digo siempre que mis conocimientos pueden estar en mí, pero no son míos; yo soy el depositario de otras fuentes; soy el correo, no la carta… Soy Strogoff, no el Zar.

Lo que ya no sé, ya digo, es el cómo, ni porqué (sí para qué) escribo… ¿acaso un impulso?, ¿una necesidad?, ¿ambas cosas a un tiempo?.. Esa pregunta me la hago yo mismo, y hasta tengo cierto repelús en contestarme. Prefiero seguir en ese indefinido “no lo sé” en el que me protejo. El otro día, por ejemplo, una allegada me dejó caer una frase, muy coloquial por cierto, de tan solo cuatro palabras: “me quitan la fe”. Vale. Pues al llegar a casa y relajarme, ese “sermón de las cuatro palabras” provocó que tuviera que parir mi artículo “Más de la fe”, que no sé si se lo habrán encontrado ustedes por ahí, o aún anda vírgen y mártir por esos blogs de Dios y del Diablo.

Así funciono. Y lo dejo dicho ya públicamente para cuántos, antes o después, siempre terminan por preguntarme… Una frase, una conversación, una situación, un acaecido, un suelto en prensa, un algo descolgado de cualquier medio de in-comunicación, que es lo que más hay, van dejando rastros (como baba de caracol) en la mente, o hace nido de abejorro en el intelecto, y solo puedo librarme de su zumbido sacándolo al papel… Como verán, practico un método huérfano de método. Es más, les confieso que soy un ácrata a la hora de conservarlos, un perfecto desastre, sin orden ni concierto pero con mucho desconcierto; una especie de cerebro en aluvión.

Por lo tanto, si de mérito se trata, cero, ya se lo adelanto yo a mis examinadores… No tengo otra explicación para mi “comportamiento”, ni otra calificación para mi “entretenimiento”… Mi querida amiga y adelantada hermana, María C. Jara, me asegura muy seriamente que lo que estoy haciendo es “recordando”. Una extraña forma de recordar ésta, a fe mía, que preciso documentarme para hacerlo, le digo… y me contesta que no lo es en modo alguno; que es el sentirme impulsado a “repasar lo que ya sé” verificándolo en las fuentes escritas, y no otra cosa. Que todo es conocimiento girando.

Sea así o no, así funciona la cosa, y así instrumento mi causa, pues, al final, es lo más parecido a una causa… El efecto de tal causa es para mí un completo, y complejo, misterio. Digo yo que alguien lo verá, o lo sentirá, lo captará, o lo sancionará, o puede que no, aunque bien sé que no existe efecto sin causa, o lo que sea, que yo sepa.

Por pura curiosidad, a grosso modo, saco cuentas de los artículos que puede haber dado la mata tomatera de mi vida: unos 35 años publicando uno semanal en La Opinión dan unos 1.900 aproximadamente (no cuento lo anterior y lo paralelo, pues no dispongo de punto de referencia); y siete desde que me jubilé, a uno diario, dan unos 2.600; así que, en total, pueden redondear los 4.500 artículos al montón… En esta cohetería hay de todo: mucha caña y poca pólvora en unos; o mucha pólvora y poca caña en otros, según desde dónde se apunte el cohete y a dónde se apunte… y/o según la musa de guardia que me asista. Pero me veo incapaz de evaluar los resultados. Háganlo ustedes, si me quieren hacer el favor…

He procurado – no sé si lo he logrado – utilizar el sentido común hasta en los que pueden haber parecido más delirantes; plantearlos, y plantarlos, todos, en una base de buena lógica… Y con la perspectiva del tiempo he observado que ese llamado “sentido común” ha perdido gradualmente su noción y concepto, de forma que hoy es mucho más importante tener “sentido”, y bastante menos que sea “común”, o no lo sea. El común del sentido se ha degradado tanto que ya solo sirve a lo más ordinario, vulgar y cutre de la sociedad-masa que formamos. Tan es así, que el hoy raro sentido común lo hacen sonar a extrañeza, a extravagancia, a contracorriente, a antisistema… tal es la devaluación sufrida en nuestros valores humanos.

De ahí que, actualmente, en los foros que publico, se me considere como de “temática para minorías”… Tampoco me importa mucho, no crean, yo no vivo de esto, sino que vivo con esto, que no es igual. Sé que estoy en mi recta final, un hecho evidente, tan solo sea por la edad, que aún sería menor si me sobreviniera un alhzéimer, al que personalmente considero lo peor, con mucho, de las enfermedades posibles (prefiero, ya saben, el pasaporte tramitado de urgencia); por lo que tampoco me voy a engañar… Así que, visto lo visto, y con el panorama a la vista, mientras me funcione el filtro, prefiero decantarme por la trascendentalidad posible en mis escrituriajos, que por la evanescencia generalizada de lo que pulula por alrededor… mientras ustedes me lo permitan, al menos.

Anímicamente, no me merece la pena andarme ahora con mudanzas para ganar nada que merezca mi interés. Total, cuatro piedras más en un camino ya casi que marcado a un próximo cruce… Mejor me ato al badajo de la campana mientras mis brazos puedan tañerla, ¿no?.. Me dice J. Manuel de Prada, al que mucho respeto aunque no sea de mi cuerda, que “a los que escribimos no nos jubilan los años, sino el alma”, y lleva razón. Aunque yo añada… y los almarios del alma. Cuando ya no tengamos nada que decir, ni añadir, callaremos para siempre, nos hayamos muerto o no, aunque también se puede morir en vida, que no deja de ser una forma de vivir la muerte…

…Y hablando de la bicha de la que nadie quiere oír, pero yo lo voy a decir: cada vez estoy más convencido que voy a empezar a vivir una vez que me haya muerto, pues me pesa mucho, mucho, demasiado, la carga arrastrada que lo aún por arrostrar… ¡Joer!, y todo ha empezado porque unos cuántos me han preguntado que de qué madeja saco tanto hilo para la rueca, vaya una leche… Pues a mí que me registren; que una cosa es ser culpable y otra responsable. Que su juicio, el de ustedes, me sea benigno, que el otro ya vendrá…

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