250 rayos por kilómetro cuadrado caen durante 9 horas continuas 300 noches por año sobre dos pueblos del sur del Lago: Ologá y Congo Mirador, afectados por los continuos derrames petroleros y la falta de servicios públicos.
Al sur del Lago de Maracaibo, en el occidente de Venezuela, el cielo se enciende surcado por una infinidad de rayos que se bifurcan en todas las direcciones. Ese fenómeno donde se concentran un promedio de 250 rayos por kilómetro cuadrado es conocido como el Relámpago del Catatumbo y es único en el mundo.
Esa exhibición natural se manifiesta por 9 horas continuas 300 noches por año sobre dos pueblos del sur del Lago: Ologá y Congo Mirador, que son testigos de un promedio de 1,6 millones de relámpagos cada año.
Entre palafitos, austeridad y centellas, las costas de estos poblados se han empañado por frecuentes derrames petroleros, reclaman sus habitantes, que son cada vez menos.
El Relámpago del Catatumbo es ícono natural del Lago de Maracaibo, que, con sus 13.000 kilómetros cuadrados de extensión, es considerado el cuerpo de agua más grande de Venezuela y uno de los más extensos del continente americano.
La cuenca del lago marabino aportó durante décadas la mayor parte de la producción nacional de crudo hasta inicios del siglo XXI, cuando el Estado, bajo el mandato del expresidente Hugo Chávez, decidió priorizar las operaciones en la Faja del Orinoco.
La actividad petrolera en el Lago de Maracaibo conllevó a la instalación de pozos y gabarras en sus aguas, así como de miles de kilómetros de tuberías submarinas para trasladar el crudo a refinerías y centros de almacenamientos construidos en las costas.
Paulatinamente, especialistas de la Universidad del Zulia, ambientalistas, pescadores y comunidades aledañas comenzaron a denunciar en los años 80 derrames en el lago por las rupturas de esas tuberías y el descuido de algunas de las instalaciones petroleras.
Esas advertencias derivaron en un plan institucional de limpieza de los derrames petroleros e indemnización de los perjudicados -con dinero, redes de pescar, motores de lanchas.
Esas contaminaciones, sin embargo, empeoraron en la última década en un contexto de expropiaciones de compañías privadas de servicio; despidos y éxodo de mano de obra calificada en la empresa estatal PDVSA; falta de mantenimiento; disminución de la producción; corrupción y sanciones económicas extranjeras, según expertos petroleros, académicos, sindicalistas y ambientalistas.
El Observatorio para la Tierra de la NASA advirtió en 2021 que el Lago de Maracaibo “se está asfixiando” entre derrames de crudo y algas, publicando imágenes satelitales donde se ven vastos remolinos verdinegros de esos tipos de contaminación. Según reportes, entre 40.000 y 50.000 filtraciones y derrames de crudo ocurrieron entre 2010 y 2016 en toda Venezuela, incluyendo al Lago de Maracaibo.
En junio de 2023, la ONG Azul Ambientalista reportó la existencia de 32 derrames petroleros “a lo largo y ancho” del Lago de Maracaibo. Otras asociaciones también advirtieron sobre la prevalencia en sus aguas del “verdín”, un tipo de alga.
En agosto, el gobierno nacional instaló en Maracaibo seis mesas técnicas, científicas y políticas para el rescate, conservación y desarrollo sostenible del lago, tras el incremento de reportes sobre los derrames de crudo y la presencia masiva del “verdín”.
Sin aportar detalles sobre los derrames, el ejecutivo venezolano anunció que recuperará 27 plantas de tratamiento de agua, que promoverá leyes y lanzará una campaña educativa para crear conciencia sobre la limpieza del estuario.
Mientras, la vasta presencia de crudo ya se evidencia en bahías del sur del lago, como las de Ologá y Congo Mirador, en Catatumbo, como no ocurría hace años.
Pueblos de agua como Congo Mirador y Ologá no son inmunes a la crisis nacional, a pesar de ubicarse en zonas recónditas y de complejo acceso.
La sedimentación también ha transfigurado en años recientes al Congo Mirador de un poblado de aguas profundas a un sitio solitario, empobrecido, enmontado y lleno de barro donde antes había canales para embarcaciones de múltiples calados.
El turismo y la pesca, sus principales motores económicos, se han visto afectados por la austeridad general del país, por una parte, y la contaminación petrolera por otra.
“El petróleo daña el pescado y a las personas”, denuncian sus habitantes, quejándose de que PDVSA ya no los indemniza de ninguna manera por los derrames de crudo.
Aún meses después de finalizada la pandemia por COVID-19, un solo hombre está dispuesto a llevar turistas en su bote desde Puerto Concha, en el sur del Lago de Maracaibo, hasta Ologá y el Congo Mirador para ver el Relámpago del Catatumbo.
“Si yo no vengo, aquí no hubiese turismo”, afirma Cheo Morales, quien tiene 30 años de experiencia en los servicios de transporte y hospedaje de turistas en esos poblados de Catatumbo.
Ni Congo Mirador ni Ologá están exentos de la diáspora.
Los productores del documental “Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador” indicaron que en 2013 había 1.000 personas en ese pueblo. En 2021 solo quedaban cinco.
La mayoría se ha mudado para escapar de la crisis, explican los pocos que se quedan, tratando de vivir del turismo y la pesca entre derrames y penurias.
A los pies de los relámpagos de Catatumbo no hay médicos ni profesores. Son comunes las edificaciones abandonadas, incluyendo escuelas y una iglesia.
Debido a la importancia de este tema Hey Diario digital ha considerado de utilidad reproducir un resumen del reportaje elaborado bajo la dirección de Ángel Marcano para VOA.