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La jerga del populismo en tiempo electoral

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Es bien sabido que la comunicación entre seres humanos se produce con base en el lenguaje propio de la región o país que suscribe una historia o un desarrollo cultural. Especialmente, si la comunicación llama a la unión de intereses como si fundamentan un proyecto nacional.

El que bajo el dominio de un mismo idioma existan diferencias lingüísticas es un hecho normal. Dichas variedades conocidas como “jergas” pueden afectar el vocabulario, la pronunciación, la sintaxis, la gramática. Inclusive, la praxis social. Peor aún, el mismo ejercicio de la política.

Aunque en política dicha situación comporta alguna similitud. No es del todo igual a lo que ocurre en la lingüística. Pero sí, en el sentido que busca marcar diferencias que implican un propósito en particular.

En política, sus efectos derivan en traducciones cuya diversidad interpretativa deviene en distintos significados. Pero que terminan denotando las necesidades e intereses que pesan sobre el manejo de asuntos políticos contemplados desde enfoques distintos toda vez que depende de quien los maneje.

Así se tiene que bajo el ámbito que abarca el ejercicio de la política cuya proyección ampara o desampara un territorio de los alcances de medidas sociales y económicas, se dan distintos resultados. Pero siempre, prefiriendo los que más convienen a aquel actor o agente político de mayor autoridad o jerarquía política.

Aunque a decir de las excusas aportadas en defensa de las manipulaciones que se suscitan alrededor de un propósito en particular, podría decirse que cada resultado es expresión  de las decisiones tomadas a instancia de los intereses político-ideológicos en curso. La teoría política, tiende a denominar tales referentes como  “dialectos o jergas políticas” cuyo manejo y comprensión se relacionan con el fenómeno de los cambios que políticamente son operados por individuos con particulares cuotas de poder bajo la capacidad de decisión determinada, muchas veces de manera discrecional.

Entre la manipulación y el chantaje

Cada funcionario u operador político actúa con la autonomía que le permite el manejo circunstancial de la decisión establecida. Ello ocurre en el curso de la manipulación de la cual es objeto dicha decisión. Y sucede por la misma razón que explica el manejo del poder político basado en perspectivas personales de la realidad, donde supuestamente debe aplicarse la decisión encauzada.

Es ahí donde se producen tantas interpretaciones como dirigentes políticos presuman ostentar alguna jerarquía como para conducirla hasta el nivel que los mismos juzguen más conveniente. Ello, en el plano de la aceptación individual que más pueda corresponderse con la situación en juego.

Cada decisión, se interpreta de acuerdo a una “jerga política” generalmente establecida por las deformidades que incita el populismo.

Este entendido, como el ejercicio de la política, que gobiernos autodenominados “populares” o de pretensión multitudinaria se plantean al concebir su praxis como la vía más inmediata para ganar la simpatía de la población. Y por tanto, ocupar el espacio político que puede garantizar su permanencia anhelada en el poder.

Ello, sin considerar el perjuicio que aferrarse al poder pueda originar en la figura de lo que representa el “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”.  

De manera que cada cenáculo que resulta de la partición a que lleva el manejo del poder, sin que por ello pueda evitarse el fraccionamiento de la causa política originaria, conduce a generar tantos “dialectos” como operadores político-gubernamentales se establezcan alrededor de situaciones de potencial conflicto político. Y por tanto  de su provecho.

Es lo que generalmente ocurre en ámbitos donde se tiene al ejercicio de la política como el canal más expedito mediante el cual la relación “política-dinero-poder” configura el asiento del paradigma que facilita la ascensión social que rinde mayores frutos y más inmediatos a personas entregadas al peculado y a la corrupción.

Ese es el dilema que continúa trabando la democracia en países atrapados en el mundo donde la política sirve de escalera a regímenes cuyos sistemas políticos son presa fácil del desorden administrativo público. Tanto como del derrumbe de la moralidad y la ética de funcionarios y activistas de la política.

El lenguaje de la corrupción

Tan serio problema ha llevado a la política a imponerse, apoyándose en el manejo de un lenguaje que, en su reacomodo lingüístico, es capaz de alterar razones de importante peso político, al contar con la procacidad suficiente para derivar múltiples deformaciones de su estructura. Estas, llamadas también “jergas del populismo” por derivarse de la esencia del populismo, arrastran realidades completas a su más mínima, irracional y desvergonzada capacidad de desarrollo.

Y es justo ahí donde se articulan los momentos para que las “jergas” populistas adquieran la fuerza necesaria para actuar como el modelo lingüístico. Que incluso llega a regir los canales que inicialmente conquistó la política con el propósito de presumir de su alcance y poderío comunicacional.

Es el peligro que resulta del poder político, cuando se vuelve tan incontrolado por culpa de la alcahuetería, que permite la corrupción en su siniestro juego con las circunstancias que andan siendo interpretadas de dialecto en dialecto. He ahí las desgracias que, en poblaciones indiferentes a la mesura de la política, hace motivar la jerga del populismo en tiempo electoral.

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