Por: Miguel Galindo
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“La riqueza es poder. Una extrema concentración de riqueza significa una concentración extrema de poder: el poder para influir en la política extrema de los gobiernos, para sofocar la competencia y para dar forma a la ideología. Todo eso conjuntamente con el poder para decantar la distribución de los ingresos a favor de determinados intereses” (Gabriel Zuckman).
Si he elegido para empezar el de hoy, esta larga cita del eminente economista británico, entresacado de su estudio en The Boston Rewieu, junto con su colega Emmanuel Sáez, es porque encuadra perfectamente con todo lo que he repetido hasta el dolor de muelas en muchos artículos sobre economía y política… No es que yo esté licenciado en Oxford (solo tengo la elemental en escuelas nacionales de postguerra), sino porque es – o así lo considero yo – de pleno sentido común. La riqueza, el poder y la corrupción es la nefasta trinidad del dios Mammón.
Cuando aquella “dama de hierro”, Margaret Thatcher, pronunció aquella desgraciada frase: “¿La sociedad?.. la sociedad no existe, solo existen los individuos”, junto con su homónimo americano Ronald Reagan, inauguraron la era del desmantelamiento de las políticas sociales, a favor del liberalismo más atroz y despiadado en materia económica hasta la fecha.
La propia globalización es hija de aquello y lo que nos ha traído es más riqueza para los ricos, más pobreza para los pobres y una mayor desigualdad, cuantitativa y cualitativa para el mundo, eso sí, con la colaboración más desenfrenada y entusiasta por parte de los propios ciudadanos de ese mismo mundo y la aquiescencia de aquella izquierda.
Porque tampoco se hubiera podido llevar a cabo, reconozcámoslo, sin la también colaboración entusiasmada de la izquierda reformista de entonces.
Una izquierda que liquidó sus propios principios de “igualdad, libertad, fraternidad, unida e indivisibilidad”, que es el lema real y completo de su fundación histórica en la revolución francesa… Si bien tampoco supo o pudo llevarlo a cabo en toda su teórica pureza (y no por culpa de la ideología, sino de las personas que debían haberlo hecho).
Igual hoy existe esa doble amenaza que, lentamente, va destruyendo a una izquierda – al menos la española – cada vez más alejada de sus propios valores: por un lado, un fundamentalismo de mercado, que ha contagiado tanto a los partidos autollamados “progresistas”, que cuesta ver las diferencias en esta materia con los de derechas… Todo esto, a la vez que la amenaza de la economía digital se cierne sobre la clase obrera; que el capital sigue concentrándose, y que la desigualdad sigue creciendo a pasos agigantados. Y, por otro lado, el separatismo identitario, un nacionalismo disolvente empecinado en hacer causa de un individualismo extremo de valores nazionalistas.
Tan esto es así, que se ve forzado, ¿o no?, a establecer alianzas con partidos excluyentes que, en el fondo, son de derechas, como los catalán y vasco, extraños socios de hoy, pero naturales de la derecha gobernante de siempre… Lejos queda aquel orgulloso ser “ciudadano del mundo” del que se hacía gala de pertenencia por la pureza de su ideología. Y, aún a todo esto, habría que sumar la rendición incondicional de una laicidad que, vergonzosamente entregada a un Concordato, permite a una religión conspirar con sus rivales, vivaquear, y esquilmar los bienes de la comunidad con entera impunidad. No hablemos de la alianza con el fascista Mohamed VI, la traición al Sáhara y a Argelia…
Quizá, es posible, puede ser, que todo eso se deba a la repetida por interesada “adaptación a los tiempos”. Vale. Pero eso no es progresismo, como se vende a sí mismo. Personalmente pienso, y ya digo, perdónenme por pensar, que son pasos atrás… Como paso atrás es que el último Informe Pysa señale que España, en materia educativa, esté peor que hace veinte años. Mas no se es progresista por recular, sino por avanzar… La doctrina de la izquierda es el progresismo; como la naturaleza de aquella revolución de las clases populares francesas que puso patas arriba el orden establecido y fijado por una clase privilegiada sobre la “canaille” del resto del pueblo. Y no fue modélico que digamos, pero estableció las bases de la justicia, de la representación y del parlamentarismo. Y reforzó el sentido de la Democracia.
No me vengan ahora – les veo afilando el colmillo – a decirme que quiero imponer la guillotina y volver al régimen del terror. No me malinterpreten. Lo que quiero es mostrar la evidencia que la izquierda ha evolucionado bien hasta que ha empezado a adoptar y adaptarse a los principios de la derecha… Y cuando esa derecha era civilizada y adaptó y adoptó parte de los suyos a la izquierda, fue rulando la cosa; pero hoy, esa derecha está volviendo rostro hacia el populismo absolutista, y la izquierda ha perdido sus principales valores, y muchos de sus principios los ha cambiado por finales.
Esto podrá ser realismo, o no, o todo lo que uno quiera creer, que bueno, que vale… pero ser realista es ver lo que hay, no aceptarlo. Y si hubiera que aceptarlo, más valdría un gobierno de coalición (pues, al final, son casi los mismos) que dos en guerra de mutua destrucción – y vuelvo a pedir perdón por opinar – ya que la izquierda ha perdido más señas de identidad que la derecha, pero alguna moderación puede aportar al guisado del pobre gobernado… aparte, claro, de una ideología espuria cada vez más huérfana de ideas propias.
Es como lo veo, y por eso es como lo escribo… Existe un libro que rula por ahí: “La Izquierda traicionada”, de un abogado: Guillermo del Valle, que ilustra todo esto que mal intento exponer a mi manera y que adoba con datos indiscutibles que dan sopas con onda a los políticos de aluvión que se han alistado más por oportunismo que por ideología de barriga vacía.
Siempre es lo mismo: yo puedo ser de aquí o de allá mientras “tenga un buen pasar” desde donde poder batallar… Por eso los de la Comuna, o los de la Convención, o los del Directorio, siguieron siendo los señoritos del cortijo, mientras los “sans culottes” siguieron perdiendo sus pantalones y sus culos… La Historia enseña más de apaños que de ideologías , pero eso sí, claro, utilizando esas ideologías, naturalmente.