La dignidad tiene tantas definiciones como oportunidades ha tenido el hombre valiéndose de la historia y de sus sentimientos para exhortar una vida en sociedad.
La Sagrada Biblia le ha dedicado la atención que merece el hecho de exaltar al ser humano desde tan significativo valor. También, la literatura y la filosofía se han regodeado en su concepción. Lo mismo ha sucedido desde la política.
La ciencia política no ha descuidado el concepto. Ha considerado que en su comprensión, ha conseguido formas diferentes de acuciar actitudes para el buen gobierno.
Si bien no ha sido tarea fácil para la politología, tampoco ha sido fortuito dar con inferencias que animen conductas respetuosas de la moralidad sobre la cual se empina la dignidad.
El problema en este estadio de la ciencia política, no es de conocimiento en el sentido de su manejo. Estriba en cómo las circunstancias demandan de las realidades, las capacidades suficientes para que cada individuo sepa contener los arrebatos propios en situaciones de conflicto, en las cuales ve constreñidos sus intereses.
Situaciones como las que caracterizan praxis populistas subordinadas a contingencias que devienen en coyunturas de crisis política, no son fáciles de lidiar.
Particularmente, por razones que explica y justifica la diatriba ocasionada por el choque entre la moralidad y la ética.
En estos casos, la dignidad juega un papel relevante toda vez que otorga la facultad de entender el respeto no sólo para exaltar un momento. Fundamentalmente, para afianzar la importancia que desde la dignidad ocupa la vida como un todo.
Las crisis políticas sin salidas inmediatas, se convierten en referencias de escenas donde se confrontan valores y principios con necesidades e intereses.
Tan contundente batalla, sirve de guión a los fines de reparar problemas derivados de marcos jurídico-legales debilitados en sus estructuras funcionales.
Cuando este tipo de realidades ocurre, se abren oportunidades que inhiben posibilidades a quienes pretenden conducir procesos sociales creativos e inciertos con la fuerza que puede brindarle la violencia política. En otras palabras, la dignidad se posiciona con firmeza y así corresponde a su naturaleza moral y ética, evitar que tendencias tergiversadas lleguen a desplazar posturas de justicia y verdad.
Cabe la expresión de José Narosky, escritor argentino, cuando refirió que “la dignidad es tan noble, que compensa las pérdidas que causa”.
Es así que cuando las ambiciones colman cualquier condición que exalta al hombre en su afán por crecerse espiritual y pragmáticamente, de modo equivocado, la dignidad se desvanece. Es cuando hasta la decencia se pierde pues el hombre enceguecido por la ambición de poder, ha quedado !sin dignidad¡
@ajmonagas