Felicidades

Felicidades

Por: Miguel Galindo

Por mi christmas de felicitación navideña de hace días en el diario digital de La Opinión, NAVITYSHOW, me llevé amables camotazos… Uno de ellos reza así: “no empatizo con los que, como tú, no empatiza con las Navidades”…

Pues, ciertamente, está en todo su derecho, faltaría más.

Yo, sin embargo, sí que lo hago.

Realmente, empatizo tanto con los que no les gusta como con los que sí les gusta.

No tengo ningún problema. De hecho, con lo que no empatizo son con estas Navidades, para ser exáctos.

Por cierto, hubo un tiempo en que se decía “simpatizar” (yo lo usaba mucho), ¿existe alguna razón que justifique el cambio de etiqueta?.. es que la ignoro.

Y si es otro significado complementar y que enriquece, ya saben, por simpatía me gustaría saberlo, y que algún alma generosa me ilustrara en mi ignorancia… Tiene que haber algún motivo para el destierro, ¿no?..

Pero volvamos al tema que nos ocupa… En las antíguas saturnales romanas, que se celebraban – y no por casualidad – los 25 de diciembre, se festejaba el solsticio de invierno, cuando los días comenzaban a ganarle luz a la oscuridad de las noches.

Se hacían regalos entre amigos y familias, sobre todo figurillas de barro que representaban a los dioses lares de los hogares, que luego cambiaron a los personajes del Belén…

En el foro romano se hacían sacrificios rituales y se invitaba en un banquete público (lectisternium) a todo lo que por allí pasaba, pobres o ricos, nobles o plebeyos…

El dios de justicia, Mitra, nacía ese día, y encima no era romano, que era irano, pero como aquellos romanos no eran celosos como después los católicos, pues se lo añadieron a su propio dios, Saturno, que era de la agricultura y de la cosecha.

No tenían problemas a la hora de hermanar dioses… Hasta invitaban a los criados a su mesa y les cedían en ese día sus propias prerrogativas y privilegios (Franco nos sentó un pobre a la mesa, pero no pasó de ahí) pues nuestro cristianismo, postureo aparte, era más aparente que real.

Los wikingos celebraban su navidad – Shamy – con una parafernalia muy parecida; así como los celtas, en su Samhain hacían nacer también a su dios el mismo día, adornando sus habitáculos con muérdago y toda la castaña navideña de hoy…

Naturalmente, ellos tenían abetos y musgos de sobra, y tampoco eran tan asnos como para cortarlos , sino que eran ellos los que se trasladaban a los bosques, si bien ahora, nosotros, con nuestros horrorosos cucuruchos invertidos, les hemos dado un respiro a nuestros sufridos árboles…

Total, nosotros tocamos de símbolos que no tenemos idea, y cada vez más de oreja…

Lo que hace desencajarme de risa es cuando esos rostros graves, sentenciosos y moralizantes, te hablan muy serios de la tradición…

¿De cual de ellas?, les pregunto, contenido: ¿de la egipcia?, ¿de la babilónica?, ¿de la griega, la romana, la aria?.. o alguna otra, quizá, que seguro a mí se me escapa, pero existen al menos una docena de tradiciones occidentales sobre la navidad, y todas ellas, por supuesto, antes de la era cristiana, luego devenida en católica, que tampoco nada que ver…

Por supuesto, si espero alguna contestación con un mínimo de sentido lógico, puedo esperar sentado.

Lo cierto, la verdad, lo único real, es que celebramos la fiesta del consumo, el deshecho y la tripada, nada más…

Durante muchos miles de años, todas esas culturas y civilizaciones, coincidentes en sus fiestas naturales, han ido copiando e imitándose unas a otras, hasta llegar a una síntesis, cuasi global, como el comercio… como la globalización, talmente, en que todo se ha sometido y reducido a una orgía de consumo, alimentadora de un gigantesco y monstruoso negocio que lo justifica y lo devora. Todo hasta dejarnos exhaustos y vacíos, y a cuyo fenómeno respondemos como zombies ignorantes.

Este es el motivo, perdónenme, del desabrido villancico anual entonado este año desde mi Navityshow… El ajado disfraz de la tradición, el buenismo, la paz, ¡válgame la paz!; el “espíritu” navideño, y el anuncio ñoño montado por la recaudación de Loterías del Estado. Todo se cae a pedazos y cada año huele más a podrido… Está calculado: con toda la comida que el mundo tira a la basura sobrante en su navidad de cada año, se podría evitar la muerte por hambre de seis millones de niños, que son los que mueren por no tener qué llevarse a la boca en cada calendario.

Con esta realidad, montémonos nuestro árbol de cucurucho invertido, compitiendo en altura, una luz led por cada niño muerto de inanición; o mandémonos nuestros Merry Christmas de floridos y derretidos mensajitos por las redes; o llenémonos de regalos a través del orondo Papá Noël; o lo que es casi peor, construyamos nuestros belenes, levantados con un niño-dios pobre entre pobres, como el huérfano palestino abandonado a su suerte en su cueva, porque le hemos machacado su casa y matado a su familia, y todo en beneplácito de los que festejan la “paz en el mundo a los hombres de buena voluntad”.

Como comprenderán – y si no lo entienden, es algo que me trae sin cuidado – si no empatizan, que desempatizan, conmigo, porque no me uno a las hordas del consumo feliz y despreocupado, es algo que casi me honra y halaga más que ofenderme… En absoluto me siento insultado, más bien todo lo contrario, un poquico reconfortado. Les doy las gracias a aquellos que me separan de la tan sensible borregada. Muy sinceramente, de verdad…

Soy de los que piensan que el mundo debería de abstenerse de falsas celebraciones, tan ofensivas como “fraternales”, cuando mantiene y alimenta las vergüenzas e insjusticias que justificamos tan cínicamente… aunque solo sea por sana y puñetera coherencia. Pero si ustedes creen que no, pues nada, que les siente bien el pavo.

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