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Estúpidamente incorrecto

todo problema económico está inmerso en un ámbito profundamente vinculado al ejercicio de la política que a su alrededor opera.
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Hablar de economía, no siempre resulta de grata pertinencia. Más, porque su léxico o no se entiende o sus opiniones lucen algo desagradables. Aunque no tanto por lo engorroso de todo cuanto intenta explicar, como por lo agorero que sus comentarios pueden incitar. Así que cualquier alusión desde la economía a los problemas que su praxis puede deparar, pudiera parecer grotesco. Y hasta insultante. Sin embargo, el discurso que moviliza la economía es necesario pues la economía es para la sociedad lo que el viento en el aire es para el vuelo. O sea, imprescindible.

De sus implicaciones ha dependido no sólo que muchos países hayan alcanzado el desarrollo que el entorno social reclama, sino también, de sus procedimientos socialmente adoptados, han pendido decisiones que han devenido en guerras, conflictos coyunturales, suspensiones de garantías, derechos y libertades.

 Por otro lado, la existencia de ámbitos de la economía solapadamente instituidos, sirven como causas políticas para propiciar ejecutorias de gobiernos vinculados con intereses autoritarios, totalitarios o demagógicos.

Toda necesidad asociada a la vida del ser humano en cualquier instancia de movilización, acusa la incidencia de la economía en tanto que planifica, organiza, administra, coordina y evalúa la dinámica social. Aunque lo contrario, requiere igualmente de la intervención de la economía en aras de los objetivos trazados. Sin embargo, tan controvertida situación induce problemas, paradójicamente, de naturaleza económica. Pero al fin, problemas que sólo la teoría económica es capaz de sortear.

Generalmente toda crisis, indistintamente de sus causas, son aprovechados para distorsionar realidades y conmocionarlas en función de ideologías políticas obsoletas o descabelladas. O para enquistarse en el poder a costa de lo posible e imposible. De lo permitido y lo prohibido. Y en la mitad de ello, se suscitan controversias que sólo la economía comprende.

Aunque ningún problema económico está sujeto a una solución de corte exclusivamente económico, igualmente es cierto que todo problema económico está inmerso en un ámbito profundamente vinculado al ejercicio de la política que a su alrededor opera. Esas realidades alcanzan una mistificada preeminencia luego de que la praxis de una economía endosada de “dinámica”, forza la razón y la lógica establecida por la teoría económica cuyos postulados fundamentan la conciliación necesaria entre recursos y necesidades.

Por otra parte, cabe alegar que la deformación que adolecen las mal llamadas políticas económicas, en muchos casos, son la mejor expresión de la ineptitud de gobernantes que no comprenden las pérfidas implicaciones de una economía manejada con criterios científicos.

Lo paradójico de todo ello, lo evidencia el caso de economías que presumen de ser perfectamente manejadas. Las ecuaciones que ajustan la dinámica económica para validar los indicadores que definen las Cuentas Nacionales, pierden  su espacio en la tabulación de la estructura financiera integrada sobre el cual se apoya la movilización económica de una realidad específica.

El papel moneda, dígase “billete”, deja de ser un medio de pago para convertirse en vulgar mercancía sensible de supeditarse a los mecanismos perversos de la oferta y la demanda. En medio del descalabro que infunden tan retorcidos comportamientos de la economía, vale preguntarse, ¿cómo persuadir al ciudadano, acostumbrado a la riqueza fácil, que trabajar para producir tiene el mayor significado que provee la economía que apuesta a edificar y solidificar el desarrollo? Es lo que debe ocupar el sentido y dirección de toda gestión de gobierno. Ya que lo contrario o la alcahuetería de toda confusión alevosa y premeditada, crea un producto económico estúpidamente incorrecto.

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