Cada momento tiene sus circunstancias. Cada tiempo, su valoración por lo que resulta absurdo estimar hechos pretéritos con presunciones de hoy. Este exordio cabe a propósito de las tergiversaciones de las que, por estos días del siglo XXI, es objeto la historia.
Pero la historia entendida con la autonomía que le proporciona su capacidad para interpretar hechos, alejados de la manipulación, inducida por intereses sectarios y oportunistas que buscan ajustar la narrativa a capricho del gobernante de turno aprovechándose del poder que administra y ejerce. O sea, que usufructúa. Y muchas veces usurpa.
Intenciones malsanas
Particularmente, la personalidad del venezolano Simón Bolívar, considerado “Libertador de América” ha sido caramente deformada. Deliberadamente, con el propósito de adaptarla a situaciones actuales, lo que ha lucido bastante inconveniente, lo cual no sólo fue con la malsana intención de endiosarlo a partir de una realidad que en nada se compara con la actual, sino también, por lo que ha significado su condición militar, excusa ésta que por necesidades ideológicas temporales, ha servido para exaltar desmedidamente el militarismo por encima del aporte fundamental del sector civil más letrado de aquella Venezuela de la Primera República que se planteó forjar y encauzar una inminente independencia política.
Estas alteraciones históricas, premeditadamente elaboradas en detrimento de la civilidad nacional, tienen sus razones. Razones éstas que explican las pretensiones de militares de sembrarse en el poder como Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez y Chávez. Más, porque han creído sentirse sucesores. O la reencarnación del propio Libertador. Incluso, algunos civiles que, al ocupar el escaño de mayor poder político nacional, han pretendido emular las ridiculeces de antecesores.
Quienes han contribuido a enarbolar las alteraciones o distorsiones históricas han obviado que Bolívar fue un hombre de su tiempo y en su espacio. Tanto vivió a su manera. Y que, en algunas de sus oratorias y decisiones, incurrió en contradicciones. Lo cual ha sido aprovechado por historiadores acostumbrados a retorcer la narrativa histórica, para encubrir algunos de sus dislates con un manto de irreprochable perfección. Sin aceptar que ello es natural en todo ser humano.
Quienes han obrado así, no han querido ver que cada tiempo se corresponde con su propia historia. O sea, dicho de otro modo: cada tiempo con su historia.