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Para que me entiendan…

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He leído un libro muy extraño de una extraña autora: Color Puro, se llama, de Sheila Heti… Mejor no lo recomiendo, pues puede resultar inentendible e incomprensible, y digo ambas cosas porque no es lo mismo comprender, esto es: prender, coger, asir, que entender, o sea: estirar, alargar, ofrecer. No pertenece a ningún género, pero tiene un poco de todos; es un fracaso de novela y un estropajo como ensayo. No es nada ortodoxo y muy poco académico. Si alguien lo quiere leer, como yo, avisado queda, que sea bajo su personal responsabilidad.

En una de sus partes, a la protagonista se le muere el padre, del que huía por estar muy unida a él. Parece un contrasentido, sí, pero en realidad no lo es… En el momento de expirar, en su compañía, ella nota cómo el espíritu paterno abandona su cuerpo y al instante, se instala dentro de su propio ser. Allí lo siente, en silencio, disfrutando de su estimulable presencia… o quizá debería decir “estancia”. No es, en modo alguno, una “ocupación”, ni una “posesión”, ni nada por el estilo; más bien es un sentimiento apacible de acompañamiento.

Bajo tal efecto tiene experiencias como, sentada a la orilla de un lago, sentirse ambos dos, tanto ella como su progenitor, en una hoja de uno de los árboles que crecen en su ribera… Formando conscientemente parte de esa minúscula parte vegetal como en una unidad completa. Formando parte del ser de su simple estructura, y “siendo” los dos la misma hoja del mismo árbol; reconociéndose en ella con la consciencia de padre e hija, pero siendo una sola cosa: una hoja de una rama de un árbol.

Aquellos que saben meditar y hacen de la meditación un arte (yo soy un absoluto negado que lo he intentado docenas de veces sin lograr un mínimo y elemental despegue), han captado esa sensación, ese atisbo, de sentirse parte de todo: de un vegetal, del propio aire que lo mueve, de una mariposa o una raposa; de un pájaro, de una tortuga o una oruga… Pero nunca, jamás, había leído yo que pudiera hacerse en compañía y compartiendo la experiencia en mutuo reconocimiento. Si así hubiese sido, o es tan solo que una novelada fantasía, y los que practican lo que yo no puedo sabrán analizarlo mejor que yo.

El caso es que Mira, que así se llama la protagonista de la historia, sí que se enreda en una especie de monodiálogo con el padre, plasmado en una serie de reflexiones internas, de una altura, o profundidad, que para el caso es lo mismo, metafísica, de tres pares de narices, por poner una medida escatológica a la cosa… Pero, ya digo, que a mí me haya entre-gustado, no quiere decir que a muchos ni los haya entretenido.

A estas alturas del artículo no serán pocos los que se pregunten a qué puñetas este tema que he escogido para arruinarles el rato, si luego resulta que un servidor que les cuenta este cuento no tiene zorra idea, como ya les he confesado, sobre tales vivencias… Y, en tal caso, vuelvo a recordarles que tengo matrícula de honor en teoría, si bien suspendí repetidamente en prácticas. Si esto les vale, pues estupendo y si no les sirve, pues lo siento.

Pero que no sepa experimentarlo no quiere decir que no sepa explicarlo. Y es que todos y todo estamos conectados e interconectados a, y en, un mismo generador-receptor de una sola y única energía en la que flotamos y de la que todos estamos formados. Desde la hormiga al elefante; desde el guijarro a la montaña; desde el plancton a la ballena; desde la nada al todo, y desde el todo a la nada… Y, la verdad, es que tampoco se necesita un máster post ningún grado en ninguna universidad de solera y salero, para entender un principio universal, pero tan sumamente simple.

Lo otro es una no menos simple regla de tres: si esto es así, lo otro sería perfectamente posible… ¿o no?. Los más avisados me opondrán: pero eso que afirmas, ¿se puede probar?.. Pues, hombre, lo primero, claro que se puede, ahí tenéis a la termodinámica y a la física quántica para demostrarlo científicamente; en cuanto a lo segundo, lo de tener el nivel de perceptividad, o mejor: de autoconsciencia de ello, pues, si esa tal energía tiene conciencia de sí misma, y en el ser humano la tiene, entonces, ¿por qué no?..

Como siempre repito: cuestión de pura consecuencia lógica. Que yo sea un torpe experimentador no quiere decir que también sea un mal razonador… O, al menos, eso es lo que creo, o quizá lo que quiero creer. Debe de haber por ahí una especie de Ley del Equilibrio, o de Compensación, que funcione más o menos así, porque si no, entonces estoy perdido… Un día, un muchachote me dijo que yo era una especie de visionario, y lo dijo en el buen sentido, me parece, pero no lo sabía bien el pobre…

Nada más lejos de ello. Ni un tanto así. Lo que siempre se me dio bien fue sumar dos y dos; adivinar el efecto de una causa, pero sin videncia ni experiencia extrasensorial alguna… Y eso sí, formarme e informarme, y adquirir conocimientos de lo que me interesa hasta la extenuación. Mi único valor (y es prestado, que conste) es ese mismo conocimiento rascado a los libros más incógnitos, si quieren, durante toda mi puñetera y jodida vida. Pero ni me arrebataron como a Elías, ni me visitan mentores algunos, me ha patriarcalizado por nada ni para nada… Para que ustedes lo sepan, e intenten comprenderme…

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