Ocultar las carencias o esconder los problemas, es como disfrazar los despropósitos realizados con la malicia propia del engaño. Esta es la situación que obliga a decir aquello de “tapar el sol con un dedo”. O sea, tratar de arreglar algo con vagas excusas para así reparar todo lo dicho o hecho. Y justamente, es lo que hacen algunos gobiernos al momento de ordenar medidas que deben cumplirse cuales órdenes militares.
Un análisis del discurso debidamente realizado, apelando a la respectiva metodología evidencia no tanto lo que se dice. Sino especialmente, lo que no se dice. Aunque realmente es raro cuando un discurso mediado con el auxilio de la intimidación de la represión, no dice nada distinto de lo que la perorata acostumbra vocear emulando ridículamente a cualquier precursor, libertador o líder “supremo”.
La verborrea casi siempre se convierte en un elogio a la indecencia. Propio de quien se atreve a convertir un discurso de Estado en una alegoría al mejor estilo ramplón de la politiquería nauseabunda.
Generalmente no hay espacio para disertar sobre violencia, injusticia, corrupción o arbitrariedades cometidas en nombre de la ley, sobre salud, o en materia de educación, pues casi siempre, se apega a modelos desaliñados dirigidos a deformar profesionales.
Alejados de las responsabilidades propias de situaciones específicas, incluso de la honestidad como valor de moralidad.
Esos discursos pautan ilusiones que, escasamente se las creen aduladores de oficio y fabuladores de política. O ni siquiera así, pues muchos de estos personeros adoptan una actitud de total disimulo con la intención de certificar realidades a juro. Pero que su condición de aludir a realidades “imaginarias”, en política alcanzan un alevoso cometido capaz de ganar suficientes prosélitos necesarios para un próximo episodio político–electoral.
Tal es el nivel de ilusión que incita la verbosidad de dichos discursos cargados de simulada mofa y gruesa demagogia que, por lo general, es creída por ilusos e ingenuos para quienes las realidades son parte de un ensueño construido políticamente. Pero en el fondo se corresponden con inconsistentes objetivos expuestos y ordenados bajo un temple militarista.
Todo lo que deriva de tan mediocres chácharas, son meras mamarrachadas. Sólo comparadas con las chifladuras de cualquier obsesivo y petulante autócrata o déspota. Todo resulta ser, en cualquier situación que cohabite con el autoritarismo asumido como criterio de poder político, un insípido “abre comillas, cierra comillas”.
Todo suele compararse a un grotesco acto propio de ser repudiado pues encubre la intención burda de tapar el sol con el dedo (del poder político).