Con una querida amiga hablamos, corrientemente, de lo que le ocurre a la gente, cuando llega al poder. Mi amiga expresa, con sinceridad y sin tapujos: “el poder debe ser afrodisiaco, de lo contrario no se explica esa fascinación que la gran mayoría siente y no quiere dejarlo más nunca”.
Concuerdo con ella, algo debe sentirse, para que cristianos mortales, comunes y corrientes, no lo deseemos, mientras otros/as enloquecen con el poder.
Sería interesante, entrevistar a los que tuvieron poder, lo dejaron democráticamente, para saber cómo se sienten y si les gustaría volver al poder. Hay varios tipos de poder, me refiero aquí al poder político, el que creemos es de la sensualidad. Al que nos referimos con mi amiga.
En oportunidades escribí sobre el tema. Me he referido a las diversas clases de poder, por ejemplo, a mi preferido, “el poder del amor”.
Efectivamente, el amor es un poder maravilloso, verdadero, que no tiene nada que ver con el poder político. Lo grandioso sería que los políticos tuvieran amor por la política para sí alcanzar la cima de sus ambiciones y logros, en función del “amado pueblo”.
Tuve alguna vez un poco de poder, sería ¿poder académico? Tal vez. La cuestión es que no me gustó para nada. Ni la sensación, ni lo que otros veían en mí, ni la imposibilidad de hacer muchas cosas. Recuerdo la frase de un profesor ya fallecido: “No es lo que se quiere, sino lo que se puede, cuando se está en el poder”. ¿Será?
Volvamos al poder de políticos y politiqueros. Hay entre estos, los verdaderos políticos, quienes aman su trabajo. No son tantos, sin embargo, los hay. Hacen todo por cumplir promesas electorales y programas. Quedan, se observa, extenuados.
El caso de Don Rómulo Betancourt, quien después de haber sido presidente constitucional decidió no volver a intentarlo. Tampoco el Dr. Luis Herrera Campins quiso volver a la palestra.
Mientras Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, insistieron en un segundo mandato, la pregunta que surge de inmediato es: ¿Para qué se quiere tener poder?
He preguntado con curiosidad y hay quien responde con sinceridad: “Para mandar”. ¿Qué implica mandar? “Obligación de hacer la voluntad de quién gobierna y decide”.
Allí está el centro del problema. Los autoritarios se sienten dueños del poder de los otros. Lo ejercen y obligan a ciertas personas a someterse a su autoridad o poder, agresivamente o suavemente, dependerá de quien es el mandamás. Existe quien tiene poder y no lo usa. Hay quien tuvo poder y lo perdió, inesperadamente. Es el caso más dramático. Perdió el poder y no lo sabe: ¿Cómo, cuando, ocurrió?
El poder, como si fuera espuma, desapareció. ¿Qué hacer? Siempre que una disyuntiva acosa, la pregunta leninista, aflora.
Se trata de qué se debe, qué se puede hacer, en momentos críticos de situaciones políticas.
Recomiendo pensar con “cabeza fría” para tomar decisiones adecuadas. No dejar para última hora, decisiones trascendentales, actuar con consciencia adulta.
La toma de decisión resulta imprescindible en determinadas circunstancias, con el riesgo de perder algo más que la dignidad.
El proceso se desarrolla, paulatinamente, luego, en determinados casos, sin darnos cuenta, como una espiral, es un torbellino que se lleva todo ante nuestros ojos asombrados.
Efectivamente, cuando se pierde el poder: catástrofe en ciernes.
No saber evaluar la situación nos conduce a momentos límites. No lo digo yo. La historia “Magistra vita” (Maestra de la Vida) enseña como “heraldo de los tiempos” qué, cuando hay una crisis política prolongada y profunda sensación de incompetencia para resolverla, además de la certeza que los responsables son los dirigentes que no escuchan el clamor popular, la situación se vuelve, francamente insostenible.
Llegó el momento, para los cuestionados de “poner los píes en polvorosa”, según decía mi abuela. Si no quieren ser “devorados por la furia de las masas” deberán aceptar la propuesta pacífica del futuro presidente, que auspicia una transición democrática y en paz.
Los apurados, angustiados y desesperados tiene que calmarse hasta que haya la debida transición, para que se produzca entendimiento y organización y se actúe conforme a las leyes, la consciencia y la ética.
Habrá quienes más nunca volverán, sin embargo, conservarán la vida, la paz, bienes, (¿mal o bien habidos?). También entre los que emigraron, habrá quienes no regresarán.
Se debe intentar el encuentro con los valores del espíritu: de la tolerancia, la aceptación, para llegar al perdón.
Darse cuenta: todos somos mortales. Nada, ni nadie nos salvará de ese momento sublime al entregar nuestra vida terrena y entrar en el mundo de lo espiritual. Será el juicio final.
En efecto, complicado y difícil de entender y atender, para ateos o agnósticos, más sencillo para creyentes, no obstante, siempre complejo e inquietante.
No queda más remedio que darse cuenta de la trascendencia de la época y de las dificultades político-sociales-éticas que se deben abordar a partir de ese momento. ¡Dios ilumine y perdone a quienes han hecho tanto daño y no prolonguen más esta terrible circunstancia!
Casi 26 años son más que suficientes para que quede demostrado el fracaso de esa ideología y, de quienes la auspiciaron.
La gran mayoría de los venezolanos somos demócratas, quedó demostrado: al elegir el camino electoral para salir del régimen.
¡Actuaremos en consecuencia, con el favor de Dios! Para reconstruirnos, no olvidarlo: necesitamos libertad y democracia en PAZ.