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Religiones como intermediarias de Dios

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por: Miguel Galindo Sánchez

Hubo un tiempo en que el hombre reconocía a Dios en la tierra viva, en los páramos y en los bosques, en los ríos, en las montañas y los cielos, en los animales que le proporcionaban el alimento que necesitaban y el abrigo para sus cuerpos; lo sentía en la luz y el calor del sol y en las oscuridades de sus noches, en el trueno y en la lluvia, en los vientos y en las estrellas, que, en la muerte del día, pasaban sobre sus cabezas; lo encontraban en las cuevas donde se refugiaba y descansaba, en el fuego sagrado que le fue dado; se comunicaba con Él a través de su sueño y de sus sueños. El ser humano vivía a Dios y se vivía a sí mismo en Dios, a través de la naturaleza y de su propio ser creado.

Quizá fuese la más perfecta comunión del hombre con la esencia divina por medio del mundo al que fue entregado y que le fue confiado. Conforme iban conociéndolo y conociéndose, igual iban descubriendo su conexión – íntima – con Dios (que se divide a Sí mismo en Dioses = potencias naturales).

 Tenía toda la elementalidad de lo perfecto y toda la perfección de lo sencillo: Dios es la totalidad en la diversidad; el uno de muchos todos que son Uno solo.

Aquello que, en definitiva, vino a definir intelectualmente Hermes Trimegisto en los albores de las primeras civilizaciones y que dejó grabado en su Tabla Esmeralda (Egipto), “Como es arriba, así es abajo”, en que todo es lo mismo porque Todo es el Mismo  Dios  y aquí no hay más tea que la que arte ni más cura que no sea mi padre.

Los muchos dioses existen únicamente porque hay un solo Dios y a través suyo. Y encima, nosotros incluídos en el lote, como a Él le gusta.

Muchos milenios después, la ciencia desarrollada por la especie humana (ejemplo, la Física Quántica) se encargaría de dar oportuno “Fiat” a todo lo dicho, mediante su demostración termodinámica energía-materia-masa-forma, y demás leyes inteligentes por la que todo se rige.

Vale… El primer problema que surgió es que aquella primera élite de humanos, más pensantes que pensadores, se dijeron a sí mismos: ¿porqué no montarse una religión con estas verdades, que para el resto aún es nebulosa, y que vengan a comer de nuestra mano, al tiempo que los dominamos en propio beneficio?, ¿Por qué lo que es de todos no hacerlo nuestro solo?.. Y dicho y hecho. A partir de ahí, según qué cultura, comenzaron a surgir divinidades pagadas y pegadas a sus propios sacerdocios unívocos. Toda una casta sacerdotal nacida del manejo de la verdad para falsear su verdad, y ocultar la absoluta al resto de los demás. A partir de ahí, las civilizaciones se montaron sobre dos columnas: sacerdotes y fieles.

Lo primero que se prostituyó fué el sentido de su propia definición: religión proviene del latín re-ligare, vuelto a unir… cuando, justamente, lo que hicieron fue todo lo contrario, des-ligare, soltar lo que estaba atado. En realidad deberíamos de llamarla desligiones en vez de religiones, pues han separado al Hombre de su Dios al que estaba unido, para erigirse ellos en medio como únicos y exclusivos intérpretes y representantes de ese mismo Dios, al que han desmontado y vuelto a montar según sus intereses, para usarlo con personas a las que han convertido en gente, en masa, y las utilizan a través de manipuladas tradiciones; de ritos, normas y dogmas.

La estrategia es simple: para que la religión organizada tenga éxito tiene que hacer creer al personal que la necesita; para que los humanos pongan su fe en algo, primero han de perderla en sí mismos; entonces te hacen ver que ella, la religión, tiene las respuestas que tú no tienes (Jesucristo dijo que las buscáramos dentro de nosotros mismos); y por último, inducirte a aceptar sus respuestas como únicas válidas y además, incuestionables.

Por eso que la religión no puede permitir que pensemos por nosotros mismos y nos inocula un sistema de pensamiento ya elaborado, digerido, dirigido y controlado.

De ahí que lo primero sea, hacernos dudar de nuestras propias capacidades – que el mismo Dios nos ha concedido a todos, por cierto – e implantarnos el “temor de Dios”, que es más un temor a Dios, y que ha sido la más perfecta y nefasta de las ideas inyectadas. Por el miedo se consigue el poder y por el poder se llega al dominio… elemental, querido Wattson.

Es la que ha hecho al hombre inclinarse a Dios por puro temor, cuando antes se alzaba ante Él como un hijo ante un padre; lo que ha hecho al hombre avergonzarse de su propio cuerpo y su propia alma haciéndolos objetos de “pecado”, concepto hominoso y horroroso, aliado de un infierno inventado, cuando antes era el instrumento de Dios con Dios y como Dios mismo; la que se ha puesto a sí misma de intermediaria ante un Dios que no precisa de intermediarios; la que se ha colocado ella misma por encima del hombre, y al hombre por encima de la mujer, diciendo que es a “imagen y semejanza” de Dios, cuando es justo al revés: que hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza…

…La que ha creado, en definitiva, la desunión, que es lo puesto al mismo Dios, que es Unidad, y encima, unidad perfecta.

En una ocasión, Jesús, el llamado Cristo, dijo algo así como que “vuestro cuerpo es vuestro templo, porque allí, dentro vuestro, reside el Padre, y vosotros sois sus sumos sacerdotes”. No se necesitan grandes obras construídas con la sangre de los hombres, con enormes riquezas en su interior cuando la gente muere de hambre en su propio mundo; ni enormes curias viviendo como ricos entre los pobres. Dios es ciencia y conciencia, y el gran templo de esa conciencia es uno mismo por sí mismo… Es Su palabra, no la mía.

Miguel Galindo Sánchez / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com

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