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REFLEXIONES DESDE EL HOSPITAL

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Miguel Galindo Sánchez

Lo había leído de reflexión en un libro: Los seres humanos vivimos dos caras de una misma vida. Se dan lentamente, poco a poco, como para que, cuando nos demos cuenta, no podamos hacer otra cosa que sentir su sabiduría. En la primera parte nos acostamos cada día con el deseo de lo por hacer, del cambio constante, del camino hacia adelante, de los proyectos por vivir, incluso de la impaciencia… Es como el andar, que el mismo pie que avanza para adelantar es el mismo que, en el caminar, queda retrasado para apoyar y reafirmar lo andado… En la segunda parte, sin embargo, nos acostamos cada día con el deseo de que nada cambie, de que nos conservemos en nosotros mismos, de que todo dure un día más, del “virgencita mía, déjame como estoy…”

Pero las cosas tienen la marca de la decadencia en la marcha de la naturaleza. Es la entropía, el movimiento holístico universal… Tres días antes de acabar el año, me dicen desde mi hospital de referencia que he de ingresar para realizarme unas pruebas de cierta consideración: una hemorragia que tuve de colon hace un par de meses, parece que provocó una contrareacción tipo trombótica, que me pudo producir, un mes después, un episodio epiléptico, a resultas de cuyas convulsiones sufrí una fractura interna de tibia, lo que me forzó a una sobrevenida lumbalgia de narices… Ustedes, que están en todo su derecho, se reirán, pero en este último ingreso al hospital también perdí un diente… Lo peor de la racha es que, al día siguiente, ingresaron a mi esposa por causa de una cuestión bacteriana. Mismo hospital, habitaciones separadas.

Por favor. Hagan un esfuerzo e imaginen el panorama… Aquellos que me conocen saben de mi acidosis por la Navidad; mis anuales y repetitivos autos de contrafé; mis consagradas manifestaciones antinavideñas, y mi rechazo visceral de cuanto representa el total de su versión sacrosocial y hedoniconsumista. Bien, vale. Pero no deseo a ningún enemigo pasar una Nochevieja así en un hospital con un rosario de calamidades por uvas, y con los más esquivos sentimientos como compañeros de la más fría soledad… Entendí que no existe medida para la tristeza, como aprendí del personaje de un libro que acababa de leer (El Niño que Perdió la Guerra), todo un universo en solo nueve palabras: “Perdona a los demás, y perdónate a ti mismo…”

Y comprendí que LOS demás significa LO demás. Todo lo demás. Absolutamente todo. Especialmente aquello que menos nos gusta… Y que no odiar no significa tener que aceptar; como tolerar tampoco significa justificar; y que el todo no es la parte, por minúscula que ésta sea. Que, a veces, lo aparentemente insignificante vale mucho más que la totalidad, por ostentosa que pueda parecer… Que, a lo mejor, puede ser, quizá, el 0´5% de la Navidad sea la joya de la corona entre el 99´5% de la mierda restante… Y que mi obligación era descubrirlo y valorarlo.

No habían dado las doce, cuando me sonó el móvil… Era de La Voz de Tus Escritos, un colectivo literario con sede en Tucumán, Argentina, de 25.000 miembros y 70 grupos culturales adheridos. Un Jurado de 300 escritores de lengua hispanoamericana me habían nombrado Escritor Destacado del año 2024… Acompañaba al Diploma de Honor una extensa lista de personajes y organizaciones que se suman al tal – creo que inmerecido sin pecar de falsa modestia – favor que me hacen… Al día siguiente me aclararon por videoconferencia que era debido a la difusión de mis escritos por HEY!, una enorme caja de resonancia, siendo el mayor portal hispanohablante del mundo.

Segundos antes del cierre del año, fue como una sencilla cerilla rasgada en un asedio de tinieblas. Cuanto más densa es la negrura que a uno rodea, más parece brillar el pabilo de la vela más pobre… Es lo que les quería dar a entender en el humilde intento de dibujar la alegoría de hace un par de párrafos. El valor de lo pequeño ante lo apabullante; el detalle que no valoramos; la perla en el contenedor de la basura… En mi particular y personal bienvenida a un 2025 en el que se esconde de la falsa grandeza la auténtica pequeñez. Solo está en atinar a encontrarla, saber distinguirla y asignarle su justo valor… Y es que, el exceso y derroche de led´s no nos deja ver la luz escondida.

Así que me he construido un propósito para conmigo mismo: hacerme un cuadro del arte más descaradamente naif que imaginarse pueda, con todos los parabienes y adhesiones, y colgarlo en una parte destacada de alguna pared de mi casa. Paso de comentarios sobre gustos y/o estilos, solo hablo de profundidad, de significado… Y cada vez que lo vea recordaré las navidades más amargas de mi vida, y de las que nunca quise celebrar; y la satisfacción y el valor de la más humilde candela encendida ofreciendo su calor; y lo entendí en el filo de la media-noche a la que llaman vieja.

Y cada navidad de las que me queden por vivir (que tampoco serán tantas ya, aunque espero que sí, al menos, apacibles), miraré la orla, y las haré mías a mi manera, a mi forma, a mi sentir, a mi cercanía, a mi vivencia y a mi querencia; y las celebraré según mi íntimo y personal rito, en agradecimiento a los que residen en mi memoria, y disfrutando de los que residen en mi presencia… Sin alharacas, pero también sin huidas a ninguna parte.

Esta es la lección aprendida y el propósito compartido con todos vosotros, los que aún me leéis y acompañáis. Y soportáis… Os hago testigos y fedatarios de mi experiencia, que, si no es la madre de la ciencia, como dicen, sí que es la hermana de la conciencia.- Paso el borrador escrito por whatsaps en fotografía a un colega del otro lado del charco, y me suelta que “es el mejor cuento de navidad después de Díckens”… Le agradezco el cumplido por exagerado, aún advirtiéndole que prefiero la sinceridad a la adulación. Pero quizá lo que quiere decir es que es MI cuento de navidad… Pué ser…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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