El primer día de un mundo sin minería, se eliminarían aproximadamente 4 millones de empleos formales.
La extracción de minerales, metales e hidrocarburos del suelo es una de las industrias más antiguas de la humanidad.
La minería alimenta el mundo moderno, pero también causa un gran daño ambiental. La sociedad depende más que nunca de una amplia variedad y mayores volúmenes de los materiales extraídos.
Cada vez preocupa mas que el costo ambiental de la contaminación y la pérdida de biodiversidad causadas por las minas, así como los impactos sociales causados a las comunidades locales, puedan superar los beneficios de la minería.
¿Y si detuviéramos por completo la extracción de combustibles fósiles y minerales?
Es un escenario poco probable, sin duda y causaría dificultades, especialmente si sucediera de repente.
Imaginar un mundo sin acceso al subsuelo permite examinar cuán dependientes somos de la extracción.
Victor Maus, investigador en geoinformática y sustentabilidad en la Universidad de Economía y Negocios en Viena, Austria, pasó los últimos años revisando imágenes satelitales de la superficie de la Tierra para estimar el área total que se dedican a la minería.
Descubrió que los sitios mineros cubrían alrededor de 100.000 kilómetros cuadrados. «Y esas son solo las minas activas», dice Maus.
El primer día de un mundo sin minería, se eliminarían aproximadamente 4 millones de empleos formales.
Pero la cuenta no se detendría ahí. «Hay una cantidad de personas que dependen indirectamente de los sitios mineros», dice Eléonore Lèbre, investigadora en la Universidad de Queensland (Australia) de los impactos sociales de la minería.
«En las áreas rurales, con operaciones mineras durante décadas, hay comunidades que han llegado a depender de ellas», agrega Lèbre. Así, más de 100 millones de personas perderían su sustento. Pero estos impactos no quedarían confinados a esas comunidades. Ya que pronto se verían consecuencias masivas en la sociedad.
«La energía sería la principal preocupación», dice John Thompson, consultor minero y profesor de sustentabilidad en Vancouver.
«El carbón sería el primero en irse y, como ocupan tanto espacio, las centrales eléctricas no pueden tener muchas reservas», agrega.
Con el 35% del mundo todavía dependiendo del carbón para la electricidad, pocos países escaparían de una crisis energética. El uso del carbón para la generación de electricidad varía en el mundo: es el 5% en América Latina y el Caribe, pero en Chile es el 22%.
Más aún, es de 63% en China y 84% en Sudáfrica, por lo que pronto se sentiría la desigualdad energética entre los países.
Para enfrentar la menor oferta de electricidad, los gobiernos podrían comenzar a mirar hacia el pasado. En huelgas mineras de Reino Unido en la década de 1970 se impusieron apagones continuos y la racionalización de la electricidad. «La política de tres días a la semana podría regresar», dice Thompson, refiriéndose a cómo el gobierno británico redujo el trabajo a tres días en lugar de cinco por la escasez de electricidad.
Un efecto indirecto, pero paralizante, sería el corte de las comunicaciones.
Internet, muchos de cuyos servidores aún dependen de la electricidad a base de carbón, se vería recortado.
Las redes de telefonía celular pueden durar más, pero con menos electricidad en la red, cargar dispositivos podría convertirse en un lujo.
Poco después, los materiales voluminosos escasearían. Las cantidades almacenadas de arena y grava, esenciales para elaborar hormigón, son relativamente bajas y se agotarían en dos o tres semanas, dice Thompson.
«La arena y la grava son los materiales sólidos más extraídos en masa», dice Aurora Torres, quien investiga en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) las presiones ambientales del uso de la arena.
Existe cierta capacidad para reciclar hormigón usado, pero la cantidad que se usa de hormigón fresco supera con creces las tasas de reciclaje actuales. También habría problemas de calidad. «La mayor parte del hormigón reciclado sirve para usos de grado inferior, como la construcción de carreteras», dice Torres, y la construcción de nuevas viviendas se desplomaría a corto plazo.
Mientras tanto, la temperatura en las casas se volvería cada vez más incómoda a medida que las reservas de gas comiencen a agotarse en pocas semanas, reduciendo la energía para calefacción y refrigeración.
En economías que dependen de centrales eléctricas de gas para la electricidad, como Emiratos Árabes Unidos (95%), Bolivia (71%), México (62%), Rusia (45%), EE.UU. (41%) y Argentina (34%), los apagones serían más frecuentes.
«Después de unos dos meses, las cosas se pondrían realmente interesantes, ya que la detención de la minería afectaría a los metales», dice Thompson.
Muchos metales extraídos se negocian a través de bolsas en Londres y Nueva York, donde las cifras negociadas denotan el movimiento real de las existencias físicas en almacenes de todo el mundo.
Para el cobre, un excelente conductor que es esencial para casi todos los productos electrónicos, las reservas se reducirían a nada en unas seis a diez semanas, estima Thompson. Esto llevaría a que el precio de los metales se dispare, y con ello su robo.
La escasez revelaría hasta qué punto los metales se han convertido en el alma de la sociedad.
En al menos 18 países, los minerales metálicos y el carbón representan más de la mitad de todas las exportaciones; para algunos es más del 80%.
En un escenario sin minería de metales, todas las economías de países como Surinam con su minería de oro industrial, la República Democrática del Congo, donde el cobalto es el rey, y Mongolia, un exportador líder de cobre, estarían en riesgo.
«Sería el fin de la sociedad tal como la conocemos hoy«, dice Simon Jowitt, geólogo económico de la Universidad de Nevada, Las Vegas, señalando que extraemos más ahora que nunca antes.
Un buen ejemplo de nuestra creciente dependencia de los metales es el teléfono celular promedio, señala Jowitt. En la década de 1980, un celular necesitaba unos 20 elementos diferentes. Un teléfono inteligente nuevo necesita más del doble.
Alrededor de tres meses después del final de la minería se terminarían las reservas de metales de tierras raras y otros metales útiles para la tecnología, lo que generaría preocupación para las industrias farmacéutica, automotriz, electrónica y de la construcción.
Esto conduciría a un desempleo masivo en «una escala nunca antes vista», dice Thompson.
En el momento del colapso de las cadenas de suministro, las reservas de petróleo finalmente se agotarían.
La producción de gasolina, diésel, plásticos y asfalto para carreteras llegaría a su fin. Y con ellos, la era de los combustibles fósiles.
Después de unos meses, los suministros mundiales de alimentos estarían en crisis.
Se estima que el 50% de la producción de alimentos depende de los fertilizantes sintéticos, que se componen de diversas fórmulas de fósforo, potasio y gas natural.
Las energías renovables, sin embargo, serían los reyes definitivos.
Las naciones con la mayor generación de energía renovable por persona tendrían una gran ventaja.
Islandia y Noruega en Europa, o Costa Rica y Uruguay en Latinoamérica, que obtienen casi toda su energía de fuentes hidroeléctricas y geotérmicas, estarían entre las naciones mejor equipadas para capear la situación.
La paradoja de las energías renovables es que, en su forma actual, necesitan volúmenes sin precedentes de materiales extraídos no renovables. Los paneles solares demandan grandes cantidades de silicio para los semiconductores de sus células.
Las turbinas eólicas necesitan metales de tierras raras como el neodimio para los potentes imanes que generan electricidad con el giro de las aspas.
La investigadora de minería y biodiversidad Laura Sonter y sus colegas advirtieron que extraer los materiales necesarios para la energía renovable aumentará las amenazas a la biodiversidad.
Una carrera sin precedentes en la investigación podría conducir a avances en la tecnología de reciclaje y el diseño circular.
«Los productos se diseñarían para que duren más o para que se puedan desarmar más fácilmente y los componentes se devuelvan al sistema», dice Thompson.
Esto sería un cambio radical para la industria tecnológica, que hoy en día produce baterías que son notoriamente difíciles de reciclar.
La investigación podría canalizarse hacia métodos para extraer metales sin minería, como la electrólisis del agua de mar y las salmueras.
«También puede haber el desarrollo de nuevos biomateriales que podrían imitar o reemplazar el papel de los metales», dice Thompson.
«Afortunadamente, estos probablemente serían más reciclables».
Si se detuviera toda la minería, una mina abandonada puede tener una contaminación crónica durante cientos, si no miles de años», dice Lèbre. Evitar una catástrofe ambiental y limpiar todas las minas del mundo costaría cientos de miles de millones o incluso billones.