Por: Miguel Galindo
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Soy consciente que he escrito varias veces sobre el concepto de “Tiempo”… Y que puedo llegar a ser hasta cansino.
Pero miren, cuando trato de alguna cosa, suelo dejar lo que yo llamo un “margen de olvido” y en comprobar si los que me suelen seguir se despegan del tema, o no. Y en éste es el caso que, a tiro de almanaque, siempre hay alguien que vuelve a preguntarme algo, a soltarme alguna idea, a prepararme alguna trampa que llevarme al coleto… Y el tiempo es algo que se presta mucho a ello, ya que, lo que en realidad existe, es nuestra sensación de “tiempo”, no el tiempo en sí mismo, como tantas veces he repetido.
En esta ocasión, mi interlocutor de turno me pregunta, con cierta sorna, que si el tiempo es uno solo, o hay muchas clases de tiempo distintos… Me va a permitir, si no le importa, que le conteste don Albert Einstein, que es el que sabía más de eso y no yo, como resulta evidente y consecuente.
Nuestro gran físico, padre y madre de la Teoría de la Relatividad como ya saben, decía que las personas pensamos mal y que podemos cometer un error de apreciación bastante común: que constantemente ignoramos el tiempo que tarda la luz en su velocidad de propagación, ya que nosotros captamos la referencia de la existencia de los objetos por el sentido físico de la vista.
Ejemplo: confundimos lo “simultáneamente visto” con lo “simultáneamente sucedido”, esto es, que vemos cosas que ya no existen como resultado de confundir nuestro tiempo personal con el tiempo… digamos “real”.
Reiterando el ejemplo, hoy miramos el firmamento y vemos estrellas a las que damos significado de existencia, cuando hace millones de años que dejaron de existir. Eso quiere decir, ni más ni menos, que nuestra experiencia sensorial no se ajusta a otra realidad que la que captamos con nuestro cuerpo físico, pero que eso no garantiza que sea la auténtica realidad.
Nuestro humano problema estriba, en cuando decimos al de al lado y a nosotros mismos, nuestro peor axioma: el de “a mi me vale, pá qué calentarme la caeza”… y como aparentemente nos sirve, anteojeramos las entendederas y nos cerramos y encerramos en nuestros errores de percepción…
Afortunadamente, pensadores, filósofos, investigadores y científicos tienen desterrados de sus más básicos principios el suicida “amimesirve”, porque si así no fuera, la humanidad no hubiera despegado del paleolítico.
Los avances han sobrevenido por la apertura mental de muchos adelantados, no por el cierre mental de todo el resto de los atrasados. Y no quiero con esto ofender a nadie ni a ningunos, que “cá cual es cá cual”…
Nuestras vidas desembocan en la existencia y es la que contiene todas y cada una de las nuestras…
Etimológicamente, ex/istencia, como casi todo, viene del latín, y significa literalmente: “estar fuera”.
Legítimamente nos podemos preguntar, ¿fuera de qué?, y acertaríamos si respondiéramos: de nosotros mismos, de nuestras propias limitaciones físicas, intelectuales y morales, de nuestra propia caverna platónica… Ex/istir es estar fuera de nuestra cómoda y abrigada cáscara, de nuestra auto fabricada jaula de pensamiento restringido. Es posible que esa jaula sea nuestra vida, pero volar de ella es nuestra existencia.
Volar y tomar altura, por cierto, porque volar para estar pegado al suelo como un pingüino es un desperdicio, e incluso un insulto para la inteligencia y no sé si a la propia dignidad… El que está en lo alto puede adivinar (abarcar) el futuro del que pisa abajo. Y no es un milagro, sino pura y dura física, se llama perspectiva. ¿Dice usted que no?.. sopese el siguiente ejemplo, si me hace el favor:
Al lado de un camino había un par de siervos de la gleba charlando de sus cosas y de sus cuitas y disputando sobre sus casos.
Uno decía al otro que él podría adivinar el futuro si quería y el segundo le contestaba, riendo, que eso era imposible…
“Aguárdeme un tanto, maese Juan, que me retire un momento a evacuar un pronto que me ha sobrevenido”, no sin antes aclararle que, una vez satisfecha la urgencia, le hará una demostración de lo que hablaban. “Hágase pues como dice”, le contestó solícito el tal Juan Calles.
Salió disparado tras una acusada loma y al poco regresó ufano y satisfecho… “Antes de que oscurezca, pasará ante sus narices una majada de ovejas con un pastor tocado de puntiagudo gorro colorado”, le espetó el vendedor de futuros… Efectivamente, antes del anochecer pasó ganado y pastor, tal y como se le había predicho.
Ante su pazguata sorpresa, su amigo le explicó el milagro. Lo único que hizo fue aliviarse en la cota más elevada de la loma, observar lo que veía a lo lejos de la vereda, hacer unos simples y elementales cálculos, y… adivinar el futuro al que esperaba abajo.
Todo es cuestión de tomar altura, de coger perspectiva, de tomar horizontes… de tener “altura de miras”, que de ahí mismo y no de nada especialmente náutico, viene el vocablo Almirante. Pero para lograrlo, hay que romper la estática, los moldes establecidos, las tradiciones que nos atan al pasado y des-posicionarse (también lo otro) de muchas cosas y des-cajonarse (también lo otro) de otras tantas, e irse a cagar a lo alto de una loma…
Ya Einstein nos advirtió de la relatividad que hay en lo que tenemos por seguridad. Y dejó de ser una teoría para pasar a ser un hecho, un axioma científico, comprobado y comprobable, una verdad como la copa de un pino.
Nuestro problema es que los pájaros y los ángeles mean más alto que nosotros porque tienen alas y saben usarlas y nosotros hemos encogido las nuestras hasta hacerlas desaparecer…