Por: Miguel Galindo Sánchez
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Algunos/algunas me echan en cara – sus razones tendrán – que mis invectivas contra la Iglesia como Sancta Institutione son como una especie de venganza que me tomo, por los oscuros, tenebrosos y plomizos años de mi niñez y juventud, en la que nos atemorizaban (aún lo hacen) entre las garras del pecado y la amenaza del infierno… Lo cierto es que, aunque así pueda parecerlo, no es realmente cierto tal cual.
Así que, con el permiso de todos los que, a pesar de pensar así, aunque están en todo su derecho, siguen leyéndome, me voy a tomar la libertad de matizar un par de cosas: primero, no son invectivas, sino la constatación de los hechos y segundo, no es vendetta, sino permitirme una pedorreta.
Es que, ya que viene a cuento, convendría muy mucho que el personal tomáramos conciencia cabal de la teología católica, impartida durante más de dos milenios, sobre su apropiado, retocado y vendido cristianismo, que es una suerte de falacia con la que captar esas precisas – y preciosas – conciencias, en beneficio de su exclusivo poder temporal mundial, influencias, riquezas, estatus, lo que haga falta para someter a toda la gente a sus ritos, a sus hormas, a sus normas y a sus dogmas.
Hasta hoy, que siguen en su teología, te enseñan a que tu vida existe como una prueba, una tentativa procelosa, para guiar tus pasos a que sean dignos de un “mérito” que solo ellos poseen en exclusiva, y deciden por ti, y te valoran, examinan y controlan como un Sanedrín… Pero si tú crees que tu vida existe como una oportunidad, un proceso, un propósito, por el cual empiezas a (más que a “descubrir”, a “recordar”) que eres el “heredero” de esa dignidad que te fue dada, y luego despojada por voluntad propia, entonces arremeten contra ti, vade retro, y te anatemizan, te excomulgan y te condenan al fuego eterno, desde aquí mismo ya hacen de tu vida un infierno.
Si tomas a Dios como una ego-identidad que te exige tu atención, adoración, temor y sometimiento, bajo pena de castigo, que ellos administran; e incluso, si hay que matar para lograrlo, se dirá de ti que eres un buen cristiano, cruzado y servidor de la santa causa… Mas si crees en un Dios carente de ego y de cualquier identidad o personalidad, pero como la fuente de todo y toda sabiduría y conocimiento, así como de un amor, aceptación, comprensión y perdón eterno e incondicional, porque no está hecho a nuestra imagen y semejanza, como nosotros queremos, entonces te conviertes en una persona peligrosa que estás minando la base de su poder, basado en el miedo y el temor (antes, terror).
Si aceptas el Dios bíblico antiguo-testamentario, el de las batallas, celoso en su amor sagrado, vengativo en su castigo, enojado e iracundo, serás alabado y nombrado caballero de alguna Orden o cofradía que se emplee en santas causas persecutorias… pero si haces de tu Dios un Padre/Madre, dios/diosa, pacífica, justa y sabia, perdonadora y aceptadora (puedo hacerlo en género masculino pero no me da la gana, bastante tiempo ha regido el machismo sacerdotal de los de la Torah, con la participación católica), entonces se te acusará de blasfemo, impío y no sé cuántas cosas más; y si, encontraran poder externo, te enviarían a los tribunales, te crucificarían y te expondrían en el humilladero público.
Y es que, durante demasiados siglos, se nos ha hecho creer que no se puede reconocer y complacer a Dios sin reconocer y complacer a “su” Iglesia. Error total… Dios no tiene Iglesias. Ninguna iglesia.Y mucho menos una más verdadera que las otras. La simple verdad es que Dios no necesita iglesias, pero las iglesias sí que necesitan a Dios. Es el modo de justificarse a sí mismas, ya que a Dios no le es preciso justificarse a Sí mismo a través de ninguna religión.
Jesucristo, si a Él acudimos, vivió rodeado de sinagogas y de la influencia del Templo, donde acudia de vez en cuando para tratar de ilustrar en la verdad, pero dijo a quiénes querían escucharle, que Dios hablaba a cada persona en el interior de sí misma, y que los templos, todo templo externo y ajeno, sería destruído sin que quedara piedra sobre piedra. No dijo cuándo ni cómo se cumpliría, pero había de implantarse antes aquí un por Él llamado Reino de Dios, que, por cierto, ni entonces, ni tampoco ahora, aún es de este mundo… Aún no, al menos.
El ser humano actual ha recorrido un largo camino con respecto a él mismo (no, desde luego, para Dios, omnisciencia absoluta). Ha sido troglodita, ha matado por cualquier motivo: trivial o tribal; ha guerreado, robado, violado, asolado y esquilmado; hemos sido asesinos y santos, fanáticos y fundamentalistas – y aún lo somos – en un inacabado proceso de entendimiento y superación… Y no han sido otros, hemos sido nosotros, nosotros mismos. Aún estamos en fase de perfección, como decía Rousseau, a medio terminar, a medio “recordar” lo que en verdad somos.
En ese recorrido, nosotros mismos, el género humano, hemos inventado religiones e iglesias para justificar a un Dios que obra directamente en cada una de sus criaturas sin intermediación alguna, pero que tolera todos nuestros caminos, por errados que sean. La imagen y semejanza humana la hemos basado en la obtención de poder, riqueza e influencia…
…Pero eso ya solo son muletas que frenan y entorpecen más que ayudan en nuestra andadura evolutiva… Son llegados los tiempos en que los seres humanos comiencen a andar por sí mismos, sin más tutelaje que su propio equipaje; interesados solo que en la construcción de su propia “conciencia”, que no es otra cosa que “consciencia”… Por nuestros frutos nos iremos conociendo – y re-conociendo – a lo largo de todo el camino.