Unas 300 familias del archipiélago Guna Yala son desplazadas por el cambio climático a una barriada en la montaña construida por el Gobierno de Panamá.
La isla de Cartí Sugdub, la más poblada del paradisíaco archipiélago panameño de Guna Yala, está de mudanza.
Según los estudios del Ministerio de Ambiente de Panamá, para 2050 ninguna de las 365 islas del Caribe será habitable por la rápida subida del nivel del mar a causa del calentamiento global. Por eso, el Gobierno ha desplazado la primera semana de junio a unas 300 familias costeras de la etnia guna hacia Isber Yala, una barriada de 300 casas idénticas de 40 metros cuadrados. Las viviendas hechas con PVC y concreto [hormigón] fueron construidas en 14 hectáreas que paradójicamente se deforestaron en una zona montañosa para la construcción.
Esta es la primera vez que un Estado latinoamericano se hace cargo de la reubicación de una comunidad completa de refugiados climáticos, según ha confirmado el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Tras más de 20 años de estudios, el Gobierno ha invertido 12,2 millones de dólares en crear la infraestructura necesaria para albergar a más de 1.300 personas que desde este mes han empezado a vivir en tierra firme, a una hora de camino por carretera y lancha hasta su isla originaria. Las mudanzas comenzaron aún sin agua ni luz en la barriada. Atilio Martínez, historiador guna, señala que no se irán.
“El Gobierno construyó cajas de fósforos que no tienen en cuenta nuestras tradiciones indígenas”, dice. “No nos tuvieron en cuenta. Nos sacan corriendo de aquí como si se fueran a hundir mañana. No es así ni vamos a ser los únicos”. Como Martínez, muchos vecinos temen que con el traslado se pierda su cultura y sus raíces y lamentan la mirada “occidental” del proyecto de desplazamiento.
La comarca de Guna Yala lleva décadas adaptándose a la subida del nivel del mar. Entre otras cosas, han ampliado la isla con relleno de corales y cemento y han ido arrimando las casas de la orilla al centro. Aunque no todos hablen de cambio climático, están en la primera línea de sus efectos y hasta tienen una expresión para nombrarlo: neg bonniguana, que quiere decir “nuestra casa común se está enfermando”. Si bien en la Bahía de Panamá (Pacífico) el nivel del mar aumenta 1,5 milímetros por año, en el Caribe los datos de la estación de mareas de la Universidad de Hawai revelan aumentos de seis milímetros anuales, según el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI).
Este fenómeno sumado a los fuertes e impredecibles eventos de El Niño y La Niña y a la rápida expansión urbana han acelerado el deterioro de las costas.
Para Iniquilipi Chiari Lombardo, cofundador de Tv Indígena y uno de los líderes más jóvenes de la comarca, que decenas de isleños no tengan pensado mudarse es resultado de un fallo del Gobierno. “Faltó educación sobre el cambio climático. Muchos piensan que es mentira y hay otros que no se van porque querían casas con mucho más espacio para sembrar ya que iban a tener que renunciar a la pesca”, comenta. “Cuando llegaron con la llave en mano, lo aceptaron sin pensarlo dos veces, pero faltó involucrar a los liderazgos locales, faltó sensibilización…”.
La reubicación de Cartí Sugdup será una suerte de prueba de los otros 63 desplazamientos isleños que el Estado panameño planea llevar a cabo “muy pronto”. Ligia Castro de Doens, directora de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente de Panamá, calcula que este año puedan trasladar otras tres islas de la comarca y posteriormente el resto. “Son todas comunidades pobres, indígenas y afrodescendientes y calculamos que eso costará 1,2 billones de dólares. Es mucho dinero, pero hay que hacerlo antes de 2050. Para entonces no quedará ninguna isla en pie”, alerta. Para los guna, esta es la crónica de una muerte anunciada.
Los países vecinos miran de cerca a Panamá
La iniciativa panameña está siendo observada con mucha atención por otros países latinoamericanos con problemas parecidos. La doctora Sabrina Juran, asesora regional en Población y Desarrollo de Naciones Unidas, considera que este tipo de desplazaientos podrían volverse inevitables. La situación en Guna Yala actúa como un plan piloto que podría ser replicado en otros países. Las lecciones aprendidas aquí serán cruciales para guiar estrategias de adaptación requeridas en la región y más allá. Así lo indican los datos. Según estimaciones de la ONU, hay más de 41 millones de latinoamericanos que viven en zonas bajas y costeras que enfrentan riesgos similares. Son más del 6% de habitantes de la región.
El presidente Cortizo señaló que esta era la última de sus medidas durante su mandato, que culmina el 1 de julio. A pesar de las bajas emisiones de CO₂ del país, Panamá cuenta con un nivel de vulnerabilidad al cambio climático severo al año 2030. Aquí, prácticamente uno de cada 10 panameños viven a menos de 10 metros sobre el nivel del mar.
A pesar de los grandes esfuerzos del Gobierno panameño, este nuevo asentamiento —que también cuenta con una escuela, centro médico, una casa de la chicha y una cancha de fútbol— ha despertado las críticas de los nuevos vecinos que lamentan que la infraestructura no tuviera nada que ver con la arquitectura indígena y que la reubicación se diera en un territorio montañoso, a más de un kilómetro del mar; el principal medio de vida de la comunidad guna. Varios ambientalistas reclaman también al Gobierno que se talaran 14 hectáreas de bosque para el proyecto.
Esta etnia, oriunda de Colombia, llegó a la costa panameña huyendo de la malaria y conflictos armados hace más de 120 años. A pesar de ser isleños, siempre han enterrado a sus muertos a las orillas del río, en el continente. Sus cuentos y canciones pivotan alrededor de un mismo deseo: volver a tierra firme. “Siempre hemos mantenido un cordón umbilical con la selva y los ríos”, explica Atencio López. “Estamos volviendo a donde los ancestros nos dijeron que volveríamos. Ellos nos avisaron de que sería por la furia del fuego y del agua. Sabía que volveríamos, pero nunca imaginé que se refirieran a eso, a la emergencia climática”.