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Los cerdos de Epicuro

No rehusarse a sí mismo de cuanto pueda permitirse, pero sin perder la cabeza, con extrema cordura – aconsejaba – sopesando si hay también para los que te rodean.
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Por: Miguel Galindo

No hace mucho, intercambié unos e.mails con un joven y cultivado lector. Me entristeció un poco (no me alarmó, porque lo considero suficientemente inteligente como para admitir y sopesar un “pero”), que el concepto de “epicureísmo” lo asociara al hedonismo actual, sobre todo porque parecía justificar a los de su generación, en cuanto al que fue el padre de tal filosofía disolvente.

En realidad, no fue así mi querido amigo. La avidez por el tener, por el estar y por el gozar por encima de toda medida y prudencia – la medida la ponemos y nos la ponen a través de nuestra propia inconsciencia e ignorancia – no es, en modo alguno, la doctrina epicúrea, sino una degradación de la misma, para así justificar intelectualmente los excesos.

Hace más de 2.000 años, en la antigua Grecia, mientras Platón y otros importantes filósofos abrían escuelas de pensamiento, donde versaban y formaban a políticos, futuros dirigentes e hijos de ricos hacendados, Epicuro compró una casa con un extenso jardín en las afueras de Atenas, desde dónde abrió sus puertas a mujeres (impensable entonces), niños, esclavos, ancianos, y pobres y ricos sin mirar el peso de la bolsa de unos y otros… En su academia el dinero del rico se transvasaba a cubrir las necesidades del pobre; el trasfondo de indigencia, dificultades y miserias de aquella sociedad pobre y de clases, en la escuela epicúrea era allanado. El mismo Epicúreo vestía rasilla y se alimentaba de pan, queso y olivas.

Como verán, este hecho, rigurosamente histórico por lo demás, no encaja bien con la idea de que el epicureísmo es darse a la vida placentera sin ningún tipo de miramiento más que el del propio egoísmo… Lógicamente, han de existir unos matices lo suficientemente importantes como para incidir en ellos. Si en el tiempo presente se procura borrarlos, ignorarlos o soslayarlos, no es por otra razón que un intento de desterrar el pensamiento y el razonamiento en el ser humano actual.

En realidad, lo que Epicúreo transmitía era no prescindir de nada, “pero todo con prudencia, mesura y medida”.

No rehusarse a sí mismo de cuanto pueda permitirse, pero sin perder la cabeza, con extrema cordura – aconsejaba – sopesando si hay también para los que te rodean.

El filósofo cuestionaba el consumo codicioso, “que agota y esquilma” y sobre todo, que nos anula como personas. Epicuro hablaba de “cultivar una libertad inteligente y sensible, compartida, consentida y sin compulsiones”… Si miramos hoy a nuestro alrededor, desde luego que no vemos que tal ejemplo se prodigue mucho que digamos. Desde los botellones a cualquier tomatina o celebración, todo es puro y duro exceso.

Y la verdad es que un epicúreo no era un estoico. No se privaba de lo que podía darse en homenaje… y tampoco quiero que me malinterpreten. Su pensamiento podía resumirse en una especie de: “goza de la vida, pero que la vida no goce de ti”, o algo parecido. “Bebe (decía) pero sin emborracharte; come sin empacharte; compra sin endeudarte; consume sin destruir y goza sin destruirte”…

Solía finalizar su enseñanza con una inteligentísima aclaración de principios, como para proeles avisados: “No es cuestión de templanza, sino de inteligencia, pues toda adicción es esclavitud”. El que quiera entender…

Los que intentan engañarse a sí mismos y despistar a los demás con que todo exceso actual está justificado por una de las más sabias filosofías griegas, simplemente mienten. Lo que hacen es desnudarla de su más importante dimensión para armar un artificio social de un “delectatio contínuum” donde con la pava de un cohete se enciende otro cohete en otro también “contínuum panem circus”, cosa que inventaron los romanos, y antes de ellos, los griegos con sus juegos, ahora llevados, claro, a no menos continuos trofeos, champions-league, circuitajes y mundialismos. Puro negocio para enganchar y recaudar.

Y así andamos todos, en mayor o menor medida: enganchados. Porque esa es la palabra clave de aqueste Gran Hermano: enganchar, enchufar, colgar y tenernos pendientes y ser dependientes de algo. Desde una serie (hay mil empujando), a un viaje (hay cien esperando), pasando por mil y una fiestas, festivales y borreguiles actividades, con nuestros dioses líderes arreándonos desde el campanario. Todos adheridos, todos pegados, totus tuus…  Esa es la estrategia mejor aprendida y mejor emprendida por los hipnotizadores de todos los tiempos.

Mientras tanto, nos cuelan y atemorizan con las guerras, las pandemias, las carestías (tanto de carecer como de encarecer), las crisis económicas (nos engañan como a chinos, aunque ahora son los chinos los que nos engañan) y las envenenadas politiquerías, a las que también nos agarramos como tontos. Nos venden unas ideologías que ya son embustes caducados, y que les defendemos con el voto y con el enfrentamiento al otro.

Aquellos ciudadanos griegos se reían de tales hombres de espíritu libre llamándolos “cerdos de la piara de Epicuro”, cuando los animales de piara eran ellos, precisamente. Hoy pasa igual, que a los que no queremos pensar como la piara que ellos son nos llaman cerdos.

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