NingĂșn dĂa es exactamente igual al anterior. Asimismo sucede con el pensamiento o con el modo de degustar la vida. Incluso con la forma de apreciar y de entender la dinĂĄmica sobre la cual el mundo traza sus realidades. Todo en la vida es objeto de sucesivos cambios que renuevan formas y sentidos, de transformaciones que mutan desde caracterĂsticas hasta comportamientos o procesos de relaciĂłn. Es decir todo cambia por condiciĂłn natural. Por consiguiente debe reconocerse que lo mĂĄs permanente y constante que ocurre en rededor del ser humano es el cambio. De no ser asĂ, la vida serĂa como una especie de esfera hueca suspendida en un etĂ©reo contexto donde sĂłlo tendrĂa cabida la muerte.
El cambio es lo mĂĄs controvertido que existe. Por consiguiente el cambio se da en el hombre con la intenciĂłn de modificar las estructuras de la cual depende su vida. Cambia la organizaciĂłn a la cual adscribe su movilidad profesional o sus capacidades. Cambia la disposiciĂłn polĂtica que subsume su integraciĂłn con la sociedad y el Estado. Cambia la configuraciĂłn social a la que suscribe sus ideales y proyectos de vida. Cambian los mecanismos de la economĂa a la que se suma, toda vez que en ellos decanta sus finanzas. Cambia la energĂa que moviliza su capacidad fĂsica y virtudes.
En fin, el cambio es la vida misma. O igual cabe decir, que la vida es un cambio en proceso de realizaciĂłn. En otras palabras, vivir es cambiar. O sea, se vive para cambiar y se cambia para vivir. Nadie escapa de los cambios que se dan alrededor de la persona o dentro de ella. Sean fĂsicos, espirituales o emocionales. Sin embargo, segĂșn opiniĂłn del escritor, poeta y pensador norteamericano, Henry David Thoreau, âlas cosas no cambian, cambiamos nosotrosâ. Al destacar la importancia del hombre como razĂłn de movilizaciĂłn social, con esa frase, Thoreau confirmaba el cambio como condiciĂłn sine qua non de las circunstancias.
Esto Ășltimo hace ver que el cambio no sĂłlo estĂĄ determinado por las realidades circundantes. El individuo es lo que hace. Bien en su provecho o mal en su perjuicio. SĂłlo asĂ puede cambiar lo que es capaz de llevar adelante al modificar la inercia en su arrastre de las situaciones que, en su medio, se suscitan. Por consiguiente no cabe duda alguna en considerar el cambio como un hecho polĂtico toda vez que su realizaciĂłn es acuciada por el hombre en su accionamiento, en el fragor de los intereses y necesidades que lo movilicen en cualquier plano de la vida.
Todo cambia para que el entorno y el contorno sufran alteraciones de forma y fondo. O quizĂĄs, es posible admitir que todo cambia por el afĂĄn de que todo siga tal como estĂĄ trazado a instancia de la vida misma.
Esta discusión no termina porque se tenga una u otra óptica de lo que indican las realidades o porque se opine en la dirección de que el mundo se subordina a una inflexible normativa a la cual se acoplan los cambios. No obstante, es inadmisible dejar de reconocer que la vida cambia su dinåmica tantas veces como infinitas oportunidades puedan darse en sus contextos. Es obvio asentir que el cambio estå presente en todo ya que es un hecho inexorable. Pudiera decirse también que es ley de vida.
El escritor argentino Ernesto SĂĄbato fue absolutamente asertivo cuando expresĂł que ânada de lo que fue, vuelve a ser. Y las cosas, los hombres, los niños no son lo que fueron un dĂaâ. Es asĂ que cada dĂa se confirma que lo Ășnico que no admite variaciĂłn es el cambio, puesto que su carĂĄcter inmutable lo hace permanente en el tiempo. Es decir, siempre estĂĄ ocurriendo. Por eso deberĂĄ concluirse que âlo Ășnico estable es el cambioâ.
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