“Chévere (me dicen mis amigos transosmares) nos gustan esos artículos tuyos”… O tengo más seguidores por allá que por acá, o es que son más explícitos con mis temas. No lo sé. Pero sí sé que tienen una mayor y más valorada inquietud por la cultura. Les encantan, por ejemplo, la neointerpretación de los temas bíblicos, clásicos, y todo eso… Naturalmente, procuro no defraudar, si puedo; y si no puedo, les pido disculpas. En realidad, también me sirve su curiosidad para experimentar mi facultad: la de la gimnasia mental, por llamarlo de alguna manera.
Pues sí, se cuenta en Génesis (12,10-14), aunque se comente poco, que Abram, cuando se trasladó de su patria Ur a tierras de Egipto, soltó a su mujer, Sara: “sé que eres mujer de hermoso aspecto, y en cuanto te vean los egipcios dirán: es su mujer. Entonces me matarán y a ti te dejarán con vida. Dí pues que eres mi hermana para que nos vaya bien por tu causa; así, gracias a ti, salvaré mi vida”…Y, en efecto, aconteció que, cuando entró el patriarca en tierras egipcias, los oriundos de por allí vieron que la mujer era muy hermosa. Y como el clásico Gonzalo de Berceo dejó escrito: “non hubo moza más fermosa que aquella vaquera de la Finojosa”…
Si seguimos la narración bíblica, habla de que el Faraón se fijó en ella. Yo no creo que fuera el faraón, nada menos, pero sí el gobernador – representante del faraón – en aquellas tierras, un tal Abimelec, el que se encaprichó de la hembra, y la obtuvo para su serrallo. Hasta se detalla la dote que obtuvo el virtuoso patriarca: “Éste trató bien por tal causa a Abram, que obtuvo a cambio cabras, vacas, asnos, ovejas, criadas, asnas y camellos”, dice literalmente la Biblia… Nada mal, aparte, claro, del permiso de residencia para él y los de toda su tribu en las fértiles vegas del Nilo.
La Historia prosigue: “Pero Jehová hirió al faraón y a su casa con grandes plagas por causa de Sarai, mujer de Abram. Entonces el faraón llamó a éste y le dijo: “¿Qué es esto que has hecho conmigo?, ¿porqué no me declaraste que era tu mujer, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer?.. ahora, pues, aquí está tu mujer: tómala y vete” (Génesis 12,17-19)… Como bien observarán, esto se comenta poco, muy poco, poquísimo, por los exégetas bíblico-cristianos; y mucho, mucho menos, suele ponerse como lectura en las Misas. Habría que elaborar un discurso muy tergiversado, e hilar muy fino, y falsear muy burdo, para justificar lo que, aún teniendo justificación histórica, no tiene justificación católica.
Lo primero que habría que advertir, situándolo en aquella época, claro, es que tal era el comportamiento normal de aquellas antiguas sociedades patriarcales de esclavos y siervos, donde la mujer era valorada como una mera productora de placer y reproductora de linaje… Pero lo que resulta absurdamente ilógico es el comportamiento del mismo Dios (Jehová), esto es: que castigase con plagas y calamidades a la víctima del engaño, el tal Abimelec, y el culpable se fuera de rositas… no solo eso, sino que fue premiado “con ser el padre de todos los pueblos que llenarán la tierra, por lo que a partir de ahora se te reconocerá por Abraham”.
No existe justicia más injusta, ni un nepotismo más desvergonzado… Salvo, claro, por lo que un servidor siempre ha asegurado, y es que Jehová no es Dios, por mucho que se presente a sí mismo con el estribillo de “yo soy Jehová, tu Dios”. Salvo, naturalmente, que diga bien y que sea el nuestro, el que nos toca como delegado de gobierno; el asignado por la deidad suprema, o por otros más altos escalofones de aquellos Elohims bíblicos… Me limito a pensar con sentido lógico, por supuesto, salvo que sea pecado y “no sea grato ante los ojos de Jehová, tu Dios”. Solo desde esa perspectiva tendrían sentido lo que nos parecen auténticos sinsentidos.
Es que, si lo pensamos bien (o mal) pensado, el engañado Abimelec – que no quería adulterio por tácito que pudiera parecer – obró bastante mejor con Abraham, que el tal Abraham con su esclava Agar y su propio hijo Ismael, que los largó al desierto a que se murieran de sed y de hambre, después de haberla usado según su conveniencia…Lo que pasa es que si se carece de un elaborado sentido de justicia no se puede aplicar justicia, sino injusticia, aunque se le llame justicia… Ya fueran leyes de dios, de los profetas, o de los hombres. Como dice el acertado refrán español: “todo es según el color del cristal con que se mire”.
El leer con ojo crítico el Antiguo Testamento, es hacerlo con ojo clínico, cáusticamente, desde el fiel de la balanza, desprovisto de todo propósito predirigido, que no sea el de adquirir conocimiento a través del ejercicio del librepensamiento, que, por cierto, es el mejor antídoto contra el fundamentalismo de una mal llama Fe… Abraham tenía y mantenía la fe de sus antepasados, y obedecía a un tal Yahvé, o Jehová, que, desde el cielo, se hacía oír y obedecer, tronar y despotricar, amenazar y matar.
Quizá fuera el dios explicable a aquella gente y aplicable entonces, hace más de seis mil años, y puede que fuese el adecuado, tampoco lo sé… pero hoy está claramente obsoleto y es superado ampliamente por la figura de Jesucristo. Solo las tres llamadas “religiones del libro” (judíos, católicos y árabes) aún le dan cancha y manga ancha. Según les convenga a unos o a otros, por supuesto… Y ese Abram será Abraham, bueno, vale, pero ese dios no es Dios.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com