La palabra usada para titular el artículo arbitrariedad, esta conceptualizada de la siguiente manera:” Arbitrariedad: forma de actuar basada en la voluntad y el capricho; y que, no obedece a principios dictados por la razón, la lógica o las leyes.” (Diccionario Clave. P.142/143,1997.)
Es decir, se toman decisiones: “medalaganariamente”. Insisto con esta palabra, he explicado el origen. Hubo quien se divirtió con esto.
Pudiera ser cómico, si se refiere a algo frívolo o banal: “Me da la gana de ir vestida de rojo al funeral”, rompiendo las normas o pautas sociales.
El problema puede ser serio sí los deudos lo toman como agresión o falta de respeto. De resto, se considera una excentricidad y pasa.
Sin embargo, cuando se trata de situaciones de la democracia y la ciudadanía, las sigue, no es visto, como algo sin significado.
Entonces se nota el irrespeto como forma de inducir a la ruptura de las normas jurídicas, a no aplicarlas.
Un estimulo a la violación de los derechos humanos
Se trata, de estimular la perversión, los malos hábitos y las peores conductas.
El caso que nos ocupa es la supuesta inhabilitación de María Corina Machado.
El problema serio, parece, también grotesco, refiere a los pasos dados para intentar aparecer como acto jurídico, una arbitrariedad.
Resulta rocambolesca la acción desde el TSJ y los disparates que los exasperados escuálidos del régimen lanzan pelotas y globos, como niños de pre escolar, a ver si la pegan, sin medir la consecuencia de sus actos.
De Marshall MacLuhan para acá se sabe que “el mundo es una aldea”, nada hay que se pueda ocultar bajo cielo y tierra.
Tradicionalmente los comunistas, vivían entre secretos.
La falta de libertad de expresión, además de la hambruna, condujo a la Unión Soviética a que se desbaratara ante nuestros ojos, hace más de 30 años.
Los estudiosos del tema piensan y así lo han expuesto. La “perestroika” (reestructuración) y el “glasnost” (transparencia) dieron al traste con los 73 años de comunismo en la URSS.
El estallido de la planta nuclear de Chernóbil, en 1986 (septiembre, 26) fue el preludio del final.
Al darse cuenta de los embustes y falsedades dichas durante 7 décadas. No aceptaron seguir oyendo mentiras. Se acabó. No lo entienden estos pobres ricos del régimen, han olvidado: los venezolanos si sabemos como se vive cuando hay libertad de expresión e información.
Sorprende: como se engañan. Lamentable, ver a alguna gente preparada, inteligente, corrompida de la peor manera. No aceptan la derrota y eso los hace más vulnerables.
El nivel de democracia y bienestar de los países, es medido por diversos baremos: el ingreso per cápita, luego, las estaciones de radio y TV, la tirada de los periódicos que circulan y los cines que hay.
No sirvió para medir en países totalitarios pues no hay libertad de expresión. Se intentó hacerlo, midiendo el número de estudiantes, tampoco funcionó.
Entonces se recurrió a verificar la aplicación de las normas jurídicas y al cumplimiento de los Derechos Humanos. Esto ha ido “in crescendo”. Es lo correcto. Cuando las Naciones Unidas y la UNESCO, funcionaban, se incorporaron otros indicadores para conocer si un país, una región y hasta un continente, se podían considerar como civilizados y en cuál mundo estarían ubicados.
El indicador del ingreso por persona. No sirvió, al producirse distorsiones en los ingresos, vía la explotación de minerales: cobre, oro, hierro y, especialmente, petróleo.
Se pretendió ver, sí la cuantificación de medios de comunicación existentes, serviría para el fin.
La expansión tecnológica, entre otras razones, consideró insuficiente ese criterio; se pasó a considerar al número de enseñantes, como la pauta indicadora. Finalmente, se llegó al tema de la aplicación de la normativa jurídica y el cumplimiento de los Derechos Humanos.
Construidos por generaciones de Derechos Humanos por las Naciones Unidas, hoy criticadas y cuestionadas por su complicidad con el terrorismo.
No obstante, ese es el indicador correcto para medir el grado de democracia: el cumplimiento de las normas del estado de Derecho.
Insisto, resulta lamentable para quienes hemos creído en la vida normativa, en la necesidad de la ética, en la importancia de cumplir las leyes y en la trascendencia de ser un buen ciudadano/a comprobar con espanto el incumplimiento de normas jurídicas: tanto en la forma, como en el fondo.
Conociendo a los revolucionarios tienen un “rollo”, coloquialmente hablando, con las normas y la ética.
Con tristeza, debo señalar: el comunismo se basa en: ausencia de libertad de expresión, conduce a la incomunicación y a la desinformación; negación y destrucción de la normativa ético-jurídica, produce anomia, represión y ausencia de valores y principios; arrase de la economía: pobreza, corrupción y hambruna. ¿Por que tristeza? A pesar de lo dicho, el comunismo gana seguidores en el planeta. Inducen el resentimiento y la incomprensión de los problemas, poniendo en otros, la propia responsabilidad. Cercenan la libertad de pensamiento, de expresión, opinión e información y a partir de allí se produce un incremento de la incomunicación consecuencia de los atropellos a las otras libertades y de la conculcación de las mismas.
Obsérvese la diferencia entre países capitalistas y los socialistas. Importante analizar con criterios de realidad a la, todavía, llamada: China Popular. Aquella de los años de la comuna, de decisiones arbitrarias, a ésta, capitalista, (aún cuando la ideología comunista) transformada en la segunda economía del mundo. ¿Será que se convencen algún día?