Timothy Killeen explica cómo pobres inversiones generan impactos en el corto y largo plazo, en especial en el ambiente y en la sociedad en su conjunto. Aunque no siempre son incluidas en el concepto clásico de infraestructura, tanto la salud como la educación son pilares de un crecimiento económico sostenido.
Una infraestructura mal diseñada o innecesaria puede crear un impacto económico negativo, ya que el escaso capital financiero disponible se canaliza hacia proyectos con beneficio limitado para la sociedad, negando así la inversión en iniciativas más necesarias.
En la Panamazonía, la falta de rentabilidad económica se agrava por los grandes impactos ambientales y sociales causados por iniciativas mal concebidas.
El artículo de Killeen se focaliza en la infraestructura a gran escala construida en la región panamazónica en las últimas décadas. Algunas,cuando se las evalúan únicamente con criterios económicos han sido inversiones deficientes, pero otras han sido exitosas en beneficios económicos y son políticamente populares porque favorecen directamente a los habitantes del lugar.
Las más controvertidas han beneficiado a empresas que atienden a consumidores de energía y materias primas fuera de la Amazonía, donde estos activos y sistemas pueden ser rentables pero no son sostenibles si no cumplen los criterios del desarrollo sostenible.
La manifestación más evidente de la falta de incorporación de los conceptos de sostenibilidad al desarrollo de infraestructura es la persistencia de elevadas tasas de deforestación, degradación ambiental y desigualdad social.

La idea de infraestructura sostenible ha existido desde que las discusiones académicas iniciales definieron el concepto. Las directrices para definir los criterios específicos recién aparecieron hace una década. Los primeros esfuerzos fueron poco más que una larga lista de estándares de alto nivel para que los oficiales de créditos y los ejecutivos corporativos tuvieran en cuenta al evaluar una posible inversión. Ahora se encuentran disponibles sistemas más detallados que abordan los múltiples y complejos desafíos necesarios para transformar la economía mundial frente a la crisis climática. Pese a ello, no son particularmente aplicables a la situación específica de la Amazonía, que también tiene un agudo déficit de infraestructura básica.
La infraestructura sostenible en la Panamazonía debería beneficiar a los habitantes del lugar; igualmente importante es que las inversiones generen beneficios económicos a corto, medio y largo plazo, en particular aquellas que contribuyan al PIB, pero también otras que puedan mejorar la calidad de vida de las personas sin generar un aumento inmediato de los ingresos. En algunos casos, la inversión puede ser antieconómica en términos convencionales, pero estar justificada por razones humanitarias o ecológicas y, por tanto, merecer una subvención.
La inversión más obvia en infraestructura que cumple estos criterios son los activos físicos que constituyen la base de los sistemas de atención médica de la región. La pandemia de COVID puso de manifiesto deficiencias flagrantes en el sistema de sanidad en los ocho países. De hecho, el impacto de la enfermedad fue particularmente grave en las jurisdicciones amazónicas, afectando desproporcionadamente a las poblaciones marginadas. Las deficiencias en la infraestructura sanitaria básica incluían no solo la falta de camas de hospital, sino también de equipo especializado necesario para enfermedades médicas agudas.
La pandemia también reveló que una parte importante de las poblaciones amazónicas eran vulnerables a la enfermedad debido a la aparición de afecciones crónicas causadas por enfermedades infecciosas asociada al agua potable contaminada y el saneamiento básico deficiente.
Las ciudades amazónicas han invertido en sistemas de agua potable, normalmente con la ayuda de los bancos multilaterales, pero siguen vertiendo casi todas sus aguas residuales en el río Amazonas y sus afluentes. Esa práctica no protege a las poblaciones aguas abajo.
Existe un similar déficit de infraestructura en las escuelas primarias y secundarias de la región, particularmente en los sistemas públicos que atienden a comunidades rurales y barrios urbanos empobrecidos.
La inversión en educación y atención médica tal vez no cumplan con la definición clásica de infraestructura construida (carreteras y puentes), pero pocos pueden negar que el crecimiento económico sostenido depende totalmente de una población sana y bien educada.
Tanto los sistemas sanitarios como los educativos saldrán beneficiados con la mejora de la infraestructura digital, otra clase de inversión no tradicional necesaria para el crecimiento económico y el desarrollo en el siglo XXI. La tecnología es un antídoto obvio contra las largas distancias y los anticuados sistemas de telecomunicaciones que aíslan a las comunidades rurales.
Proveer Internet de alta velocidad a áreas remotas constituye un desafío tecnológico importante, y sólo un número limitado de ciudades amazónicas dispone de conexiones a Internet superiores a 10 Mbs.
En 2020, el gobierno brasileño lanzó el Projeto Amazônia Conectada, una iniciativa para tender 8.000 kilómetros de cable de fibra óptica en el fondo del río Amazonas y todos sus principales afluentes. La iniciativa está siendo coordinada por el ejército brasileño, y lo que es más importante, se está llevando a cabo como una asociación público-privada que cuenta con el respaldo de grandes empresas de telecomunicaciones locales e internacionales.
Sin embargo, no dará solución a miles de comunidades que no están situadas en las orillas de algún río importante ni conectadas a una red de telefonía móvil que pueda ofrecer servicios de Internet rentables a la población. Aunque sí existe un Plan B.
Dos de los empresarios más innovadores del planeta, Jeff Bezos y Elon Musk, compiten por lanzar una red de satélites de comunicaciones de órbita baja con el único propósito de proporcionar servicios asequibles de Internet de alta velocidad a regiones remotas.
El modelo de negocio se basa en brindar servicios a embarcaciones marinas, sitios mineros remotos, granjas industriales, centros vacacionales y comunidades rurales aisladas de las redes de fibra óptica. Esta tecnología representa un cambio radical en costo y calidad; sin embargo, seguirá siendo demasiado cara para las escuelas y clínicas rurales de la Amazonia.
La construcción de carreteras y puentes también puede lograrse de manera sostenible; no obstante son un maldición para los defensores del ambiente debido a su asociación con la tala, la deforestación y los asentamientos. Pero, estos ejemplos de infraestructura contribuyen al crecimiento económico sostenible cuando mejoran las redes de carreteras secundarias, establecidas desde hace mucho tiempo dentro de fronteras agrícolas. Casi todos los agricultores pierden una parte de su cosecha debido al deterioro, un problema especialmente grave en climas tropicales húmedos que aceleran la descomposición y la transmisión de enfermedades.
Las fronteras agrícolas consolidadas de la Amazonía meridional y andina sufren de malas redes de carreteras secundarias; por ello, la mejora de estas redes no sólo reducirá el despilfarro, sino que además combatirá otros efectos de los caminos en mal estado, como el retraso de la siembra, el desgaste de la maquinaria agrícola y encarecimiento del transporte de los productos básicos al mercado.
Otra infraestructura subestimada son los aeropuertos que forman parte del sistema de transporte aéreo. El desarrollo de pistas de aterrizaje más pequeñas está gestionado en gran medida por militares, madereros y mineros ilegales. La región alguna vez tuvo un floreciente sistema de taxis aéreos organizados por misioneros evangélicos y católicos, pero han sido sustituidos por operadores comerciales, muchos de los cuales son a menudo cómplices del tráfico ilícito de drogas.
La clave de ese sistema es una pista de aterrizaje en cada aldea y subsidios operativos para garantizar que los servicios sean asequibles para los habitantes indígenas de la región.
Los sistemas de generación de energía seguirán ocupando un lugar destacado en las futuras inversiones en la Panamazonía. Históricamente, el crecimiento económico ha estado estrechamente correlacionado con el consumo de energía, y a medida que las familias se vuelven más prósperas, compran electrodomésticos y consumen más energía. Para quienes salen de la pobreza rural el primer electrodoméstico que compran es la refrigeradora. Una vez que acceden a ser de clase media, compran un aire acondicionado.
La disminución del costo de la energía solar, y las inherentes ventajas que representa su distribución, brindan una opción interesante para las comunidades y hogares que no están conectadas a la red eléctrica. Sin embargo, el costo de capital de dicho sistema energético dificultará su adopción por la mayoría de las familias amazónicas.
La construcción de grandes plantas hidroeléctricas será menos atractiva como inversión debido a la oposición de los defensores del ambiente y grupos indígenas. De ser así, aumentarán las inversiones en centrales hidroeléctricas de mediana y pequeña escala, lo que contribuirá a la resiliencia de una cartera diversificada de activos de generación de electricidad.
Este artículo de Timothy Killeen corresponde a la serie de Mongabay: Una tormenta perfecta en la Amazonía.