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Entre el miedo y la ignorancia

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La historia es reveladora de cuantas cosas o casos hubieran podido evitarse. Sin embargo, es igualmente testimonio de la testarudez u obstinación del hombre toda vez que ha

demostrado que se devanea cuando se arroga estúpidamente la desfachatez de cometer los mismos errores que le caracterizaron en tiempos pasados. Sería sin duda, la razón que habría movido a Wrigth Mills para admitir “(…) que muchas veces tenemos que estudiar historia para librarnos de ella”. No en el sentido de desprenderse de sus lecciones. Por lo contrario, de aferrarse a las mismas. 

No hay duda de que entre los ejercicios más útiles del aprendizaje dirigido al afianzamiento del desarrollo, es el del estudio y comprensión de la historia. Sólo que la terquedad del ser humano, tantas veces alborotadora de frecuentados desaciertos, se funde con la miseria. Y en consecuencia, con la mediocridad. 

En medio de tan horrenda combinación, se encuentra el lugar perfecto para que en sus predios germinen las semillas de la desesperación cuyos frutos son insípidos. Sobre todo, nocivos a la espiritualidad que debe proveer de verdades a la sociedad, a las comunidades a las cuales se integra el hombre en términos de sus capacidades y potencialidades. Aunque no por ello, cundidos -en buena parte- de miedos, ansiedades,  pesadumbres y tosquedades. Más aún, de ignorancia acumulada. O de las que sus insolencias, temeridades o arbitrariedades, ha creado.

Precisamente, en la médula de tan insólito revuelo, recrudece el temor que la ignorancia infunde con todas sus fuerzas. En cualquier lado y momento, Las realidades se ven asaltadas por el terror propio de tan grotescas situaciones. Es el caso de guerras, catástrofes naturales, hecatombes, barbaries. Desde luego, las pandemias. Es ahí donde el rostro del caos proyecta su imagen hacia los cuatro puntos cardinales. Done las realidades se insumen en el marasmo. Son tiempos de crisis cuyas consecuencias, anega posibilidades de escape clausurándolas.

Sin embargo, las esperanzas siempre están a la postre de dichas realidades para ser servidas de la mejor y más correcta manera. Pero he ahí el problema que de tal escenario irrumpe. Aunque con solapada o disimulada violencia. Pero es violencia al fin que, como forma de manifestarse, hace que sus efectos sean inexorables. Es lo que acontece en naciones inmersas no sólo en crisis políticas. También, en desgracias inducidas por crisis sanitarias como en efecto sucedió por causa de  la pandemia recientemente padecida. Asimismo, por las secuelas arrojadas. Entre ellas, aquellas de razón social. Aunque también, económicas.

Realidades supeditadas a complicadas razones

Las realidades vividas a consecuencias de groseras y abusivas decisiones, propias de ejercicios políticos viciados por criterios  militaristas, sectarios, usurpadores, adulterados, turbulentos, inconstitucionales, corrompidos y reciclados, han provocado agudos y peligrosos desafueros.

No hay duda entonces de que la razón que se esconde detrás de alguna crisis y la ignorancia cómplice que siempre aparece aunque de soslayo ha generado pesadas situaciones de complicada salida.

Sin embargo debe reconocerse que el fragor de situaciones así de convulsas, ha sacado lo mejor. Igualmente, lo peor del ser humano. Incluso, de aquellas situaciones incitadas por cuotas ínfimas de poder. O, intoxicadas por las bravuconadas que algunos individuos emulan de quienes comandan casos de represión ordenada desde altos estrados del poder político. Es un problema que ha tocado las realidades de países que ocupan su tiempo cargando a cuestas crisis que se suscitan en aparente equilibrio. Pero provocadas  por la complicidad configurada en la mitad del revuelo que la situación induce. Es decir, entre el miedo y la ignorancia

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