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Democracia y justicia social

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Cuando líderes de los países tratan de hacer ajustes en lo macroeconómicos, sin prever alternativas de auxilio a los ciudadanos más desfavorecidos, estos terminan pasándola muy mal.

Por: Orlando Goncalves

@OrlandoGoncal

La democracia y la justicia social dos valores que se relacionan entre sí, que deben fortalecerse mutuamente, es decir son como dos líneas paralelas, cuanta más democracia, más justicia social.

Sin embargo, la realidad es que en las últimas décadas se han presentado ciertas tensiones que recodifican las formas de la democracia como instrumento que implica la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas y respeto a los derechos humanos; también a la justicia social, misma que busca garantizar la igualdad de oportunidades y la distribución justa de los recursos y beneficios en una sociedad.

Establecer ese equilibrio, buscando que los ciudadanos participen más en el debate ciudadano, que se involucren en la discusión de lo público y que a la vez tengan igualdad de oportunidades para que con su propio esfuerzo progresen ellos y sus familias, alcanzando mayores niveles de satisfacción con la democracia, pareciera cada día es más difícil de alcanzar.

El avance de la corrupción de los gobiernos populistas y autoritarios, sumado a la falta de preparación y la debilidad de muchos líderes, pareciera estar incidiendo en el acrecentamiento de ese desequilibrio entre democracia y justicia social.

Definitivamente, el mundo está cambiando (a veces no parece que para mejor), cuando se observa que hay 58 guerras activas en el mundo, que las mismas están afectando a más de 1.100 millones de personas, es decir, el 14% de la población mundial, sumado a las desigualdades que son cada vez mayores.

Por ejemplo, durante los primeros años de esta década, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado con creces, mientras que, durante el mismo período, la riqueza acumulada de cerca de 5.000 millones de personas del planeta se ha reducido.

Con escenarios como los anteriores la pregunta es ¿Qué se puede hacer?

Quizás convenga comenzar por estimular una pedagogía escolar más democrática, que favorezca un clima de convivencia, confianza, solidaridad y diálogo entre todos los actores educativos.

Si eso se lograra, se estaría formando a los futuros ciudadanos con un nivel de consciencia superior al actual y las tensiones entre democracia y justicia social, podrían disiparse.

Esto debe ir de la mano con un cambio profundo en el currículum académico, el cual en la gran mayoría de los países sigue anclado a más de 50 años de distancia y debe ser, además de adaptado a la realidad del presente y del futuro, mucho más crítico y participativo, que cuestione los valores culturales dominantes, que promueva el pensamiento reflexivo y sobre todo, que inculque el compromiso social de los estudiantes.

Esto llevaría a los jóvenes reconocieran los valores culturales y diversidad social, con lo cual se fomentaría el respeto y el aprendizaje de la diversidad de identidades, perspectivas y estilos de vida. La amplitud de pensamiento, el respeto al otro, la solidaridad para con los demás, pasarían entonces a ser valores fundamentales, con lo cual, quizás en futuro no tengamos que ver a casi 60 conflictos armando en el planeta al mismo tiempo.

Para reafirmar, se puede decir que la democracia implica el reconocimiento y la garantía de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales de las personas, así como también la participación ciudadana en las decisiones que les afectan; mientras que la justicia social implica la búsqueda de la igualdad de oportunidades, la equidad en la distribución de los recursos, los beneficios y la solidaridad con los sectores más vulnerables y excluidos de la sociedad.

Todo lo anterior llevaría a la redistribución de oportunidades, rompiendo así el círculo de la desigualdad y los privilegios de unos pocos, y todo ello basado en la distribución de responsabilidades individuales pero que tienen impacto en lo colectivo, en la proactividad y la cooperación en redes plurales que, de nueva vuelta, contribuirían en el equilibrio necesario entre democracia y justicia social, de manera tal que la relación entre ambas sea de complementariedad.

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