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De lo que se habla

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Por: Miguel Galindo

En la antigua, y reciente, dictadura (ahora empezamos a tener otra solapada), había un par de cosas de las que uno tenía que estar bien seguro: una era de lo que decía o escribía y la otra era saber siempre con quién estaba uno hablando.

Esa era la pregunta más ominosa que nadie podía recibir de otro alguien:

«¿usted sabe con quién está hablando?«..

 y éste se rilaba pata abajo por eso mismo, porque no sabía con el que hablaba en ese momento y eso resultaba peligroso, muy peligroso. Por eso, madres y abuelas, nada más salir de casa, aparte del «abrígate, hijo, que hace frío«, también te aviaban con el escapulario de «tú, ver, oír y callar, nene«.. Por eso mismo, porque nunca se sabía con quién nos jugábamos las habichuelas.

Yo, que vivía en un pueblo, pensaba lo arriesgado que lo tenían en la capital, porque nosotros sabíamos siempre con quiénes estábamos hablando, o qué charco estábamos pisando… bueno, casi siempre.

El riesgo era mayor cuando se nos destapó a unos cuántos la idea de escribir y ser leídos… Franco en todo lo suyo y cuatro zagalones juntándonos de noche, en compañía de una multicopista (era considerada peor que una ametralladora), para completar también un periódico mural que desplegábamos el fin de semana allí donde nos dejaban, que esa era otra… (jamás entendí que mi padre, con la que le lucía encima, arriesgara a exponerlo como bandera en el exterior de nuestro quiosco). Algo que nunca le agradecí, por cierto y de lo que jamás hablamos…

Solo sé que un domingo, Antonio, «el Monago«, apareció por allí con la misión de citarme a varas: «don Ramón, que te espera en la sacristía, que vayas ya mismo…» y por la cara que me traía el Correo del Zar, entre amarilla y verde, la cosa no pintaba bien, dicho aparte de que a mí el cura nunca me llamaba para nada. (Hablo de la época en que el párroco, el facha del lugar y el Alcalde y Jefe Local del Movimiento eran los triunviros que dictaban avisos, sentencias y castigos).

En mi caso fue más lo primero que lo otro: el santo tribunal, alzado sobre una tarima de las de las imágenes de los santos, me hizo sentar en silla de madera – la diferencia de altura afirmaba la de nivel social, moral y de autoridad – y me puso a caldo-gerardo: que se me podía excomulgar; que si no sentía aprecio por mis padres y nuestra situación familiar; que si me iba a condenar; que si me iba a salvar el pellejo bajo la promesa de no pecar más jamás por escrito, obra y… que si, pecado mortal aparte, mientras mi alma se condenaba o no, en el cuartelillo de la Guardia Civil de San Javier me esperaba un calabozo a mi nombre… que «porque estamos en un pueblo pequeño ánde nos conocemos tós, que si no…»

Algo debí de escribir que molestó a alguien, sin yo saber con quién estaba hablando… Ni siquiera puedo recordar el contenido y motivo de tal escándalo. Lo he olvidado por completo, absolutamente, definitivamente.

Pero ese día, aprendí que escribir es mucho, muchísimo más arriesgado, que hablar. Porque uno puede saber con quién está hablando, incluso quién está escuchando y con la oreja puesta, pero jamás puede uno saber quién lo va a leer; quien lo va a malinterpretar… o bien interpretar; o quién dispone del poder para poderte joder y discúlpenme ustedes el malhablado pareado.

Han pasado muchas décadas de aquello… Y aun siendo demasiadas, se ve que aún no son suficientes.

La Historia nos guarda todavía unas cuantas clases para que no podamos aún poner alas al concepto de Libertad. No puedo decir, en modo alguno, que respire la misma represión, grosera, burda, desproporcionada y cruel, deshumanizada y deshumanizante. No es eso, gracias a Zeus… de momento. Aunque pido y ruego que la vuelta de tuerca política de la derecha con su ídem extrema no volvamos a los mismos excesos. Desde luego, allí donde andan en gobernáculo, la censura está garantizada y funcionando. Falta la figura del Gran Inquisidor.

Pero la censura sutil e ilustrada sí que empezó a existir desde varios frentes, de los llamados «progresistas», precisamente. Y ocurrentemente, también… No sabemos con quién estamos hablando ante el gran censor de corrección política que se ha instalado, y que revisa, corrige y castiga cualquier expresión que los Savonarolas del régimen consideren incorrecto.

Ustedes saben perfectamente de lo que hablo… No sabemos si hablamos con un poder judicial que leva años sometido a una indignidad política, y que hasta está poniendo en duda su institucionalidad. No sabemos si hablamos con unos medios de comunicación que abandonan la información veraz y abrazan las campañas de pan y circo instituidas; o la crispación pagada o programada; o las polémicas mentiras; o hasta ciertos discursos de odio…

Tampoco sabemos con quién estamos hablando cuando sales con la frente alta y la cara limpia a las redes y recibes salivazos, insultos y ese odio del que hablaba, mucho, mucho odio que hemos colaborado a instalar entre nosotros y que no nos puede llevar a nada bueno…

No sabemos con quién estamos hablando cuando encaramos a nuestros políticos, cada cual los suyos (yo no me siento representado por ninguno) y todos te suministran parcialidad, demagogia, embustes, rencor…

Y, sin embargo, hay que arriesgarse, salir, decir, contar, escribir lo que está pasando… Hablar, aún sin saber con quién está uno hablando, como en aquel franquismo que quieren volver a encasquetarnos con los nuevos populismos, que son los mismos…

Y no es ni siquiera por una rebeldía, sino por una obligación moral; porque si no hablamos nosotros, si no nos dejan, si nos callan, entonces solo hablarán ellos, los censores, los inquisidores políticos y sus seguidores fanáticos; y se callará la boca a la verdad, y se abrirá a la mentira, a la pura conveniencia: a la suya.

Un servidor, a veces, tampoco sé con quién estoy hablando… Y hasta puede que tampoco sepa para qué, o para quiénes, estoy escribiendo. O qué carajo es lo que estoy haciendo. Puede, es posible, que sea por propia terapia; por una necesidad que no es ajena; puede que el desierto sea mi predicado. A saber… Pero ya poco puedo perder, ya que poco me queda. No es como antes, que defendías a Ifepa, por ejemplo, y sabías quiénes te chantajeaban y amenazaban desde la centralidad; es que hoy no sabes de dónde te viene la puñalada… Además, soy mayor, y los viejos, ya se sabe… Ahora solo pueden embargarme los pavos, que tengo cuatro y dos de ellos sin plumas… Además, soy mayor y como decía Calderón de los sueños, los viejos, viejos son.

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