Miguel Galindo
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En el mes de Abril del año 1.912, un trasatlántico de 66.000 toneladas de desplazamiento y 829 pies, de tres hélices, y llevando a 3.000 pasajeros, se hundió al chocar su casco con un iceberg… Esto es un hecho. Un hecho desgraciadamente irrefutable del que se han escrito cientos de hipótesis y se sigue haciendo, a lo largo de más de un siglo transcurrido. Su lema pintado en el casco de “ni Dios podrá conmigo” en un buque que se consideraba a sí mismo como insumergible, es una de las mayores lecciones de humildad cosechadas por el ser humano. Se llamaba, ya lo saben ustedes, Titanic.
Lo que ya no se conoce tanto, y se oculta, quizá como igual lección de humildad, si bien que, en otro orden de cosas, es que, quince años antes, un autor norteamericano de novelas de ciencia ficción, un tal Morgan Roberston, describió el naufragio de un navío de proporciones gigantescas: desplazaba 70.000 toneladas, medía 800 pies, era impulsado por tres hélices, y transportaba a 3.000 pasajeros… Una noche de un mes de Abril una masa de hielo colisionó con él enviándolo a pique. El tal imaginado superbuque se llamaba Titán.
Cada cual, evidentemente, puede pensar lo que quiera (o tratar de no pensar, que es lo que hacen muchos), pero eso no cambia las cosas, como es de suponer… Existen catalogados muchos cientos de ejemplos como éste – otro muy conocido es el de los paralelismos asombros entre las muertes de los presidentes Lincoln y Kennedy – y en todos los casos, y son abrumadoramente numerosos como para dejar de fiarlos a las casualidades, lo que suele hacerse es archivarlos en el voluminoso cajón de “hechos inexplicables”, y procurar silenciarlos en lo posible… Los investigadores psíquicos lo etiquetan como caso de “predestinación”, y lo dejan estar.
El experimento en Física Quántica conocido por “el fenómeno del observador”, está lo suficientemente estudiado como para que yo le robe espacio a este artículo para explicarlo… Si lo traigo a colación es tan solo para rematar lo que quiero decir en mi párrafo anterior; y es que una cosa es NO CREER, y otra muy distinta, pero que se solapa con la primera, es NO QUERER CREER…
Es una especie de “Contrafé”, me explico: existen millones de creyentes religiosos capaces de creer en los milagros más absurdos y disparatados, y a la vez son incapaces de creer en posibilidades más lógicas, científicas y cercanas.
Este asunto del que tratamos, a mí me recuerda el proceso de revelado de una fotografía en laboratorio, y lo voy a poner como una metáfora analógica, claro: la imagen ya existe en la cartulina en blanco que se introduce en los líquidos. No la vemos, pero está ahí… Poco a apoco, lentamente, van apareciendo sus contornos, apenas difuminados al principio, más y más nítidos al final; hasta que se completa y tenemos ante los ojos la visión entera de la imagen, que se ha ido formando en un espacio de tiempo determinado y en unas determinadas condiciones. He aquí también cómo funciona la Ley de Causa y Efecto.
Sí, guay, se me responderá, pero alguien antes tuvo que apretar el obturador de la cámara ante algo concreto, ¿no?.. Naturalmente, no diré yo que no. ¿Pero quién dice que no fue Roberston el que “fotografió” la imagen de un Titanic hundiéndose antes de hacerse realidad el hundimiento?.. o dicho de otro modo y manera: que lo captó en su imaginación (mente), y le hizo la “foto” trayéndolo por escrito a su libro; y no digo esto afirmándolo, sino preguntándolo. Que las cosas y los casos que se hacen realidad aquí empiezan a cuajarse, y conformarse, y formarse en definitiva, en otros planos energéticos (los antiguos lo llamaban Éter) no es nada nuevo, y está sobradamente registrado en antiguas culturas y sabidurías. Jüng lo llamaba “el subconsciente colectivo de la humanidad”, por ejemplo.
Ya sé que eso no explica el porqué del hecho en sí mismo (la causa) sino tan solo el proceso de hacerse real. Soy consciente de ello. Pero de alguna forma y manera debe actuar en esos entresijos ese citado mecanismo de causa-efecto, digo yo… Y aquí, como dice el refrán, “se jorobó Mayo con todas sus flores”, pues los humanos aún somos lo suficientemente lerdos como para poder conocer (yo diría “reconocer”) las causas originales de nuestros actuales efectos reales… Y aún y así, sigo poniendo en estudio la salida fácil y cómoda de la “pre-destinación”.
Primero, porque dicha palabra tiene un par de usos: el de un Autor del destino ya pre-visto o del que se ha topado con una “pre-visión” de lo que va a suceder. Y lo segundo tampoco parece contradecir lo primero… Lo que yo pienso y hasta me permito creer llegado el caso, es en la “autopredestinación”, esto es, que somos nosotros los que predestinamos, si bien que accidentalmente, tanto en el sentido personal como en el colectivo; y “algo” se encarga de encajar y hacer coincidir el uno con el otro… Y hasta aquí llego. A ese “Algo” me lo bautizan a su gusto ustedes que me leen, si me hacen el favor.
Como verán, mi único propósito es abrir líneas de pensamiento. Más bien quiero decir de librepensamiento, en una época como la actual en la que estamos saturados de drones/pensamientos; de pensamientos digeridos y dirigidos; de dogmas/bulos sociales, políticos, económicos y religiosos; en que somos pensados más que pensar por nuestra cuenta… Pues nos han hecho creer que pensamos por nosotros mismos cuando estamos muy lejos de ello…