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COP28 no escapó al ajedrez geopolítico

Tan sólo pasó un día desde que inició la COP28 cuando la delegación iraní abandonó las negociaciones climáticas debido a la llegada del presidente israelí, Isaac Herzog.
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Tan sólo pasó un día desde que inició la COP28 cuando la delegación iraní abandonó las negociaciones climáticas debido a la llegada del presidente israelí, Isaac Herzog.

La verdadera razón no es más que las tensiones derivadas del conflicto armado entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza y, aunque la COP28 se enfocó en el clima, los presidentes de Turquía e Irak aprovecharon la cita para referirse al tema.

Si bien el cambio climático es una amenaza global, la COP28 no estuvo exenta de lidiar con las divisiones históricas entre países, lo cual muchas veces dificulta la toma de decisiones por consenso, tal como lo requiere la dinámica de negociación en el seno de Naciones Unidas.

Las conferencias de cambio climático siempre están atravesadas por la geopolítica.

Así que esta no es la primera vez, ni será la última, en que la geopolítica aprovecha este escenario para mover sus piezas.

Los temas que han influenciado las conversaciones son la guerra, no sólo la que ocurre en la Franja de Gaza sino también algún remanente de la situación entre Rusia y Ucrania.

También está el tema de las medidas unilaterales a nivel comercial y su impacto en los temas de conversación sobre el clima.

Alguna mención al tema de salud, ya superada la conversación sobre COVID pero siempre presente el tema de las eventuales pandemias.

Esta COP28, que se realizó en la zona petrolera del mundo se planteó la posibilidad de darle salida al uso de combustibles fósiles, ya sea mediante una “reducción”y tal cual se decidió o definitivamente planteando su “eliminación”, con el fin de no sobrepasar el 1,5ºC de calentamiento, objetivo del Acuerdo de París.

Arabia Saudita, el mayor exportador de crudo del mundo, mostró su oposición a la palabra “eliminación”, postura que difiere con la de Emiratos Árabes Unidos, país anfitrión de COP28.

Arabia Saudita parece contar con el apoyo de los seis miembros árabes de la OPEP, los cuales fueron llamados por su secretario general a movilizarse contra una salida de los combustibles fósiles.

Estos países dependen de los hidrocarburos para financiar sus economías y proyectos de desarrollo. En este contexto, para los saudíes, a pesar de que viven en una de las regiones más cálidas del planeta, salvar el petróleo es más importante que salvar el clima.

En cambio, el caso de Emiratos Árabes Unidos es distinto. Se sienten más cómodos con el abandono gradual de los combustibles fósiles ya que su economía está mucho más diversificada que la de la mayoría de los miembros de la OPEP.

Los países árabes que no tienen petróleo -que tradicionalmente han apoyado a Arabia Saudita- ahora ven cómo la postura saudí choca con sus propios intereses ambientales, agrícolas y sanitarios, pero también están conscientes que es la economía más grande del mundo árabe y un importante donante de dinero.

Desde los orígenes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el reclamo de los países en desarrollo -muchos de los cuales contribuyen muy poco al calentamiento global pero lidian con los mayores impactos- hacia los países desarrollados -cuyo crecimiento económico basado en combustibles fósiles es el responsable histórico de las emisiones- se basa en responsabilidad y esta, según su postura, debe venir acompañada de financiamiento. 

Hay un discurso de responsabilidades históricas que cada vez se sienta más en la conversación: la dicotomía de desarrollo de unos a partir de la explotación de recursos de otros. Y también está la conversación de obligaciones como la de punto máximo de emisiones, que pone a los países en desarrollo en trayectorias aceleradas mientras los desarrollados tuvieron más tiempo para hacerlo.

Y en medio de la discusión está China. En la década de 1990, los países se distribuyeron en dos listas según su nivel de desarrollo y sus responsabilidades históricas. Y China -al igual que India y Brasil- quedó en la segunda lista como país en desarrollo.

China es actualmente una economía emergente, al punto de posicionarse como el segundo emisor más grande -después de Estados Unidos- por lo que muchos abogan por incluirle a la hora de repartir cuotas por emisiones y también por financiamiento.

Pero, China sigue negociando junto al bloque del G77, el cual reúne a los países en desarrollo, con muchos de los cuales tiene relaciones comerciales y también reciben financiamiento a manera de cooperación o préstamos. 

Hay relaciones sur-sur que se favorecen en estos espacios. G77 tiende a cerrar filas en estos asuntos de financiamiento, a pesar de que internamente hay una relación tensa entre todos los países que forman parte de esto y necesitan estos apoyos.

Además, China -como economía emergente que es- es pieza clave en el ajedrez que juegan Rusia y Estados Unidos. 

Rusia y China, en algunos campos pueden entenderse como competidores, pero también mantienen una relación de colaboración en distintas áreas en función de ser contrapeso a Estados Unidos.

Para ellos, Estados Unidos representa un competidor para alcanzar muchos de los objetivos que buscan: en el caso chino, más en función de lo económico y en el caso ruso, más en función de lo político, explica Karen Chacón, académica especialista en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Costa Rica. 

El cambio climático está en el primer puesto de la lista de desafíos mundiales y Estados Unidos y China deben trabajar juntos para hacer frente a esta amenaza existencial, declaró Janet Yellen, Secretaria del Tesoro de Estados Unidos.

Mantener la cooperación entre Estados Unidos y China en la financiación contra el cambio climático es crucial, señaló Yellen: “Como los dos mayores emisores de GEI del mundo y los mayores inversores en energía renovable, tenemos la responsabilidad y la capacidad conjuntas de liderar el camino”.

Pero, más allá desde donde se posesione China, lo cierto es que el dinero marca mucho del debate climático, al punto de que algunos negociadores ya dejan de utilizar la narrativa de “países desarrollados” y “países en desarrollo”, pasando a hablar de “países ricos” y “países pobres”.

El incumplimiento de los 100.000 millones de dólares para el Fondo Verde del Clima por parte de los países desarrollados, cuya fecha inicial estaba al 2020, en definitiva ha propiciado la desconfianza en las salas de negociación.

Chacón tiene otra perspectiva: “En el fondo, lo que observo es -por un lado- a los países desarrollados dispuestos a ir a la negociación a ofrecer algo de dinero, pero no dispuestos a renunciar al modelo de crecimiento económico, que es lo que realmente se necesita para hacer una transición hacia una economía más verde. Y, por otro lado, lo que tenemos es a los países en desarrollo dispuestos a comprometerse hasta donde reciban fondos, es decir, su compromiso llega hasta donde los países desarrollados estén dispuestos a desembolsar”.

¿Y América Latina?

La adopción y firma de la Declaración de San José, como resultado del 23er Foro de Ministros de Medio Ambiente de América Latina y el Caribe, permitió unificar una posición regional para la COP28, cuyos principales temas eran la transición energética basada en energías renovables; asegurar que los medios de implementación sean adecuados, previsibles, oportunos y adicionales; abogar por la no diferenciación entre las naciones en desarrollo en el contexto del cambio climático (sobre todo en lo financiero); y por la transformación de los sistemas financieros y su gobernanza.

Más allá de eso, América Latina y el Caribe suele ser bastante modesta en cuanto a la geopolítica mundial. Muchos de estos países suelen tomar algo de partido, pero poco, y otros muchas veces lo que hacen es marcar cierta neutralidad. América Latina siempre trata de encontrar oportunidades en materia de cómo vincularse en ese escenario, en esos cambios, en los escenarios geopolíticos.

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