@nelson_chitty
“Esta es mi orden, se valiente y ten ánimo; no tiembles ni tengas miedo; Yahvé tu Dios está contigo adonde quiera que tu vaya” Josué 1:9
“El colmo de la inteligencia, es la bondad” Marcel Proust
Reflexionar sobre algunos temas que nos acompañan en nuestra circunstancialidad de esta estación del año, pareciera precisamente encabezar, el pensamiento de la navidad. No quiero decir que el nacimiento del niño Jesús no sea especialmente trascendente, sino que nos traslada a la secuencia que escolta al evento.
Jesús no nació en cuna de ricos ni fueron sus padres ennoblecidos miembros de la jerarquía social de la época.
Nació pobre y en medio de persecuciones de odio y de temor del poder. Jesús no brotó ni libre ni seguro sino amenazado, con el amor de sus padres como avío y con la presencia de la mula y el buey.
Las enseñanzas que, como recital de lo que fue la vida de Jesús y que recogen los evangelistas, modestamente las resumo, de un lado, apuntando a la justicia, pero del otro, hacia la responsabilidad y la caridad.
Jesús nos alecciona a menudo para descubrirnos lo que es justo y lo que no lo es. Nos hace ver que le debemos amor al mundo y haciéndolo, hacemos de la asistencia mutua, el respeto y la solidaridad, un modo de vida que conduce a la paz de la bondad y como resultado, al reino de Dios.
La justicia para alcanzar su propósito debe ser imparcial, objetiva, intransigente implícitamente, cuando se trata de aplicar la norma, pero la perspectiva del asunto humano no se agota en la visión lineal que prescribe la regla e incluso, el Derecho conocerá la flexibilidad.
La responsabilidad es más que un mandato. Es también un deber que desde luego y como tal, desborda la frialdad de la carga legal si la hubiere y se desliza hacia un elemento concomitante, la moral, la ética.
Aprender y corregir la centrifuga que nos frivoliza, nos hace egoístas y nos segrega de todos los demás.
Con el Samaritano y sin pretender nada más que la comprensión de la idea, Jesús nos indica que todos somos responsables de todos nosotros.
No hay pues “ellos” desconectado de nosotros y convierte a ese deber en una práctica que nos lleva a la legitimación cotidiana de la caridad.
Mientras la justicia es de esencia racional y persigue el equilibrio, la responsabilidad es el deber y la caridad, su más perfecta expresión.
La simetría entre cada una de ellas es, a mi juicio, la propuesta cristiana y el ethos de la existencia de aquel que, se reclama seguidor de Cristo.
De Jesús niño y hombre, siempre es posible hallar, aspectos a señalar y de su discurso, diremos que la humanidad ha bebido y aprovechado para ser mejor.
No obstante, lo que más me ha tocado el espíritu es la generosidad.
La disposición a dar inclusivamente, más de lo que se debería y a quienes tal vez no lo merecerían.
En un par de días, con la medianoche de decorado, con estrellas y una suave brisa, en nuestro sentimiento, una vez más evocaremos esa natalidad tan profunda en significación, como el retorno del bien, del amor, de la fraternidad, de la ilusión perdida.
Y recordándolo, mientras nuestra tradición manda a dormir los niños y nos quedamos también tocados de espiritualidad, pediremos entonces al hijo de Dios y del hombre, sus bendiciones, que nos traiga a Venezuela en el 2024 torcer esa viga que nos asfixia y la superación de la pobreza, la injusticia, la ineptitud y la concupiscencia.
Roguemos también la estabilidad, la prosperidad de los nuestros que se fueron detrás de una esperanza que acá, en nuestra patria, pareciera se ausentó.
Solicitaremos en oración, carácter para corregir personalmente y tratar apropiadamente a nuestra compañera, a los padres y abuelos, a los hermanos, a los amigos, a nuestro prójimo, parabienes aún a los que nos han hecho mal. Nos conceda Jesús, serenidad para la vida que, cómo nos enseñó San Agustín, es lucha.
El pequeño Jesús bendiga nuestra patria y especialmente a nuestros coterráneos más afectados por esta crisis perfecta que nos ha postrado como nación y como país. ¡Libéranos, Jesús!