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Aparición del Universo no es por azar

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Por: Miguel Galindo Sánchez

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Fred Hoyle, el gran astrónomo, dejó dicho, con respecto a la aparición del Universo, que “el azar no es una solución explicativa creíble”… Ni tocando la Lotería de Navidad y del Niño al mismo sujeto y en el mismo número se le podría comparar.

La ciencia más conspicua, que tiene medido y pesado hasta el último pedo del Cosmos (con perdón) duda ya del puñetero maestro relojero de Voltaire.

Ni la física, ni la matemática, ni el algodón de Mr. Propper, engañan… En la “construcción” del mundo y galaxias está todo tan calculado y encajado al pelo, que solo se puede explicar desde la misma razón que “lo” que se molestó en levantarlos.

En el momento en que se varía, incluso menos de una cienmilésima, la masa del protón, o del neutrón, o del electrón, o del pendón que sea; o de la fuerza de la gravedad, o de la electromagnética… por citar solo a las más conocidas de las cientos de variables que conforman el tinglado, todo dejaría de existir como por ensalmo. Absolutamente todo. Ni yo estaría aquí escribiendo, ni ninguno de ustedes leyéndolo…

Entiéndanme: no es que se fuera todo al carajo, no, es que nada de nada habría existido nunca. El Nóbel de Física de 1978, Arno Penzias, el descubridor del ruido de fondo de microondas del Big Bang, se atreve a decir: “todo conduce a un acontecimiento único, un Universo creado a partir de nada, solo con el delicado equilibrio necesario para la aparición de la vida; un universo que obedece a un Plan subyacente”.

Y justo en esas últimas palabras está el tomate, mi cuate… ¿A qué “plan subyacente” se refiere?.. ¿puesto ahí por Qué o por Quién?.. y, sobretodo, ¿para qué?..(esta última pregunta la dejaremos para más adelante, si no les importa, por no perder el hilo de la cuestión).

Centrémonos ahora en que el Plan se injertó en el invento antes de la explosión (Big Bang) del propio invento, que echó a andar con los parámetros, medidas y ajustes de tiempo, energía, materia y masa – que descubrió Einstein, dicho sea de paso – ya anteriormente programadas en el artefacto antes de la propia existencia de los mismos: energía-masa-materia.

No cabe mucha duda que lo que quiera que fuese, llámenlo Dios, Logos, Principio Creador o Tartarín de Tarascón, por alguna causa ignota solo por Él conocida, puso en marcha todo este aparataje, que, medido con nuestros relojes de tiempo, arroja un cálculo de unos 14.000 millones de años, hora arriba hora abajo…

El padre de esa teoría del inicio – Big Bang – Stephen Hawkings, se limitó a exponer desde el punto cero de tal explosión/creación, sin pronunciarse para nada en el antes, sino solo en el después. Por lo tanto, lo de “científico ateo y materialista” fue uno de los embustes de etiquetado que usa la Iglesia Católica para desautorizar a un científico que lo único que hizo fue destaparles sus vergüenzas, sin quererlo además, a los bulos genesíacos del cuento chino.

Porque lo más ajustado a la realidad es lo de una energía inteligente y con voluntad de obrar, preexistente y creadora… que tampoco es poco, dicho sea de paso. Pero punto y pelota. Ni barbas blancas, ni nubes ni tronos, ni trompetas celestiales ni puñetas imperiales, ni jehovases intermitentes e impertinentes y por supuesto, que menos lobos, Caperucita.

Puede ser mucho más que todo eso – estoy seguro de ello –  pero mucho menos de lo que nos han contado. Y por supuesto, de intérpretes inequívocos y dogmáticos, ni de coña, señora doña… De ahí se explica su postura, que, de una ciencia impía y materialista a otra deísta, las religiones sigan jodidas, enfadadas, enfurruñadas y a la defensiva: porque se les cae todo el petate que han montado encima de su falsa teocracia precesional y procesional.

Sin embargo, algo sigue descubriendo la ciencia, a lo que, si son inteligentes y no los ciega el furor y la ira, aún podría salvarles los muebles, aunque no sé si se lo merecen… Y es que todo ese magnífico escenario de mundos se debe de haber hecho con algún propósito determinado; por algo y para algo, ¿no?.. Pues bien, cada vez más científicos de todas las ramas, como Paul Durac y Richard Feyman, apuntan a que ese algo es el propio hombre (y mujer) como ser humano, como último aparecido en escena para que dirija el concierto… o se cargue la orquesta.

Pero lo cierto y verdad es que, parece ser, nuestra composición quimiobiológica es complementaria y necesaria a todo ello… Es más: Róbert Dicke lanzó el “principio antrópico del Universo”, del griego ántropos, hombre, en el que aventura que “este Universo nuestro parece haber sido hecho para que dure el tiempo de la evolución de la vida a la inteligencia”. Asombroso. Según tales eminencias, la Creación es como un juguete fabricado exprofeso para que experimentemos las personas como creaturas, más que criaturas.

…Y si eso fuera así, que venga ese mismo Dios y que nos lo cuente… aunque, a lo peor, ya nos lo ha contado y no le hemos creído ni hecho caso y entonces nos lo ha puesto enfrente para que lo aprendamos por nosotros mismos, lo cual aclararía bastante el panorama.

Pero no se alarmen, que ya no queda espacio para tratar ese punto preciso y precioso… Si pongo aquí lo que se me “escurre” de la ocurridera al respecto, es posible que me monten un proceso inquisitorial de padres y muy señor mío (ya me han mandado un sutil aviso que el tiempo del Anticristo está aquí y yo formo parte de la banda), así que me salva la campanilla.

Pero lo que sí es cierto, es el género humano no está respondiendo conforme a lo que, al menos aparentemente, se espera de él. O así me lo parece a mí. Estamos enfrascados en una especie de huida hacia delante en lo que solo prima el hedonismo, el narcisismo y el nosotros mismos (incluido en el andamiaje del negocio religioso). Quizá solo sea la primera asignatura del aprendizaje, no lo sé, pero el resto del curso va a ser duro, extremadamente duro, según los frutos por los que ya se nos conoce.

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