Asunción Ruiz, directora ejecutiva de SEO/BirdLife, nos da una versión descarnada de la realidad ambiental de Europa. Mientras unos se dan cuenta de los problemas y les buscan soluciones, otros los tapan con papeletas políticas y devaneos a pie de urna.
Acabemos con la precariedad ambiental. El estado del bienestar que se construyó en Europa, después de la II Guerra Mundial, se estaba tambaleando. Los riesgos sociales y económicos generados por la polución atmosférica, la contaminación de suelos y aguas o el agotamiento de los recursos naturales finitos debían estar presentes en cualquier escenario político, responsable y económico, honesto. Y, de ahí… el Pacto Verde Europeo.
Una nueva realidad que debió explicarse a la sociedad con conceptos sencillos, que clarificasen cómo los riesgos ambientales estaban cercenando nuestro futuro y nuestros derechos. En definitiva, refiriéndose a la precariedad ambiental en la que ya habíamos entrado.
Hasta ahora, términos como precariedad, desigualdad, pobreza o exclusión se habían referido al ámbito de las relaciones socioeconómicas (precariedad laboral, desigualdad de género, pobreza infantil, etc.).
Sin embargo, la Real Academia Española de la lengua define precariedad con dos acepciones: “Carencia o falta de los medios o recursos necesarios para algo” y “Carencia o falta de estabilidad o seguridad”. Basta leer ambos significados para afirmar sin titubeos que va siendo hora de atender y ocuparnos de la “precariedad ambiental” a todos los niveles y en todos los ámbitos.
Los incendios, la sequía, la desertificación, las olas de calor, los eventos meteorológicos extremos son mucho más que titulares en los medios de comunicación. No podemos mirar hacia otro lado. Debemos cambiar nuestros estilos de vida y exigir otras formas de gobierno que lo permitan. El aumento de la producción y del consumo tiene los días contados.
Y… en las transformaciones sociales las palabras tienen especial relevancia. La defensa ambiental no puede seguir en los márgenes de las necesidades sociales, son centrales. No admitamos trampas políticas. Estamos hablando de necesidades vitales: habitar, respirar, beber, comer, vivir… Ahí van solo algunas realidades de nuestra precariedad ambiental:
Mortalidad ambiental
La Universidad de Harvard concluye que una de cada cinco muertes en el mundo está causada por la contaminaciónatmosférica provocada por el uso de combustibles fósiles. Solo en España, más de 44.000 personas mayores de 14 años mueren cada año debido a la contaminación. Y este 2023, con casi 40 grados en abril, conviene recordar las cerca de 6.000 muertes atribuibles a las altas temperaturas registradas a lo largo del verano del pasado año.
Pobreza ambiental
Es casi automático vincular pobreza a situaciones de hambre, pero es aún peor pasar sed. Y, aunque en este lado del mundo nos parezca un derecho conquistado, en este planeta se pasa mucha sed: según datos de Naciones Unidas, una de cada tres personas no tienen acceso a agua potable salubre.
En este sentido, los humedales son los mejores centinelas de cómo nos acercamos peligrosamente a esa situación crítica en países como España. Hoy día, solo el 12 % de estos espacios están catalogados como “bien conservados” en nuestro país. Las extracciones de agua para regadío han esquilmado las capacidades de acuíferos y masas de agua y han dejado en la UCI a buena parte de las reservas hídricas.
Desigualdad ambiental
Una tercera parte de todos los niños que viven en el mundo se ven afectados por una doble amenaza: la pobreza y la emergencia climática. Un estudio de Save the Children afirma que 774 millones de niños y niñas en todo el mundo sufren esas dos condiciones adversas. En esta situación se encuentra en España un 27 % de los menores, esto es, más de 2,2 millones de niños y niñas. Acabemos con la precariedad ambiental.
Estamos en precario
En Derecho se conoce como precaria una situación de hecho que implica la utilización gratuita de un bien ajeno, cuya posesión jurídica no nos corresponde, aunque nos hallemos en la tenencia del mismo. Para entender correctamente la figura hay que conocer la diferencia entre la propiedad y la posesión.
Sobre la idea de la propiedad (particularmente la privada, para más inri) se ha construido un modelo económico, social y jurídico en precario. Un sistema que confunde propiedad con posesión. No hay discusión. La precariedad ambiental y los conflictos sociales se dan la mano. La Tierra y sus recursos no son nuestros. No habrá paz, ni democracia, ni estado del bienestar que se sostenga si no atiende a la precariedad ambiental.
En un momento como el actual, resulta obsceno ver cómo se sigue jugando a precarizar el medio ambiente, en todos los sentidos. El último exponente de esta peligrosa tendencia es la nueva y ya van demasiadas, amenaza que se cierne sobre la supervivencia de Doñana. Se precariza un espacio vital para la gente y la biodiversidad, se precariza el futuro de comunidades locales de la zona, se precariza la política entendida como servicio público, se precariza el bien común.
Defender Doñana no es una simpleza ecologista. Pagará el pato toda la sociedad. Acabemos con la precariedad ambiental.