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A vueltas con el dolor

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Por: Miguel Galindo

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Que uno solo valore la ausencia del dolor, no en su tal ausencia, sino cuando le duele algo, no deja de ser una contradicción un tanto ingrata, también es una verdad como un templo que no deja de ser injusta… La paradoja parece irresoluble. Lo lógico sería que en su ausencia nos sintiéramos contentos, agradecidos y satisfechos, e incluso felices. Pero, incomprensiblemente, no suele ser así. Entonces nos invaden una serie de pre-ocupaciones mentales, inhóspitos pensamientos, que nos producen molestos, y nocivos, sentimientos… Y sin embargo, si lo analizamos en profundidad, todo se reduce a sensaciones.

No es normal, pero es nuestro estado de “normalidad”. Y es una legión de investigadores, psíquicos y terapeutas, la que estudia los porqués de tal hecho. Han escrito libros, ensayos y tratados desde los que intentan explicar tal anomalía (pues no deja de ser eso mismo) y tratan de subvertir lo que, aparentemente, carece de toda lógica… No tiene sentido que una multitud de tales “sensaciones” ocupen el estado de paz y tranquilidad que debería procurarnos la ausencia de un dolor que puede llegar a esclavizarnos… ¡Ah!, misterios de la cripta, como se decía entonces.

En algún lugar de nuestra mente debe de estar el nexo que hace que el sufrimiento físico y el psíquico se turnen fuera de todo sentido común. El alivio por el cese del dolor físico es un gozo tan efímero que pronto olvidamos  y abandonamos, la bendición que eso supone; y nos volcamos en pensamientos que nos procuran otro tipo de dolor: el emocional… ¿Motivos?, miles, la mayoría de ellos estúpidos e irrelevantes. Es posible que el padecimiento psicosomático esté más unido y relacionado entre cuerpo y ánima que lo que lleguemos a imaginarnos y aceptar por nosotros mismos.

Y todo se basaría en cortar el nudo gordiano de la cuestión… pero, ¿cómo hacerlo?, ¿de qué forma seccionar el nódulo que los retroalimenta?.. Si yo lo supiera, me lo aplicaría a mí mismo, claro, pero lo ignoro, al igual que ignoro tantas cosas de mi propio y puñetero ego, que puede que sea el responsable de ese todo… No lo sé, pero me barrunto que algo tendrá que ver. Lo digo porque esas sensaciones de las que hablaba al principio son producciones propias de tal sujeto y no me fío un pelo de él. A veces nos duele el cuerpo y a veces nos duele el ego y muchas veces no sabemos, no podemos, no logramos o no queremos, separar el uno del otro.

Pero volvamos grupas. Cuando el dolor nos pinza con tenaza de hierro alguna parte de nuestro físico, venderíamos nuestra alma por obtener algún tipo de alivio o consuelo… Y cuando lo conseguimos, al cuarto de vuelta nos olvidamos del regalo de no sentirlo. Sin embargo, creo yo, tampoco lo sé a ciencia cierta, si en ese escaso espacio de tiempo nos viene algún tipo de clave que pasamos por alto. Por ejemplo, ¿por qué dejar que la mente nos invada esa paz con un material, el suyo, absurdo y espurio?.. Si no valoramos el alivio, tampoco evitaremos el dolor, ¿no?

Naturalmente, ya lo sé, a ver quién es el guapo que le pone el cascabel al gato. Es muy fácil aventurar una teoría que no se sabe llevar a la práctica. Lo reconozco y lo admito, no vayan ustedes a creer… Yo tan solo soy un simple buscador que voy compartiendo con vuecencias todo aquello que encuentro por los caminos que ando. Nada más, aunque lo mismo nada menos. Si esta cosa le sirve a alguien que sabe algo más que yo, pues me alegraré, y si quiere repartir conmigo lo que él sabe, se lo agradeceré. Como comprenderán, que este servidor de las monjas se ocupe y preocupe de escribir sobre esto, no quiere decir que haya solucionado nada, ni mucho menos… ¡Más quisiera yo..!

Al final del sendero solo se me ocurren las tesis del Dr. David R. Hawkings sobre el camino de la liberación, que él llama “dejar ir”… Eso es: liberar todo pensamiento, preocupación o sensación negativa y/o superflua que nos venga, no A la mente, sino DE la mente. Largarlas, dejarlas ir, soltarlas, darles una patada en el culo, mandarlas a freír espárragos. La dificultad estriba en lograrlo… ¿Quién se aferra más, nosotros a ellas, o ellas a nosotros?. La cuestión no es tanto saber la estrategia como aprenderse el método.

Y no es fácil. No voy a presumir de nada que yo no haya logrado… Y que lo haya comprendido no quiere decir que lo haya conseguido. Lo entiendo, lo asimilo, sí, pero no acabo de experimentarlo. Albergo algún tipo de negación que me impide dominarlo. Lo confieso con toda humildad y con todo el cabreo del mundo. Mi incapacidad es legendaria y mi futilidad palmaria, y miren que les soy sincero: soy un inútil ilustrado. Tan solo eso.

Pero si como mera correa de transmisión puedo ser útil a algunos álguienes y servir para algo, habré de darme por satisfecho… Hay en mí un puto demonio que no se cree lo que yo creo; o a lo peor es al revés: que hay un ángel en mí que se cree lo que yo no creo, y, en tal caso, es que el demonio soy yo mismo. No lo sé. Pero si alguna de sus mercedes tiene la respuesta y puede echarme una mano, le quedaré muy reconocido por ello… Al fin y al cabo, aquí estamos para ayudarnos los unos a los otros, ¿o tampoco?.

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