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El pescador sin sandalias

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Miguel Galindo / www.escriburgo.com

Me he visto por tercera vez una película con más de medio siglo a sus espaldas – exactamente 56 años – y cada vez que la veo me revela nuevos matices y asombrosos paralelismos en la distancia… Para una buena (buenísima) película no hay nada mejor que la perspectiva. De hecho, le pasa como a los excelentes vinos, que cobran sabor y sabiduría con las añadas. Está dirigida por Frank Berzage y se basa en la obra homónima de Morris West. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Las sandalias del pescador.

Es la historia de un sacerdote ucraniano y represaliado por Rusia, sobreviviente del goulagh siberiano, que llega a la Curia en un momento de crisis mundial, y en que Roma está en pleno Cónclave por la muerte del Pontífice, tras siete votaciones infructuosas del Colegio Cardenalicio, en que es elegido sorpresivamente Papa ajeno a todas las papeletas…

Podría seguir contando los aconteceres de un Vaticano y unos personajes magistralmente interpretados, pero no lo voy a hacer. Los que la han visto, no lo necesitan; y los que no la han visto, necesitan verla… así que no voy a privarles del interesante placer de aprovechar tal oportunidad. Háganlo.

Aparte de la perfección de su hechura y el fiel y ajustado relato de la curia romana; y el majestuoso protocolo de la Iglesia, el cual se describe lo más realmente posible dentro del también mayor respeto posible, lo que se pone de manifiesto sobre todos los casos y las cosas, es la conciencia personal de los principales roles: sus fes, sus creencias profundas, su honestidad, sus valores humanos crucificados entre un cristianismo y un catolicismo… si bien que elegantemente expuestos y respetuosamente descritos. Eso le da un valor extraordinario al mensaje de fondo y proclamación final con que concluye esta genial película, de la que me atrevo a decir que muchas Conferencias Episcopales quisieran ver enterrada o desaparecida del mapa.

Tras Kiril I (nombre propio adoptado como papal por Kiril Lakota) mediar personalmente ante una hambruna surgida en el mayor país de régimen comunista, China, con el apoyo sorprendente de Rusia, el recién Papa afronta la ceremonia de su proclamación como Pontífice de toda la cristiandad y jefe espiritual de más de mil millones de fieles, en una abarrotada Plaza de San Pedro… Tras haberle sido impuesta la rica Tiara papal, Anthony Quinn (Kiril I), se quita de su cabeza tal majestuosa corona, y, ante el pasmo de los cardenales que lo rodean, y con la voz firme pero entrecortada y los ojos húmedos de emoción, proclama “Urbi et Orbe”, que no se considerará digno de calzar las Sandalias del Pescador hasta que no venda esa suntuosa Tiara… “e hipoteque todos los bienes y tesoros de la Iglesia para paliar el hambre en el mundo”…

Desde que esa película se pudo ver hasta la actualidad, ni esa apuesta ha sido expuesta por papa alguno, ni por iglesia alguna, ni ha sido mínimamente tratada, explicada o comentada por ¿santo? magisterio alguno, ni, por supuesto, va a ser recordada por Curia alguna jamás de los jamases; más bien todo lo contrario… De hecho no existe un “The End” más comprometido y comprometedor para la… ¿sagrada? Institución en toda la historia del Séptimo Arte… ni creo que la habrá. Aquí la Iglesia pasa de puntillas por el simple hecho de que no tiene respuesta. Ninguna respuesta. Tan solo que disimulos, ominosas excusas y apestosas exclusas.

Tras más de cincuenta años pasados, el mundo mantiene 800 millones de muertos anuales por hambre (los católicos empadronados y confesos aún son 300 millones más), y la ¿cristiana? Iglesia mantiene – y multiplica – sus tesoros y riquezas sin el menor gesto ni escrúpulo de lo que aconseja el Evangelio: “No obtengáis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín corrompe, y donde los ladrones minan y hurtan” (Mt. 6,19-34)… Más bien, al contrario, esa rara avis cristiana de la católica se ha inmatriculado, tan solo que en España, más de 35.000 bienes por un valor de miles de millones de euros, mientras, sin salir de este mismo país, su propia organización Cáritas señala a la tercera parte de la población infantil en riesgo de pobreza severa (esto es, cuando apenas si pueden hacer una sola y escasa comida al día, por si no lo saben).

De hecho, el Índice de Desigualdad (el tristemente famoso Gini), y sin salir de España, este año pasado ya señalaba la bochornosa cifra del 31´5%…Cifras sobre las que la Conferencia Episcopal Española no ha hecho un mínimo comentario, mientras no cesa de ponerse propiedades a su nombre como un condenado Epulón… Es lo que somos y tenemos, pues si lo tenemos es porque somos. Si Francisco no piensa venir de visita es porque sabe todo esto y se avergüenza de sus obispos; y nuestros obispos lo saben igual pero se avergüenzan del Papa Francisco. La cuestión es que nosotros (bueno, yo no), los fieles todos, no se avergüenzan del poderío de su obisperío. Por eso afirmo que los que son consentidores son cómplices; y los que son cómplices, sus seguidores, son igual de culpables.

Y de eso mismo se avergonzaba Kiril Lacota, el papa eslavo de ficción, que no de ocasión… pues aquella de entonces la pintaban calva, y la de hoy ya la pintan malva. Pero ni así nos damos por aludidos. Ustedes me van a perdonar – o no, si no quieren – pero cada día que pasa responsabilizo más a los sostenedores que a los hacedores, que son los sostenidos; a los de abajo más que a los de arriba… A los capataces los sostienen los jornaleros, como a los tronos los costaleros; y sin nosotros mantenerlos, ellos no serían los primeros. Yeso es una verdad tan de Perogrullo que duele tan solo que con pensarlo.

Las sandalias de aquellos pescadores de almas crísticos y originales – los auténticos –  eran tan paupérrimas como sus pobres dueños… Las del actual trono de San Pedro son modelo exclusivo de Ackerman, hechas de siete costosas pieles, con tres meses de trabajo en su labor, y valen muchos miles de euros. Su Maestro “no tenía dónde recostar su cabeza”, pero sus mentores (o quizá mentidores) en la tierra viven en un Estado privado, sus ministros en lujosas villas, y con un palaciego servicio a su personal disposición, como cualquier satrapía… Nada que ver con aquellos desharrapados apóstoles del genuino cristianismo… Sin embargo, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, y nosotros no queremos ver lo que tenemos delante de nuestras narices.

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