La teoría política es amplia al momento de describir los significados de palabras como “gobierno”, “gobernar”, “gobernante” y “gobernado”. Cuatro términos que, si bien parecieran homólogos, su sentido determina ámbitos procedimentales bastante diferentes. Sin embargo, la precariedad propia de un pensamiento político exangüe, incluso desplazado por groseras motivaciones proselitistas que rayan con lacónicos intereses, hacen de quienes se arrogan encargos gubernamentales, fungiendo de autoridad, personajes cuyas conductas se tornan desagradables. Más, cuando toman decisiones que desconocen lo que los conceptos arriba referidos, contienen en su esencia epistémica.
Esta situación, multiplicada infinitas veces a lo largo de la historia política universal, actúa como razón para explicar el problema de manejos gubernamentales carentes no sólo de la propiedad que debe corresponderse con el conocimiento que le imprime la ciencia política a lo que envuelve la vida del hombre. Sino también, de la actitud de quienes deciden al respecto. Y que al final de cuenta, ésta es lo que perfila cada acción más allá de lo que dictan las circunstancias.
Otra explicación
Este problema arriba explicado, es lo que lleva a que cualquier gestión de gobierno se convierta en espacio para torcer lo que exalta la política. Particularmente, cuando de ella se dice que es el estado en el cual el hombre se realiza. Porque la vida del ser humano se supedita a lo que las libertades, como categoría política, permiten en su desarrollo para bien o mal de lo que encausen sus decisiones.
En el fragor de situaciones así lidiadas y escarbadas, se establecen las condiciones que arroja como resultado inflados criterios gubernamentales. Criterios éstos que son empleados como recursos de dominación política con fines autoritarios y totalitarios. Y lo poco que gobernantes, así entrenados, logran explicar lo que se hace, es apostando a una gestión intervenida desde la micro-política.
O sea, trajinando con problemas intermedios y más inmediatos que ocurren al interior del sistema político. Que, de entender y atender la incidencia de problemas terminales del sistema social, como los que en efectos consumen el tiempo y esperanzas de gobernados que creyeron en sus discursos electoreros, las realidades apuntan a oscurecer aún más el horizonte. Pero ya atestado por la incertidumbre que arropa un panorama de dificultades.
Precisamente, es el caso que padecen algunos países en Hispanoamérica toda vez que sus gobernantes pecan no sólo de inmodestia. Peor aún, de iletrados. Razón por la cual apelaron a esquemas de gobierno sin tener claridad de lo que sus consecuencias traerían. Pero también, toda vez que esos mismos gobernantes desconocían las exigencias que comprometían llevar adelante lo prometido.
Esta situación, se convirtió en tempestad la que, a su vez originó la hecatombe que hoy azota esos países sin que los mismos gobernantes hayan dado con la fórmula para escapar de las dificultades que se vieron venir. O de las contingencias que sus ideales mal encauzados, derivaron. No advirtieron que, a pesar de pretender gobernar en torno a problemas intermedios, las consecuencias generadas por tan inepta consideración devinieron en un grave agobio que insumió las capacidades para afrontar el peso de problemas terminales del sistema social.
Conclusión
Haber creído que con sólo trabajar un proselitismo que tuviera al país político convencido de las bondades gubernamentales, es suficiente razón para asegurar la estabilidad en el poder, es el error que el tiempo ni la historia perdonarán de esos gobiernos. Y encima de esto, asumiendo un comportamiento que lejos de favorecer algún propósito de corte político, sencillamente les ganó el repudio que puede tenérsele a todo régimen que se aleje de un sistema político que dirija su gestión a reivindicar y consolidar espacios de libertades y respeto a los derechos humanos.
Por consiguiente, sólo ha pretendido que su arrogancia y su fuerza, sirva de palanca a sus objetivos. Aunque tampoco le ha funcionado como mecanismo de coerción asociado al papel represivo que se ha ejercido para obstruir el terreno democrático e institucional de tales países. De ahí que las actuaciones que le han caracterizado, se resumen en tres de los pecados capitales que consumen al hombre en el devaneo de sus presunciones. Cuales son actuar conjugando tres contravalores, como en efecto son: cinismo, despotismo e indolencia.
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