Por: Miguel Galindo
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…He ahí el dilema. Es lógico que, a punto de sobrevenir un cambio de paradigma, en el momento en que los humanos nos revolcamos en el narcisismo, el consumismo y el hedonismo, se viva también un súbito interés por combatir la muerte, bien retrasándola, bien suprimiéndola… y se investiga sobre ella como nunca se ha hecho. Y se preguntan, por ejemplo, que si cuando alguien muere las células siguen vivas en los órganos y pueden trasplantarse por donación a otro ser vivo, entonces por qué no prolongar su ciclo de vida en el donante, cuando la respuesta es simple: porque ya no son capaces de funcionar coordinadamente como un todo en esa persona.
Pero seguimos insistiendo. Con los actuales conocimientos se estima que el máximo de vida de un organismo humano puede llegar a los 120 años… ¿se imaginan las consecuencias sociales y económicas entre otras?. Además solemos olvidar que vida no es sinónimo de salud.
La propia OMS ha tenido que salir a explicar que la vejez no es una enfermedad, que una enfermedad es un cáncer y lo otro un proceso biológico natural. Pero dice algo, sin embargo, que sí podríamos hacer para vivir más: comer menos. Aclara que el ser humano está programado para comer lo justo que su organismo necesita y soporta, y que lo sobrante solo vale para sobrecargar órganos que, al final, se desgastan antes. Eso dicen.
Y añaden algo más: “Los estudios han demostrado que los animales con dietas restringidas en calorías viven más tiempo” y hasta han aislado la cosa y la causa que imita los efectos de la restricción calórica.
La llaman “Rapamicina” y ya andan los laboratorios intentando venderla como un supresor que nos ayude a comer menos para vivir más… Así que la gente con pasta gansa, que encima no se cansa de vivir, está financiando la criogenización, entre otras cosas, para su propio uso y disfrute.
Cuando se consideran a punto de espicharla, se congelan para ser descongelados en el futuro en que la enfermedad tenga cura, o se hayan superado las incapacidades orgánicas. Ahí demuestran, o esperan demostrar, que la muerte no nos iguala a todos: que el que puede, puede…
Siguiéndole el rastro a la eterna juventud, los científicos han descubierto que cuando dos ratones, uno viejo y otro joven, son fusionados quirúrgicamente con un suministro de sangre compartido, el mayor de ambos rejuvenece…Elizabeth Bathay entonces, aquella aristócrata húngara del siglo XVI que despachó a 650 doncellas para bañarse en y beber su sangre, fue una adelantada en su época, sin duda alentada por algún galeno de entonces, que le sopló los beneficios del vampirismo. No obstante, una empresa de EE.UU., no podía ser de otra forma, ya ha comenzado a vender sangre de donantes entre los 16 y 25 años, a 8.000 dólares el litro. La noticia no especifica si ha de consumirse inyectada en vena, o puede uno tomársela frita con cebolla.
La cuestión es que estamos despepitados por vivir más y de ser posible, no morirnos nunca… Y la naturaleza marca sus límites propios. Fíjense tan solo en que, a medida que envejecemos, las células van dejando de ser capaces de dividirse y reemplazarse a sí mismas. Es su ciclo natural. Entonces vamos y buscamos y encontramos que existen sustancias, también naturales, como la Telomerasa, que facilitan esa misma división y regeneración celular… Cojonudo pues, nos decimos a nosotros mismos. Pero la contrapartida es que la tal telomerasa también puede promover el crecimiento del cáncer. Esto es: se pone en marcha el mecanismo de equilibrio.
Y eso debería hacernos pensar, me parece… Y lo que también me parece es que si alteramos el equilibrio del propósito, al final la jodemos, jodiéndonos a nosotros mismos. Fíjense que no hablo de calidad ni de cantidad de vida: hablo de propósito de vida… “Es que el propósito de la vida bien puede ser la propia vida”, se me podrá responder en justa justificación, valga la redundancia, de alargar, o eternecer esa misma vida. Y tendrían toda la legitimidad en suponerlo, faltaría más.
Sin embargo, permítanme disentir, porque este pobre y humilde opinador cree que el propósito de la vida es, precisamente, la muerte… Que la finalidad del nacer, es morir. Y que el sentido de lo uno es su opuesto… o digamos con mayor propiedad, su complementario, que es lo aparentemente opuesto. Y digo que es apariencia, porque la existencia real, la auténtica, la genuina, no se interrumpe en modo alguno, sino que sigue el camino de su experiencia, que esa sí que es eterna por su propia naturaleza, y sin tener que intervenir artificial y artificiosamente en ello.
Porque existencia y experiencia es la misma cosa y el mismo fundamento… Aquello que nos ha creado experimenta en, con y a través de nosotros, como la energía eterna y universal que Es. Por lo tanto, como ustedes comprenderán, a mí me la repanchifla que me regenere un órgano a mi edad una telomerasa que me va a hacer candidato a cáncer. O lo que sea, o como sea. A estas alturas del cotarro y a mi edad, el seguir soportándome en mi cuerpo unos años más tampoco me quita el sueño. Lo que preciso es librarme de una materia envejecida que me lastra, que ya pesa demasiado, y que mi alma, o mi espíritu, o mi lo que sea, que ese sí que nunca envejece, sino que madura, siga en la plenitud de su juventud triscando éteres y dimensiones como una cabra.
Pero no me carguen con el mochuelo de ninguna religiosidad, ni de iglesia alguna, por favor… Lo crean o no, están en su derecho, nada tiene que ver lo uno con lo otro. Si acaso, un poco en el fondo, y nada, absolutamente nada, en la forma. El fondo fue desfondado en su día, y la forma deformada día tras día. Pero que cada cual se agarre a lo que crea, por mí que no quede…