El 18 de octubre de 1945, una rebelión cívico-militar derroca al gobierno del presidente Isaías Medina Angarita. Los cabecillas civiles y militares del pronunciamiento fueron respectivamente Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, cuyos nombres van a dominar las 2 venideras décadas.

Más que la oposición clásica entre dictadura y democracia, en los orígenes del 18 de octubre está el enfrentamiento entre 2 tendencias democráticas: una moderada, gradualista y en cierto modo elitista, representada por el medinismo y una más radical y populista, representada por Betancourt y sus compañeros de partido.
Medina Angarita había buscado distanciarse de quien, inicialmente, había sido su mentor político y lo había impuesto para sucederle en la presidencia, Eleazar López Contreras. Había constituido un partido propio, organizado por su ministro del Interior, Arturo Uslar Pietri.
El mismo nombre de esa organización, Partido Democrático Venezolano (PDV) indicaba que Medina buscaba enfrentarse a la oposición democrática (la que había visto la luz en 1.936) en su propio terreno. Trató también de arrancarle algunas de sus banderas, anunciando, desde noviembre de 1.942, una nueva política petrolera, haciendo aprobar una Ley de Reforma Agraria, adoptando una política internacional activamente antifascista e iniciando, además, una espectacular política de obras públicas.
También adelantó una reforma constitucional y electoral, pero se quedó corto: la elección del presidente de la República por votación universal y directa, tal como lo reclamaba la oposición, no fue aprobada y así todo el desarrollo del proceso democrático en los años de su gobierno (1.941-1.945) venía al final, a enfrentar una especie de cuello de botella en la sucesión presidencial.

La oposición liderada por Rómulo Betancourt y el partido Acción Democrática (AD), explotó hábilmente esta situación, haciendo de ella el más evidente símbolo de la insinceridad de un gobierno que se pretendía democrático pero que en realidad era, según él, apenas tímidamente liberal.
Al lado de esto, la demanda de moralidad administrativa, una consigna que era fácilmente popular después de que se había revelado la espectacular proporción del peculado de Juan Vicente Gómez y sus allegados, fue empleada con hábil tenacidad por Betancourt.
En el terreno militar, una situación similar se había producido. Allí se trataba sobré todo de una pugna generacional: los jóvenes militares de escuela, algunos con brillantes estudios en el extranjero, veían sus posibilidades de ascenso bloqueadas porque en los altos mandos del Ejército, se enquistaba lo que ellos consideraban, una gerontocracia ignara y corrompida.
Este mismo mal, se fue arrastrando por décadas, hasta volver hallar un caldo de cultivo en los años 90, cuando el engendro del mal y con una carga psicopática de complejos y reconcomios, desde la Escuela Militar, como lo fue Hugo Chávez, se los inculcó a otro grupo de resentidos sociales y emergieron tomando el poder y destruyendo un bello y rico país como Venezuela. Un daño que seguimos sufriendo hasta nuestros días.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, encontramos que los descontentos civiles y militares entraron así en contacto, gracias a los buenos oficios de Edmundo Fernández, un médico caraqueño que estaba ligado familiarmente a uno de los conjurados militares y era amigo de Rómulo Betancourt.
Marcos Pérez Jiménez y un grupo de suboficiales se reúnen entonces con Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, a quienes después se unen Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa. Cuando la conspiración está andando, se le presenta a AD la ocasión de soslayar la aventura: se propone a Diógenes Escalante como candidato detrás del cual unirían sus votos gobierno y oposición.
Escalante se habría comprometido a gobernar por dos años y reformar la Constitución, estableciendo el sufragio universal, directo y secreto, AD acepta, pero en agosto de 1945, Escalante enferma inesperadamente y Betancourt se niega a aceptar, en las mismas condiciones, la nueva candidatura oficial de Ángel Biaggini (septiembre 1.945).
La conspiración ya no puede detenerse. El 17 de octubre de 1.945, Medina es informado de los preparativos del complot, lo cual parece confirmar el mitin realizado por AD en el Nuevo Circo de Caracas, el cual constituye un virtual llamado a la insurrección. Las órdenes impartidas de acuartelar las guarniciones de Caracas y Maracay y de arrestar a 3 de los cabecillas militares (Pérez Jiménez, Julio César Vargas y Horacio López Conde) desencadenan el alzamiento.
En la mañana del 18 de octubre de 1.945, estalla la revuelta en la Escuela Militar de La Planicie en Caracas. Por la tarde, se había extendido a los cuarteles de San Carlos, La Planta y Miraflores, en Caracas y a la guarnición de Maracay.
El cuartel San Carlos es retomado por el Gobierno, mientras se generalizan los tiroteos por las calles de Caracas. En la noche del 18 de octubre, Medina analiza la situación. Se niega a atacar la Escuela Militar por temor a provocar muertes entre los cadetes.
Por la mañana del 19 de octubre, las noticias de que la aviación y la plaza de Maracay se encuentran en manos de los alzados y de que el cuartel San Carlos ha sido ocupado por grupos civiles insurrectos determinan la decisión de Medina de rendirse. Esa misma noche se constituye en Miraflores una nueva Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt.
Esta y otras revueltas a lo largo de los años, ha ocasionado una gran inestabilidad política, social y militar en Venezuela, que ha sido capitalizada por el comunismo destructor como el de Cuba, que, sin disparar un solo tiro, ha invadido una nación muy permeable y que está presente en todos los organismos, convirtiendo el tontos útiles, títeres y serviles a la dirigencia que domina el país en la actualidad.