El proyecto de conservación comunitaria emprendido por Phynatura, busca combatir la deforestación y la minería ilegal en la Guayana venezolana.
Phynatura es una organización de la sociedad civil venezolana que lleva mas de 18 años dedicada a demostrar que es posible conservar ecosistemas y, al mismo tiempo, brindar alternativas económicas a la gente que habita en regiones que se distinguen por su biodiversidad.
La labor de esta organización ha sido crear alternativas productivas sostenibles para campesinos que deforestaban o practicaban la caza furtiva
y para mineros que quieren abandonar la actividad. Su trabajo se ha concentrado, sobre todo, en la cuenca baja del río Caura y en general, en los estados Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro.
Las alternativas económicas que impulsa la organización incluyen la producción de frutos como la copaiba (Copaifera officinalis), la tonka (Dipteryx odorata), el copoazú (Theobroma grandiflorum), el azaí (Euterpe oleracea) y el cacao orgánico.
La organización también han trabajado con comunidades de artesanos indígenas del pueblo ye’kwana, apoyándolos con recursos para la elaboración de piezas ornamentales con fibras, semillas y madera.
Los logros hablan por sí solos. En 2009, en el Bajo Caura, estado Bolívar, Phynatura junto con las comunidades afrodescendientes de Aripao crearon un área de conservación comunitaria de 150.000 hectáreas, que funciona por acuerdo entre familias, y que forma parte del sistema de áreas protegidas naturales de Venezuela.
Una de las principales estrategias de Phynatura ha sido facilitar a las comunidades del Bajo Caura una transición a actividades económicas sostenibles.
Su principal proyecto es el desarrollo sostenible con comunidades indígenas y campesinas en la Guayana venezolana (ubicada al sureste del río Orinoco y que forma parte del Escudo guayanés que comparte con Guyana, Surinam, Guayana Francesa y Brasil). Fundada en el año 2005 Phynatura ha concentrado los esfuerzos en el Bajo Caura, donde ha habido afectaciones al ambiente por la agricultura y minería.
La cuenca del Caura es muy importante en Venezuela. Son cerca de cinco millones de hectáreas, de un río que tiene una longitud cercana a los 900 kilómetros y que cuenta con un alto caudal. Por tanto, tiene un potencial hidrológico importante como reserva de agua dulce.
Los agricultores del Bajo Caura se dedicaban principalmente a la agricultura de subsistencia. Deforestaban cada año cerca de 300 hectáreas de bosque, porque también había presión para la adquisición de la tierra por parte de promotores de la agricultura extensiva. Ellos negociaban con las comunidades indígenas y campesinas para sembrar grandes cultivos, sobre todo de ocumo y de ñame. Esos cultivos tienen la particularidad de que, si son usados de manera extensiva, suelen agotar rápidamente los suelos del bioma amazónico.
El mayor demandante de esos tubérculos era Caracas y las ciudades principales del país. Del Bajo Caura salía al menos el 90% del ocumo y ñame que se consume en Venezuela.
Se les demostró a los campesinos cómo con otras alternativas económicas sostenibles se podían tener ingresos, inclusive superiores a las actividades que practicaban.
La tonka y la copaiba son dos frutos no maderables, es decir, que no requieren la tala. Los frutos se escogieron por un análisis de variables ambientales. La almendra de tonka la compra una empresa de perfumes francesa. La trabajan familias campesinas de Aripao y la comunidad indígena La Colonial, del pueblo piapoco, que llegaron desplazados del conflicto armado en Colombia y se ubicaron en el Bajo Caura. La tonka se da una vez al año, entre enero y mayo.
De la corteza del árbol de la copaiba se extrae su aceite y se aprovecha ese aceite o resina que compra la misma empresa perfumera. El aceite, además, tiene beneficios farmacéuticos como cicatrizante, antiinflamatorio y antiséptico. Hay mucha competencia para vender a las perfumeras, porque las empresas prefieren el bálsamo de tolú de Honduras y Colombia, pero ese no cubre toda la demanda, por lo que se complementa con este producto venezolano.
La tonka de Venezuela, en cambio, es exclusiva y la demanda que no se cubre la suple Brasil con una especie menos preferida por la empresa.
Los conucos quedaron dentro de una fracción del terreno en el área de conservación (de 150.000 hectáreas). Las vacas las tienen en pequeñas fincas fuera del área, aledañas a esta.
Con estos proyectos de sistemas agroforestales, se ha contribuido en la conservación de cerca de 650.000 hectáreas en el Alto Caura y casi 150.000 en el Bajo Caura con los acuerdos de conservación comunitaria y suministro sostenible de tonka y copaiba en el área de conservación comunitaria, reconocida por el Estado. Allí, la tasa de deforestación se viene reduciendo. Frente a las más de 300 hectáreas anuales deforestadas antes, en el monitoreo del año pasado solamente hubo 42.
Actualmente Phynatura está trabajando con 200 familias, pero hubo un momento en que trabajaron con 900. En el caso de las familias mineras es muy difícil que dejen la actividad, porque los ingresos económicos son muy altos y es imposible que una alternativa sostenible los iguale. Pero con los agricultores que deforestaban fue más viable. También con los que practicaban la cacería furtiva, que dejaron de practicarla.
En la zona minera del kilómetro 88 (la zona de mayor potencial minero de Venezuela), frontera con Guyana, se ha trabajado con mineros. A los mineros se les ofrece apoyo económico con el fondo de recursos para proyectos con la sarrapia (Dipteryx odorata), el árbol que da la tonka, que les permite resolver sus necesidades inmediatas.
En el Parque Nacional Caura se practica minería ilegal, porque es un área protegida. Caura fue declarado parque nacional en el año 2017 para protegerlo de la minería que se ha fortalecido luego de la creación del Arco Minero del Orinoco.
El principal promotor de la expansión de la frontera agrícola es la minería. Son ellos quienes tienen el dinero y generan la demanda. Se habla de más de 12.000 mineros en el Caura.
En el Parque Nacional Canaima se habla de la presencia de más de 30.000 mineros. Y en el Parque Nacional Cerro de Yapacana se dice que hay más de 15.000.
En cuanto a la cacería furtiva, era promovida por restaurantes especializados. Había más de 60 familias dedicadas a esta actividad. En Ciudad Guayana, muchos de los empleados y obreros de las empresas de aluminio y siderúrgica venían del campo y por tradición comían carne de monte. Comían tapir (Tapirus terrestris), lapa (Cuniculus paca), entre otros. Otra especie que cazaban era la tortuga arrau (Podocnemis expansa), que se enviaba antes a Asia para su consumo.
En el estado Amazonas, que es un territorio multiétnico indígena, se está proponiendo un acuerdo de conservación similar, con aprovechamiento sostenible de productos no maderables del bosque. Ya está definida un área de conservación de 197.000 hectáreas y se está a la espera de las decisiones estatales que permitan su creación.