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Narcotráfico invadió Parque Nacional Otishi en Amazonía peruana

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Focos de depredación forestal y sembradíos ilícitos aumentan sobre pueblos indígenas ubicados en la Reserva Comunal Asháninka, contigua al Parque Nacional Otishi, en la Amazonía peruana.

22 hectáreas han sido deforestadas en esta área protegida y se han descubierto pistas de aterrizaje clandestinas.

En la Reserva Comunal Asháninka y el Parque Nacional Otishi el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp), luego de análisis de imágenes satelitales, identificó diversas zonas deforestadas y pistas de aterrizaje clandestinas dentro del Parque Nacional Otishi y en la Reserva Comunal Asháninka.

El Parque Nacional Otishi, la Reserva Comunal Asháninka y la Reserva Comunal Machiguenga integran el Corredor de Áreas Naturales Protegidas de Vilcabamba que abarca parte de las regiones Cusco y Junín.

 Cada reserva comunal colinda con el parque Otishi, ecosistema de alta biodiversidad que acoge varios tipos de bosque, cabeceras de las cuencas de tres ríos amazónicos (Ene, Tambo y Urubamba) y más de 120 especies de aves y mamíferos en peligro de extinción. De ahí la enorme importancia que tiene la conservación de esta área natural, de 305.973 hectáreas de extensión, creada en enero de 2003.

En la zona de amortiguamiento contigua a la Reserva Comunal Asháninka, que a la vez forma una franja de protección para el Parque Nacional Otishi hay 24 comunidades nativas de la etnia asháninka, además, están en el corazón del valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), uno de los territorios más peligrosos del Perú, pues alberga la mayor superficie de hoja de coca en el país (casi 36.000 hectáreas, conforme a las nuevas mediciones) e inhóspitos circuitos para el transporte de la droga que allí se elabora.

Áreas protegidas presionadas

Las investigaciones realizadas en torno a las pistas detectadas dan cuenta de que grupos de ‘mochileros’ (jóvenes al servicio del narcotráfico) trasladan hasta ahí droga procesada, en paquetes de entre 10 y 15 kilos, desde las comunidades nativas limítrofes.

Cultivar la coca y procesarla en los poblados indígenas colindantes a la Reserva Comunal Asháninka y el Parque Nacional Otishi resulta más conveniente para las redes de narcotráfico. Hay dos fuertes impedimentos para las mafias: la hoja de coca no crece en suelos ubicados a más de 1.500 metros de altura, como algunos sectores de la reserva asháninka o el parque Otishi y por su geografía y distancia es muy complicado que los mochileros puedan trasladar hasta cualquiera de las dos áreas naturales los insumos necesarios para la elaboración de droga.

Por eso, la preocupación en la reserva Asháninka está sobre todo en las zonas de amortiguamiento del parque y de la reserva comunal. Es donde hay un fuerte incremento de cultivos ilícitos que están ganando terreno a la fuerza en las comunidades asháninkas del Cusco que son colindantes.

Aunque la deforestación por cultivos ilícitos no ha llegado a afectar a la reserva y al parque, si se ha reportado una pérdida de bosque en ambos casos. La Reserva Comunal Asháninka ha perdido 921 hectáreas de las 184.468 hectáreas que tiene su superficie, conforme a un estudio realizado por la oficina a cargo del área protegida. En el parque Otishi la deforestación llegó a 20 hectáreas hacia fines de 2022 y en lo que va de este año ya alcanzó las 22 hectáreas.

El parque Otishi presenta más del 99% en un buen estado de conservación a pesar de estar ubicado en una de las zonas más convulsionadas del país. Como su par en la Reserva Comunal Asháninka, los sembradíos ilícitos han avanzado en los límites de la reserva.

Las comunidades de Gran Shinongari y Pitirinquini son los puntos donde la frontera agrícola para coca se ha expandido de manera significativa.

Desborde de coca

De las 95.008 hectáreas de sembradíos de hoja de coca que hay en el Perú, 35.709 hectáreas (38%) están en el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem)  según el último reporte de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida).

 Se trata del más alto porcentaje de coca sobre territorio peruano y cuya tendencia cada año es creciente: entre 2018 y 2022 hubo un aumento de 11.597 hectáreas.

Producto de la grave diseminación de estos cultivos, la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka registra 1.592 hectáreas de hoja de coca, conforme a los datos del organismo estatal. Casi el triple de lo que había en 2020. Allí, algunas de las comunidades nativas que encabezan la concentración de cocales, de acuerdo con las cifras oficiales, son Gran Shinongari (902 hectáreas) y Pitirinquini (501 hectáreas).

“Estas comunidades vendieron casi toda su madera y empezaron con el alquiler de terrenos”, detalla Virgilio Pizarro, presidente de la Organización Asháninka Machiguenga del Río Apurímac (OARA), que agrupa a 29 comunidades nativas de Cusco y Ayacucho enclavadas en el Vraem.

Más allá de la deforestación en ascenso que da lugar a sembradíos de coca dentro de comunidades como Gran Shinongari o Pitirinquini, las fuerzas militares han identificado en más puntos de la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka pozas de maceración para la producción de droga, así como pistas de aterrizaje que el narcotráfico habilita continuamente luego de las operaciones de destrucción. Lo que sucede en este flanco de comunidades nativas no solo representa un riesgo para la Reserva Comunal Asháninka, debido a su proximidad, sino también para el Parque Nacional Otishi.

El Comando Especial del Vraem ha puesto en marcha el Programa de Defensa Global del Parque Nacional Otishi. El proyecto está enfocado en el resguardo del parque y para concretarlo serán capacitadas cinco comunidades nativas ubicadas en la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Asháninka en el uso de tecnologías de última generación. Marontoari es una de ellas.

Un pueblo en alerta

En Marontoari las cosechas de café, achiote y cacao todavía son el sustento de las 25 familias que habitan esta comunidad indígena situada en el costado oeste de la Reserva Comunal Asháninka. Marontoari tiene 4.865 hectáreas de territorio con unos 130 comuneros asháninkas.

Hay pocos pobladores mayores de 50 años y solo unos cuantos ancianos. El grueso de la población son jóvenes que, en muchos casos son jefes de familia y han llegado a ser autoridades comunales. Ellos aseguran que la tala indiscriminada y los sembradíos ilegales de coca, que llevan varios años expandiéndose por los sectores aledaños, aún no han ingresado al pueblo.

A mediados de 2000 los primeros habitantes de Marontoari se establecieron aquí y cuatro años después obtuvieron la titulación del territorio. Es una población dedicada al cultivo de frutas y a conservar la madera, apunta Julián Tivito, vicepresidente de la Organización Asháninka Machiguenga del Río Apurímac (OARA).

La densidad poblacional y la preponderancia del número de jóvenes fueron características que Global Conservation consideró para seleccionar a Marontoari entre las cinco comunidades nativas que instruirá este año en el manejo de drones y en el manejo de GPS.

 “La meta es contar con un equipo técnico en cada pueblo elegido para el cuidado de su territorio y así proteger al Parque Nacional Otishi”, precisó Teddy Cairuna, monitor de bosques de la organización internacional en la Amazonía peruana.

Línea de defensa

En su intención de conformar una primera línea de defensa para el parque Otishi, la organización internacional busca que los jóvenes de las comunidades escogidas adquieran conocimientos respecto del control y vigilancia forestal con las herramientas tecnológicas que les proveerán. “Van a saber dónde empieza y termina su comunidad. Si entran taladores, podrán conocer desde cuándo y cómo está avanzando la deforestación para alertar a las autoridades”, explicó Cairuna.

Cairuna fue líder de la comunidad shipibo conibo Nueva Saposoa, que se encuentra en el ingreso al Parque Nacional Sierra del Divisor y junto con otros comuneros shipibo de poblados contiguos aprendió de cartografía y tecnologías para el monitoreo de bosques. Ahora, los comuneros que aprendieron sobre monitoreo forestal están pasando de ser guardaparques comunales a guardaparques oficiales.

Como paso previo al proceso de capacitación, una brigada del Comando Especial del Vraem instaló antenas para que la señal de Internet llegue sin contratiempos a Marontoari. Lo mismo hicieron en Sankiroshi, una comunidad asháninka vecina y de similares características, de 2.795 hectáreas y 140 habitantes. Las otras tres comunidades seleccionadas son Comitarincani, Paveni y Pitirinquini.

De acuerdo con las últimas evaluaciones de Devida, la comunidad de Namvra se ha mantenido con más de 300 hectáreas de matas de coca desde 2018 y actualmente está entre los pueblos indígenas peruanos con mayor superficie cultivada de cocales (902 hectáreas).

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