Hemos repetido ad nauseam que la democracia como escenario cabal de convivencia ciudadana, vive vendavales de indefensión, por la amenaza de los populismos autoritarios, de izquierda y derecha y, también, por la apatía o ineptitud de los responsables de protegerla.
La común arbitrariedad, aunque dispareja, de personajes como Raúl Castro, Putín, Jinping, el ayatola Khamenei, Ortega, Evo Morales, Lukashenko, Bukele, Erdogan, Bolsonaro, Pablo Iglesias, Pere Aragonés, Orbán, Maduro, constituye permanente riesgo para la paz social.
Los laboratorios de guerra sucia contra los líderes y movimientos democráticos, que coordinadamente operan desde Moscú, La Habana, Beijing, Teherán, Catar, Estambul y ahora Riad, mantienen su acoso implacable.
Ellos se aprovechan de los errores de los gobernantes democráticos (que suelen ser menores que los de los despóticos que los repudian), de la manipulación de las reivindicaciones indígenas, proletarias, de género, generacionales, etc., para desacreditar la institucionalidad y asaltar el poder por las balas o por los votos.
Tienen como aliados activos a los sempiternos enemigos de Estados Unidos y Europa, a los cultores de violencia y vandalismo de todas las pelambres, al narcotráfico y los perros de la guerra, al mesianismo de caudillos y masas desprevenidas, la codicia del capitalismo salvaje y la superstición neocomunista y, desde luego, el amorío de los medios de comunicación y las redes sociales con el show, las noticias dudosas y el escándalo.
Con violencia callejera arrasaron la gobernabilidad de países como Chile, Perú, Colombia, Venezuela y ahora lo intentan con Ecuador y Francia. Siempre con la ventaja de que los presidentes amenazados, son lentos y/o erráticos para responder a los agitadores e, increíblemente, para explicar sus políticas y propósitos a la población desorientada.
¡Al final los calenturientos ingenuos descubren que, todos perdemos cuando se pierde la democracia!
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